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domingo, 10 de abril de 2022

177. Gelsemina y su hada padrino

177. Gelsemina y su hada padrino

“Vuestro tío, Gentillluvia, es un hombre muy amable,” nos dijo Nimbo. “Le debemos mucho. Casi tanto como a Darcy. Quizás más. Veréis, mi madre comenzó su vida siendo una humana. Nació siendo una niña mortal muy normal. Pero no. Probablemente no fuese muy normal porque siempre tenía sueño. Dice que no podía dormir bien durante la noche y siempre estaba agotada de día. Una noche, cuando tenía once años, salió de su cama y de su habitación. Salió de su casa y también del jardín de su casa y vagó hasta una pequeña arboleda. Se sentó entre los árboles y se quedó dormida allí.

Cuando despertó vio que la habían secuestrado unas hadas. Las hadas pudieron llevársela porque sus parientes tenían tantas cosas en la cabeza que no se acordaron de bautizarla. No eran hadas buenas, como os podréis imaginar. La trataron mal, sobre todo porque siempre se estaba quedando dormida, algo que fue a peor con el tiempo.

Sus secuestradores eran hadas de los caminos, hadas transeúntes, y un día llegaron al palacio de vuestros padres con intención de vender azafrán y hierbas y setas estacionales a los cocineros que trabajaban allí. Uno de los cocineros salió de la cocina y les preguntó que ofrecían y cuanto querían por ello y compró de todo y pagó bien. Antes de irse se enteraron de que la encargada de preparar los postres necesitaba un pinche. Vieron la oportunidad de deshacerse de Gelsemina, que así se llama mi madre, y se la vendieron a la Abuelita Sopitas con leche por 12 sacos de azúcar y otros doce de harina. Supongo que la abuelita esa nunca admitiría que había comprado a mi madre, porque eso no se hace, pero dio a esas hadas los sacos y se hizo cargo de Mama.

Desde el primer momento Mama no sirvió para nada más que para caerse dormida mientras trabajaba. La Abuelita Sopitas con leche era una vieja muy exigente y gruñona y se hartó de Mama enseguida. En una semana, Sopitas con leche recibió una carta de su nieta más querida, que le decía a su abuela que estaba dispuesta a ir al palacio y trabajar allí de pinche de su abuela. Sopitas con leche ya no necesitaba a Mama, así que le dijo que volviese con su gente y que no se preocupase por los sacos de azúcar y harina. No hacía falta que los devolviese.

Mama no tenía ni idea dónde podrían andar las hadas que la habían secuestrado y tampoco quería volver con ellas. Estaba demasiado cansada para ir muy lejos y se adentró en otro bosquecillo y se quedó dormida allí. Cuando despertó recordó que ese día ella cumplía doce años. Estaba muy triste porque no tenía ni fiesta ni tarta ni velas ni regalo ni nadie que la desease tanti auguri ni nada de nada salvo un deseo. Y ella quería desesperadamente que ese deseo se hiciese realidad. Se levantó y se hizo invisible y volvió a la cocina del palacio y robó una magdalena descomunal, que así salen con la receta de la Abuelita Sopitas con leche. También se llevó unas velitas tan finas como cerillas, pero se olvidó de mangar cerillas. Supongo que, igual que yo, era un desastre como ladrona.

Volvió al bosquecillo, se puso cómoda bajo un árbol y puso las velas en la tarta lo mejor que pudo y comenzó a cantar cumpleaños feliz a sí misma, convencida de que cuando soplase las velas su deseo se haría realidad. Pero antes de que pudiese hacer eso, aparecieron por ahí vuestro tío Gentillluvia y el Sr. Binky. Bueno, aparecer lo que se dice aparecer, sólo apareció el Sr. Binky, porque vuestro tío, aunque estaba ahí, se había vuelto invisible. Se estaba escondiendo del Sr. Binky que le estaba acosando como siempre. Pero sí que estaba allí y se enteró de todo lo que pasaba.

