307. Los
Teos
“Escúchame con gran atención, Rosendo, cariño. Estoy apunto
de hacerte un regalo, pero has de prometer que lo defenderás. No debe caer en
manos equivocadas jamás.”
“Haré todo lo que pueda, Bisabuelita,” dijo el pequeño
peluquero a la Dama Divina.
“Bien, pues he llamado a los Teos. Y deberían llegar en
cualquier momento con tu regalo.”
Divina a penas había hablado cuando un joven muy sonriente,
de unos dieciocho o diecinueve años apareció delante de esta señora y su
bisnieto.
“¡Señora!” cantó, y la entregó un paquetito rectangular
envuelto en papel dorado y con un lazo azul cobalto.
“Eso será todo, Teodoro,” dijo Divina, sonriendo también. Y
el joven desapareció.
“Bueno, pues ya sabes bien que en esta isla intentamos
vivir la mar de bendeidos. Buen clima, buena comida, buenas viviendas y lo
mejor de todo, buenos modales y hasta mejores intenciones. Y probablemente
también estes enterado de que ahí fuera las cosas son bastante diferentes para
muchos. Pero hasta esos tiene sus grados. El diciembre pasado conociste en el
bazaar de navidad de Santa Lucia a tus tios abuelos Generoso y Dadivosa, que
son los organizadores de ese evento. Son buena gente, muy buena. Pero no pueden
vivir en nuestra isla. Son tan buenos que sienten una necesidad irresistible de
vivir ahí fuera, entre gente desgraciada. Tuvieron una casa aquí. De hecho,
llegamos a darles hasta tres. Una tras otra. Porque eran tan buenos se las
cedieron a gente que no podía vivir en ellas. Bueno, los Teos sí que podían y
siguen viviendo en una. Pero el resto de la gente que Dadivosa y Generoso
trajeron a la isla…pues tuvimos que invitarles a marcharse, o se fueron
disgustados porque pensaban que merecían más y lo conseguirían ahí fuera. Pero
hemos aceptado a los Teos porque no hacen daño a nadie. ¿Te estás preguntando
quiénes son los Teos?”
“Sí,” dijo Rosendo.
“Una vez que recibieron su tercera casa ideal, Divina y
Generoso comprendieron ellos mismos que no podían vivir aquí. La gente a la que
habían cedido las casas anteriores no sólo las destruyeron sino que también
pensaron que no eran casas lo bastante buenas para ellos. Verás, las casas
ideales de Generoso y Dadivosa no son exactamente la clase de mansión que la
gente mala ansía tener. No todo el mundo aprecia la pobreza y la miseria como
la pareja generosa. ¿Sabes lo que es un protestante?”
Rosendo sacudió la cabeza.
“Los protestantes son
mortales, algunos de los cuales tienen una idea que se conoce como la ética del
trabajo. Creen que los mortales que no curran e intentan salir adelante y
triunfar en la vida no pueden acceder a uno de esos cielos a los que van los
mortales buenos cuando la palman. Otra clase de gente cree que cuanto más pobre
y desgraciado seas, más probabilidades tienes de ser bien recibido en algún
cielo. No sé por qué te estoy contando todo esto. La gente mala que trajeron
los Generosos no eran protestantes, sólo gente tonta que se creía con derecho a
más y gratis, a beneficiarse del esfuerzo de otros. Eso debe tener algo que ver
con lo que estoy diciendo. Generoso y Dadivosa no son selectivos. Ayudan a cualquiera que se les cruza por el
camino, sean gente buena o mala. ¿Me pregunto si ven la diferencia o no? En
cualquier caso, hay grupos de gente que cree que sólo los infelices pueden
entrar en el cielo de los mortales, pero no vamos a ahondar en eso. Todo lo que
necesitas saber ahora mismo para entenderme es que para vivir en esta isla de
los benditos no necesitas ser ni espantosamente pobre ni exageradamente rico.
Todo lo que necesitas es ser un buen vecino. Por eso nos llaman los buenos
vecinos a nosotros. A nuestra clase de hadas.
