“Vuestro tío, Gentillluvia, es un hombre muy
amable,” nos dijo Nimbo. “Le debemos mucho. Casi tanto como a Darcy. Quizás
más. Veréis, mi madre comenzó su vida siendo una humana. Nació siendo una niña
mortal muy normal. Pero no. Probablemente no fuese muy normal porque siempre
tenía sueño. Dice que no podía dormir bien durante la noche y siempre estaba
agotada de día. Una noche, cuando tenía once años, salió de su cama y de su
habitación. Salió de su casa y también del jardín de su casa y vagó hasta una
pequeña arboleda. Se sentó entre los árboles y se quedó dormida allí.
Cuando despertó vio que la habían secuestrado
unas hadas. Las hadas pudieron llevársela porque sus parientes tenían tantas
cosas en la cabeza que no se acordaron de bautizarla. No eran hadas buenas,
como os podréis imaginar. La trataron mal, sobre todo porque siempre se estaba
quedando dormida, algo que fue a peor con el tiempo.
Sus secuestradores eran hadas de los caminos,
hadas transeúntes, y un día llegaron al palacio de vuestros padres con
intención de vender azafrán y hierbas y setas estacionales a los cocineros que
trabajaban allí. Uno de los cocineros salió de la cocina y les preguntó que
ofrecían y cuanto querían por ello y compró de todo y pagó bien. Antes de irse
se enteraron de que la encargada de preparar los postres necesitaba un pinche.
Vieron la oportunidad de deshacerse de Gelsemina, que así se llama mi madre, y
se la vendieron a la Abuelita Sopitas con leche por doce sacos de azúcar y otros
doce de harina. Supongo que la abuelita esa nunca admitiría que había comprado
a mi madre, porque eso no se hace, pero dio a esas hadas los sacos y se hizo
cargo de Mama.
Desde el primer momento Mama no sirvió para
nada más que para caerse dormida mientras trabajaba. La Abuelita Sopitas con
leche era una vieja muy exigente y gruñona y se hartó de Mama enseguida. En una
semana, Sopitas con leche recibió una carta de su nieta más querida, que le
decía a su abuela que estaba dispuesta a ir al palacio y trabajar allí de
pinche de su abuela. Sopitas con leche ya no necesitaba a Mama, así que le dijo
que volviese con su gente y que no se preocupase por los sacos de azúcar y
harina. No hacía falta que los devolviesen.
Mama no tenía ni idea dónde podrían andar las
hadas que la habían secuestrado y tampoco quería volver con ellas. Estaba
demasiado cansada para ir muy lejos y se adentró en otro bosquecillo y se quedó
dormida allí. Cuando despertó recordó que ese día ella cumplía doce años.
Estaba muy triste porque no tenía ni fiesta ni tarta ni velas ni regalo ni nadie
que la desease tanti auguri ni nada
de nada salvo un deseo. Y ella quería desesperadamente que ese deseo se hiciese
realidad. Se levantó y se hizo invisible y volvió a la cocina del palacio y
robó una magdalena descomunal, que así salen con la receta de la Abuelita
Sopitas con leche. También se llevó unas doce velitas tan finas como cerillas, pero
se olvidó de mangar cerillas. Supongo que, igual que yo, era un desastre como
ladrona.
Volvió al bosquecillo, se puso cómoda bajo un
árbol y puso las velas en la tarta lo mejor que pudo y comenzó a cantar
cumpleaños feliz a sí misma, convencida de que cuando soplase las velas su
deseo se haría realidad. Pero antes de que pudiese hacer eso, aparecieron por
ahí vuestro tío Gentillluvia y el Sr. Binky. Bueno, aparecer lo que se dice
aparecer, sólo apareció el Sr. Binky, porque vuestro tío, aunque estaba ahí, se
había vuelto invisible. Se estaba escondiendo del Sr. Binky que le estaba
acosando como siempre. Pero sí que estaba allí y se enteró de todo lo que
pasaba.