Como la Abuelita Sopitas con leche había montado un drama colosal porque había desaparecido una magdalena de su cocina, todo el mundo, y eso incluía al Sr. Binky y a vuestro tío, se había enterado de ese hecho delictivo. El Sr. Binky le dijo a Gelsemina que él no la iba a denunciar ni delatar porque ella era un hada necesitada y desamparada y además una enferma física y social. La dijo que estuviese tranquila porque él estaba trabajando muy duro para cambiar todo eso y con el tiempo lo lograría, así que ella ya podía estar contenta y agradecida y hasta debía votar por él en las próximas elecciones inexistentes. Mi Mama no se enteró de nada de lo que decía el Sr. Binky, pero mientras soltaba su discurso las hormigas se apoderaron de la magdalena.

Gentillluvia se sintió más que tentado de aparecer, pero no lo hizo hasta que el Sr. Binky partió para buscarle en otra parte. Entonces sí que se manifestó, y le dijo a Mama que esperase ahí mismo porque él la iba a traer una tarta de verdad. Él no podía entrar en palacio a por una, porque allí está prohibido hacerse invisible, y si se hiciese visible le detectaría el Sr. Binky de inmediato. Así que se fue al bosque y cogió unos arándanos azules y debió encontrar un lugar en el que cocinar porque volvió en menos de un cuarto de hora con una tarta de arándanos, chocolate azul y merengue exquisita.

Mi madre se había vuelto a quedar dormida, pero él se hizo visible y la despertó cantando muy bajito “¡Amarilla es tu flor, verde su hoja, Gelsemina, y hoy para ti el pájaro azul trina!”  Además de una felicitación, el canto era un hechizo, pues flores de gelsenium comenzaron a brotar por toda la arboleda y dos pájaros azules se pusieron a piar.  Pero en cuanto habían puesto las velas en la tarta apareció el Sr. Binky y le preguntó a Gentillluvia si tenía licencia de recolector de bayas. Cuando él contestó que por supuesto que no, Binky confiscó la tarta, porque había detectado que faltaban unas de un bosque público. Vuestro tío le mando al Sr. Binky a freir espárragos en lugar de andar contando bayas.  Binky le contestó que de todas formas  Gentillluvia no podía darle la tarta a mi madre porque eso era una donación, y si donas algo tienes que pagar un impuesto de donación, y ni la niña ni vuestro tío tenían un céntimo para pagar porque ella era una mendiga y porque utilizando los contactos de su próspera familia Binky había logrado congelar las cuentas bancarias de vuestro tío, cuentas inexistentes, claro, pero aun así molestas. Así que nada de tarta hasta que Gentillluvia pagase sus deudas inexistentes con dinero inexistente y el Estado – no estaba claro si existente o no- habiendo cobrado, pudiese empezar a pensar en comprar una tarta para Gelsemina, siempre que no tuviese necesidades más apremiantes.  Vuestro tío se hartó y le dijo al Sr. Binky, “Hasta aquí hemos llegado. Aquí es donde trazo la línea. ¡Se acabó!”  Y acto seguido, desapareció con mi madre. ¿Qué otra cosa podía hacer? ¿Embrujar al Sr. Binky? Eso sí roza lo ilegal.

Aquello se convirtió en un escandalazo porque las malas lenguas acusaron a Gentillluvia, que tenía unos veintitantos años en aquel entonces, de ser el jefe de una banda de ladrones y de haberse fugado con un hada indocumentada de doce años que además de ser ladrona era de probable origen humano. El problema no era tanto la diferencia de edad, porque nosotros podemos casarnos legalmente a los siete años, aunque está mal visto que se casen personas de edad muy distinta. Era eso de que Gentillluvia ya tenía una esposa y encima era de una familia muy grande y orgullosa y todo esto era una vergüenza. “Será que se aburre,” decían. Es curioso que aunque nadie entendía nada, porque todos sólo sabían de hada favores, hada regalos, hada justicia y hada venganza y nada de nada de multas e impuestos, que a nadie se le ocurriese decir que Gentillluvia sólo se había estado portando como un hada padrino. A Gentillluvia las habladurías le importaban un bledo. Él sólo creía en la buena voluntad, y si no hubiese tenido que estar siempre escondido, se hubiese podido defender. Pero no hubo manera de que pudiese contar su versión. Y se tuvo que conformar con pensar que aunque Binky llegase a cambiar el mundo, a él no le iba a cambiar.  

