308. El quinto peine
Rosendo abrió el paquete que había entregado Tedi Teodoro.
Deshizo el lazo azul cobalto y retiro el papel dorado. Y quedó a la vista un
estuche de cuero con rosas repujadas, de un color rosado muy bonito, con
hojitas verdes. Muy lucido era el estuche.
“¿Lo abrimos?” le preguntó la bisabuela a su bisnieto.
“Ábrelo tú mismo, cariño. Ya sabes que es s para ti.”
Rosendo abrió el estuche. Dentro había nueve peines de
piedra luna.
“¡Peines! ¡Y que bonitos son!”
“No, cariño. Sólo uno. No te sorprendas. Todos los peines
estos son para ti. Pero el regalo que realmente te hago es uno de esos peines.
Los demás son para disimular. Vas a tener que aprender a disimular. Uno de esos
peines es especial. Pero nadie debe saberlo. O te lo querrán robar.”
“¡Ah!” dijo Rosendo, mirando los peines para ver si alguno
destacaba.
“Es el quinto. Podría haber sido el tercero, que el tres es
un número muy mágico, o el séptimo, que es el de la suerte. Pero para
disimular, es el quinto. Es un número menos notorio.”
“¡Ah!”
“Sácalo. El quinto peine. Lo tienes que saber distinguir de
los demás. Tú sí.”
“Por el tamaño,” dijo Rosendo.
“Cuando está entre los otros sí, pues todos tienen distinto
tamaño, pero si lo ves sólo, no será tan fácil.”
“Aquí la piedra es un pelín más oscura que en los demás. En
esta esquina. Parece que hay un dibujo de una carita.”
“Pues eso también. Escucha, este peine es una genuina réplica del
que he usado para dormir a AEterno. Este se despertará en cualquier minuto. Muy
relajado al principio, y con suerte llevará a las niñas a celebrar el mes
de mayo. Pero probablemente no tarde en ponerse como una fiera en cuanto alguien le recuerde a Durisilva y el pájaro ladrón
y el pelucón habitado.”
“¡Oh, lo harán las niñas! Le dirán que el pelucón está plagado
de nidos.”
“Pues no hay tiempo que perder. Tengo que cargar el peine.
¿Dónde hay agua? Basta con un poco de agua de esta bendita isla. Cada vez que
lo hayas usado, lo lavas, y ya está. Listo para funcionar de nuevo.”
“Hay una fuente ahí mismo,” dijo Rosendo. “¿Pero vale esa
agua?”
“Sí, porque será de la isla. Ahora lo sabremos.”
La bisabuela y su bisnieto se acercaron a una de esas
muchas fuentecillas que hay por toda la isla, pensadas para cualquiera que
tenga sed o quiera refrescarse. El agua que mana de ellas es purísima, musical
y cristalina, con ligerísimos reflejos azules. Divina lavó el quinto peine en
esta agua.
“Disfruta de mí y mis poderes,” dijo el agua, conforme caía,
con voz de campanilla de plata. El agua de las fuentes de Isla Manzana es así.
Canta más que habla, con una voz preciosa, y te invita a utilizarla.
“Ya está,” dijo Divina, tras darle las gracias al agua. “No
hace falta dejar el peine a remojo a la luz de la luna ni nada de eso. Con un baño
basta. Ahora puedes tranquilizar a cualquiera que se deje peinar. En tu caso,
el primero será Durisilva.”
“¡Oh!” dijo Rosendo.
“Mira, te voy a dar un folleto con las instrucciones para
el uso del peine mágico. Léelas ahora mismo con mucha atención y procura
asimilarlas, porque el folleto se va a autodestruir dentro de nada. ¿Entiendes
que este regalo que te hago es algo importantísimo y hay que tener mucho
cuidado con él? Puede dejar k.o. a cualquiera.”
“Sí, bisabuela.”
El folleto que Divina hizo aparecer decía:
Primero: Nunca levantes sospechas. Lava todos los peines a la vez siempre que no resulte raro que hagas eso, para no levantar sospechas. Segundo: Da un masaje en la cabeza al paciente que está siendo tratado para que todos crean que es el masaje el responsable de que el paciente se quede frito. Unos cinco minutos lleva eso. Dile al paciente que durante el masaje debe mantener los ojos cerrados para relajarse mejor. Eso debería despistar a cualquiera que te observe. Tercero: Pasa el peine inmediatamente después de acabar el masaje. Que parezca que se hace para no dejar despeinado al paciente. En cuanto el peine roce al paciente, este caerá dormido. Tres pasadas del peine bastarán para que el paciente quede roque una horita. Cuanto más se empleé el peine, más tiempo quedará roque el paciente. Cuarto: La tranquilidad que sentirá el paciente al despertar durará setenta y dos horas si ha dormido una hora entera. A no ser que alguien le soliviante mucho. Aun así, actuará siempre con mayor lucidez y tranquilidad cuando tenga que tomar cartas en cualquier asunto. Quinto: No uses el peine con cualquiera. Y ni se te ocurra probarlo en ti mismo. Es un arma peligrosísima esta que te está siendo confiada.
EN EL CASO DE DURISILVA: Habla primero con el apotecario Henny Parry, dile que vienes de mi parte, es de confianza. Entre los dos le explicáis a ese loco que tiene que someterse a un tratamiento diario si quiere librarse de sus ideas delirantes. Una vez convencido, y ojalá se deje convencer pronto, dile que el tratamiento consiste en que pase por la peluquería todas las mañanas a la hora de apertura. Él no tiene que hacer más que aparecer por ahí y ponerse en tus manos. Tú le das un masaje en la cabeza para disimular. Unos cinco minutos. Luego le pasas el peine, inmediatamente, y a la primera se quedará frito. Sí, en cuanto el peine le toque el coco, caerá frito. Parecerá que ha sido por el masaje. Le peinas un poco, como si es para que no tenga pelos de loco, y te vas a lavar el peine y lo guardas mientras él duerme. Hazlo todo sin levantar sospechas. Sé muy natural. Durisilva despertará nuevo, y aunque el efecto puede durar setenta y dos horas, recuérdale que el tratamiento ha de ser diario y que tiene que volver a la mañana siguiente a la misma hora. Lo hará, está desesperado.
El folleto se autodestruyó en cuanto lo leyó Rosendo que dijo que se había enterado bien, y que se acordaría de todas las instrucciones. Yo, Dolfitos, también leí el folleto, por si a Rosendo le fallase la memoria. La mía es fotográfica e infalible.
“Un último consejo,” dijo la bisabuela Divina a Rosendo. “Es posible que Durisilva quiera mudarse a vivir a la peluquería del miedo que le dará faltar a su cita matutina. Eso lo habláis con Malvinio. Si hace falta, hablo yo antes con él. Sí, hablaré ya mismo yo misma con Malvinio por si acaso. No te preocupes por ese detalle. Es cosa mía. Ya mismo, yo misma.”
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