Como la Abuelita Sopitas con leche había
montado un drama colosal porque había desaparecido una magdalena de su cocina,
todo el mundo, y eso incluía al Sr. Binky y a vuestro tío, se había enterado de
ese hecho delictivo. El Sr. Binky le dijo a Gelsemina que él no la iba a
denunciar ni delatar porque ella era un hada necesitada y desamparada y además
una enferma física y social. La dijo que estuviese tranquila porque él estaba
trabajando muy duro para cambiar todo eso y con el tiempo lo lograría, así que
ella ya podía estar contenta y agradecida y hasta debía votar por él en las
próximas elecciones inexistentes. Mi Mama no se enteró de nada de lo que decía
el Sr. Binky, pero mientras soltaba su discurso las hormigas se apoderaron de
la magdalena.
Gentillluvia se sintió más que tentado de
aparecer, pero no lo hizo hasta que el Sr. Binky partió para buscarle en otra
parte. Entonces sí que se manifestó, y le dijo a Mama que esperase ahí mismo
porque él la iba a traer una tarta de verdad. Él no podía entrar en palacio a
por una, porque allí está prohibido hacerse invisible, y si se hiciese visible
le detectaría el Sr. Binky de inmediato. Así que se fue al bosque y cogió unos
arándanos azules y debió encontrar un lugar en el que cocinar porque volvió en
menos de un cuarto de hora con una tarta de arándanos, chocolate azul y
merengue exquisita.
Mi madre se había vuelto a quedar dormida,
pero él se hizo visible y la despertó cantando muy bajito “¡Amarilla es tu flor, verde su hoja, Gelsemina, y hoy para ti el
pájaro azul trina!” Además de una
felicitación, el canto era un hechizo, pues flores de gelsenium comenzaron a brotar por toda la arboleda y dos pájaros
azules se pusieron a piar. Pero en cuanto
habían puesto las velas en la tarta apareció el Sr. Binky y le preguntó a
Gentillluvia si tenía licencia de recolector de bayas. Cuando él contestó que
por supuesto que no, Binky confiscó la tarta, porque había detectado que
faltaban unas de un bosque público. Vuestro tío le mando al Sr. Binky a freir
espárragos en lugar de andar contando bayas. Binky le contestó que de todas formas Gentillluvia no podía darle la tarta a mi
madre porque eso era una donación, y si donas algo tienes que pagar un impuesto
de donación, y ni la niña ni vuestro tío tenían un céntimo para pagar porque
ella era una mendiga y porque utilizando los contactos de su próspera familia
Binky había logrado congelar las cuentas bancarias de vuestro tío, cuentas
inexistentes, claro, pero aun así molestas. Así que nada de tarta hasta que
Gentillluvia pagase sus deudas inexistentes con dinero inexistente y el Estado
– no estaba claro si existente o no- habiendo cobrado, pudiese empezar a pensar
en comprar una tarta para Gelsemina, siempre que no tuviese necesidades más
apremiantes. Vuestro tío se hartó y le
dijo al Sr. Binky, “Hasta aquí hemos llegado. Aquí es donde trazo la línea. ¡Se
acabó!” Y acto seguido, desapareció con
mi madre. ¿Qué otra cosa podía hacer? ¿Embrujar al Sr. Binky? Eso sí roza lo
ilegal.
Aquello se convirtió en un escandalazo porque
las malas lenguas acusaron a Gentillluvia, que tenía unos veintitantos años en
aquel entonces, de ser el jefe de una banda de ladrones y de haberse fugado con
un hada indocumentada de doce años que además de ser ladrona era de probable origen
humano. El problema no era tanto la diferencia de edad, porque nosotros podemos
casarnos legalmente a los siete años, aunque está mal visto que se casen
personas de edad muy distinta. Era eso de que Gentillluvia ya tenía una esposa
y encima era de una familia muy grande y orgullosa y todo esto era una
vergüenza. “Será que se aburre,” decían. Es curioso que aunque nadie entendía
nada, porque todos sólo sabían de hada favores, hada regalos, hada justicia y
hada venganza y nada de nada de multas e impuestos, que a nadie se le ocurriese
decir que Gentillluvia sólo se había estado portando como un hada padrino. A Gentillluvia
las habladurías le importaban un bledo. Él sólo creía en la buena voluntad, y
si no hubiese tenido que estar siempre escondido, se hubiese podido defender.