Ese es el apellido de nuestra familia. ¿Creías que era Ricatierra? Ese
también es un nombre que puedes llevar tú, porque es el nombre de tu padre.
Pero tu bisabuelo es el Señor Buenvecino. Y tú eres un Buenvecino, así que
compórtate. Pórtate siempre bien.”
Rosendo dijo que lo hacía. Decían que era el más bueno de
sus hermanos.
“Así que la pareja generosa nos dijo a nosotros, `Mirad,
hermanos, sabemos que os estamos fallando y sabemos que nos tenemos que ir de
la isla.´ Así que lo que hicimos es que les dimos una cuarta casa ideal que
situamos en el Bosque Triturado, junto a la del Cochero de la Muerte. Había un
niño ahí que también tenía una casa ideal exiliada. Una colosal casa. Pero se
la ha llevado a una isla. A la nuestra no. ¿Sabes quién es el Señor Cochero de
la Muerte?”
“No,” dijo Rosendo.
“Es alguien que prefiere vivir cerca de su trabajo. Y no le
conoces porque aquí no tenemos uso para él. Su lugar está entre los mortales.”
“¡Oh!” dijo Rosendo.
“¿Todavía te estás preguntando quiénes son los Teos? ¿O ya
te has olvidado de ellos?”
“Sí,” dijo Rosendo.
“Espero que ese sí signifique que sí que recuerdas de que
estábamos hablando, que es sobre los Teos. Bueno, pues Generoso y Dadivosa se
fueron a vivir entre mortales y hadas malas. No quiero decir que ayuden a las
hadas malas a hacer sus fechorías, aunque en ocasiones el bien que intentan
hacer sale mal. La mayoría de las hadas defectuosas no quieren ni acercarse a
Generoso y Dadivosa. La pareja generosa les da grima. Pero hadas que están
confundidas o tienen problemas mentales que las hacen inestables sí que se
dejan ayudar. Los mortales buenos también agradecen la ayuda. ¿No me vas a
preguntar quiénes son los Teos?”
“Sí.”
“Pues, hazlo, cariño. Para que pueda seguir con nuestro
negocio.”
“¿Quiénes son los Teos, Bisabuelita?”
“Cuando Generoso y Dadivosa dejaron la isla, dieron su
tercera casa local a cinco mortales que casi se ahogaron en el Estanque Refunfuñon.
En realidad dos o tres se ahogaron en serio. ¿Vas a preguntarme si ese estanque
es el mismo lugar que el Lago Fosforito?”
“¿Lo es, Bisabuelita?”
Rosendo nunca había oído hablar ni del Estanque Refunfuñon
ni del Lago Fosforito.
“Los son. Son el mismo sitio. No se trata de un lago
grnade, pero el sol nunca llega al fondo de ese lugar. Así que no es un
estanque pequeño tampoco. Debería tener nombre propio un lugar así. ¿A qué sí?
Un nombre para algo que está entre un estanque y un lago.”
“Ya veo,” dijo
Rosendo.
“No, cielo. No ves nada, Porque el sol no llega al fondo de
ese lugar, tal y como te he dicho. E incluso los que estamos dotados de una
estupenda visión nocturna jamás hemos visto el fondo de ese lugar, aunque he de
admitir que es porque no nos da la gana. ¿Y tú? ¿Te gustaría saber que hay en
el fondo de ese lugar?”
“No personalmente,” dijo Rosendo, con cierta dificultad. Quería
expresarse bien, y lo hizo. “Pero si tú me dices lo que hay, lo escucharé con
agrado.”
“Pues personalmente tampoco lo sé. Nunca he estado ahí.
Pero sí sé que hay viviendo en ese cuerpo de agua un número de
fantasmas. Profundo, pero no ancho. Así es el Lago Fosforito o Estanque
Refunfuñon. Así que los fantasmas están algo hacinados ahí. Algunos no son de
los que aprecian la compañía de otros seres. Todo lo contrario. Son espíritus
solitarios de esos que viven en bosques. Así que ese no hubiese sido un buen
lugar para vivir para los Teos. Son muchos y algo ruidosillos. Los Teos. Y por
eso tus tíos abuelos, Generoso y Dadivosa, sacaron a los Teos del lago o
estanque antes de que todos se hubiesen ahogado como está mandado.”