Gentillluvia le preguntó a Mama cuál hubiese sido su deseo de haber podido apagar las velas. Ella se lo contó porque pensó que total no se iba a hacer realidad. Pero se hizo realidad porque vuestro tío lo cumplió. Gelsemina quería volver a casa con su familia humana y allí la llevó vuestro tío. Él espero fuera de esa casa hasta que ella hubiese entrado y al ver que nadie la echaba de ahí y que ella le sonreía y saludaba haciendo el signo de la victoria con la mano desde una ventana, se fue a buscar refugio en el único lugar en el que ya podía esconderse del Sr. Binky y seguir trabajando en algo, pues no estaba en su naturaleza quedarse parado. Que Gentillluvia desapareciese para siempre fue un gran revés para el Sr. Binky, que había pensado que si podía hacer un ejemplo de un hada de la talla de Gentillluvia todas las demás pagarían sus impuestos y multas ahora ya existentes sin rechistar.

Bueno, pues mi madre ya estaba otra vez en casa y su gente no la hizo ni reproches ni preguntas ni nada y solo la dijeron que no volviese a vagar por ahí porque ya se había enterado de que nada bueno pasa cuando haces eso. Una semana después vuestro tío apareció en la puerta de la casa de Gelsemina con aspecto de ser humano y preguntó si podía verla. Él quería comprobar que estaba bien allí. Ella le dijo que estaba muy contenta y él la entregó el cuaderno de recetas de la Abuelita Sopitas con leche con las disculpas de esta. La Abuelita Sopitas con leche no se creía ni una palabra de lo que se decía del Señorito Gentillluvia y estaba convencida de que si le estaban difamando era por culpa suya porque no se había molestado en buscar a las hadas transeúntes para devolver en condiciones a Gelsomina. Había dejado que la pobre chica saliese por ahí sola a buscar a esa gente y eso era imperdonable. Se sentía tan mal que no hacía más que derramar lágrimas de sal en todos sus postres y eso no podía ser y decidió jubilarse e ir a vivir junto al mar con su nieta más querida. Le regaló su cuaderno a Gentillluvia porque era, según ella, el único que sabía hacer una tarta de arándanos, chocolate y merengue decente. Y a él se le ocurrió poner paz entre la viejecita y Mamá con el gesto de regalarla el cuaderno de parte de la anciana. Gentillluvia se fue de casa de Mamá más tranquilo, pero no sin antes poner un hechizo non animadverto, es decir de no lo notarás, sobre esa casa. Y debió ser un hechizo muy eficaz, porque hasta hoy nadie se ha dado cuenta de que allí pasan cosas raras.

Ahora, mi madre, aunque había vuelto con su familia humana, ya no era humana. Era un hada. Las personas con las que convivía ya eran mayores y se hicieron viejas y murieron en lo que para nosotros es muy poco tiempo. Mamá, que seguía teniendo aspecto de doceañera,  se encontró viviendo sola en casa y se puso a dormir cada vez más. Tanto que hasta parecía todavía más joven, aunque no lo era. Un día despertó y decidió que tenía que hacer algo con su vida. Estando medio dormida, se subió al tejado de la casa. Quería comprobar si todavía podía volar saltando desde allí. Pero antes de que se decidiese a saltar tropezó y se dio en la cabeza con una pequeña y solitaria gárgola que vigilaba y protegía la casa desde ahí arriba. En ese momento, yo cobré vida, vida que ella de algún modo me había dado. La abracé, y así ella no se cayó del tejado. Ella se dio cuenta de que ahora ya tenía alguien con quién convivir en la casa. Y, bueno, todos conocéis la historia navideña de la gárgola duende y su madre, la bella hada dormilona. Sólo añadiré que para mi madre, vuestro tío es “Il Mio Padrino,” así como Nono Darcy es el mío.

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