Pero no hubo manera de que pudiese contar su versión. Y se tuvo que conformar
con pensar que aunque Binky llegase a cambiar el mundo, a él no le iba a
cambiar.
Gentillluvia le preguntó a Mama cuál hubiese
sido su deseo de haber podido apagar las velas. Ella se lo contó porque pensó
que total no se iba a hacer realidad. Pero se hizo realidad porque vuestro tío
lo cumplió. Gelsemina quería volver a casa con su familia humana y allí la
llevó vuestro tío. Él espero fuera de esa casa hasta que ella hubiese entrado y
al ver que nadie la echaba de ahí y que ella le sonreía y saludaba haciendo el
signo de la victoria con la mano desde una ventana, se fue a buscar refugio en
el único lugar en el que ya podía esconderse del Sr. Binky y seguir trabajando
en algo, pues no estaba en su naturaleza quedarse parado. Que Gentillluvia
desapareciese para siempre fue un gran revés para el Sr. Binky, que había
pensado que si podía hacer un ejemplo de un hada de la talla de Gentillluvia
todas las demás pagarían sus impuestos y multas ahora ya existentes sin
rechistar.
Bueno, pues mi madre ya estaba otra vez en
casa y su gente no la hizo ni reproches ni preguntas ni nada y solo la dijeron
que no volviese a vagar por ahí porque ya se había enterado de que nada bueno
pasa cuando haces eso. Una semana después vuestro tío apareció en la puerta de
la casa de Gelsemina con aspecto de ser humano y preguntó si podía verla. Él
quería comprobar que estaba bien allí. Ella le dijo que estaba muy contenta y
él la entregó el cuaderno de recetas de la Abuelita Sopitas con leche con las
disculpas de esta. La Abuelita Sopitas con leche no se creía ni una palabra de
lo que se decía del Señorito Gentillluvia y estaba convencida de que si le
estaban difamando era por culpa suya porque no se había molestado en buscar a
las hadas transeúntes para devolver en condiciones a Gelsomina. Había dejado
que la pobre chica saliese por ahí sola a buscar a esa gente y eso era
imperdonable. Se sentía tan mal que no hacía más que derramar lágrimas de sal
en todos sus postres y eso no podía ser y decidió jubilarse e ir a vivir junto
al mar con su nieta más querida. Le regaló su cuaderno a Gentillluvia porque
era, según ella, el único que sabía hacer una tarta de arándanos, chocolate y
merengue decente. Y a él se le ocurrió poner paz entre la viejecita y Mamá con
el gesto de regalarla el cuaderno de parte de la anciana. Gentillluvia se fue
de casa de Mamá más tranquilo, pero no sin antes poner un hechizo non animadverto, es decir de no lo notarás, sobre esa casa. Y debió
ser un hechizo muy eficaz, porque hasta hoy nadie se ha dado cuenta de que allí
pasan cosas raras.
Ahora, mi madre, aunque había vuelto con su
familia humana, ya no era humana. Era un hada. Las personas con las que
convivía ya eran mayores y se hicieron viejas y murieron en lo que para
nosotros es muy poco tiempo. Mamá, que seguía teniendo aspecto de
doceañera, se encontró viviendo sola en
casa y se puso a dormir cada vez más. Tanto que hasta parecía todavía más
joven, aunque no lo era. Un día despertó y decidió que tenía que hacer algo con
su vida. Estando medio dormida, se subió al tejado de la casa. Quería comprobar
si todavía podía volar saltando desde allí. Pero antes de que se decidiese a
saltar tropezó y se dio en la cabeza con una pequeña y solitaria gárgola que
vigilaba y protegía la casa desde ahí arriba. En ese momento, yo cobré vida,
vida que ella de algún modo me había dado. La abracé, y así ella no se cayó del
tejado. Ella se dio cuenta de que ahora ya tenía alguien con quién convivir en
la casa. Y, bueno, todos conocéis la historia navideña de la gárgola duende y su
madre, la bella hada dormilona. Sólo añadiré que para mi madre, vuestro tío es “Il Mio
Padrino,” así como Nono Darcy es el mío.
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