“Los Teos son fantasmas?” Rosendo se había dado cuenta de
que tendría que hacer preguntas.
“No todos ellos. Dos se ahogaron sin duda alguna. Uno no
quería vivir si otro estaba muerto. Otro más decidió que no quería vivir si
otro más estaba muerto. Y el que quedaba decidió que era mejor dejar de ser
mortal también.”
“¿Hay cinco Teos?”
“Tus preguntas se están volviendo más y más inteligentes,”
sonrió Divina. “Pero hay seis Teos, aunque el sexto, que es realmente el
primero, no es pariente de los otros. Aunque la verdad es que ningún Teo es
pariente de los demás tampoco. Vas a decir que no entiendes nada de lo que
digo. ¿A qué sí?”
“¿Es una adivinanza?”
“No. Es mi manera de contar las cosas. Molesta a un montón
de gente. Mi manera de decir las cosas. Pero esa es. ¡Ya sé! Te lo voy a
dibujar para que lo entiendas mejor. Toda esta información. Eso debería
ayudarte a comprender.”
Y Divina hizo que se materializase un block de papel de
esos de artista y también sacó de la nada unos siete rotuladores de colores.
Distintos. Y todas estás cosas se quedaron tiesas ahí en el aire ante ella y su
nietecito mientras ilustraba la historia de los Seis Teos.
“Esto es una barquita. De esas de remos. Ahora metemos a
gente en ella. Más gente de la que deberíamos meter. Este chico es Teodoro. Le
llamaremos Tedi si nos acordamos de hacerlo. Está remando. También está remando
Teona. Están enamoradísimos. Pero no están en un túnel del amor. Aunque el
barco esta diseñado para dos. Pero ellos no son conscientes de eso. De que sólo
es para dos. ¡Ay, vaya! ¿Cómo dibujo eso? Que son unos inconscientes
ignorantes. ¿Cómo hago que parezcan ignorantes? ¿Te parecen ignorantes?”
“Ignorantes,” asintió Rosendo, tras estudiar el dibujo
atentamente.
“Bien. Como iba diciendo, no es este lugar un túnel del
amor. Es el Lago Fosforito. Mira todo este limo verdoso y toda esta agua
malhumorada. Y uno de los niños que hay abordo es un fosforito y se está
alterando. Ah, pero si no he dibujado a los niños aun. Teona es su cangura y
pensó que sería divertido ir de camping. Como dije, una ignorante. Ni ella ni
Tedi Teodoro han estado de camping antes en sus vidas. ¿Se nota que no tienen
ni idea de lo que están haciendo? Claro que siempre hay una primera vez para
todo, pero siempre tienes que tener cierta idea de lo que estás haciendo antes
de ponerte a hacerlo. ¿Se nota que no tienen ni idea? Mira, voy a dibujar a
Teona sujetando a un niño con una mano y a otro con una pierna, porque con la
otra mano está intentando remar. Eso debería mostrar el lío en el que la pobre
se ha metido. Verás, es que hay un tercer crio. Le dibujaré ahora porque es el
más fosforito. Se llama Mateo. ¿Ya te he dicho eso o no? Bueno, te lo digo
ahora. Así que el Estanque Refunfuñon está empezando a refunfuñear porque hay
un niño hundiéndose en él. Mira como se hunde. Le voy a dibujar cinco o seis
veces hundiéndose cada vez más profundamente para que te hagas una idea de lo
horrible que es lo que está pasando. Sé que dije que nadie sabe a cuanto está
el fondo de este cuerpo de agua, pero está claro que la forma de llegar ahí es
bajar. Así que Mateo va bajando. Más y más. ¿Te haces una idea, verdad? Ahora
Teodoro ya no aguanta los gritos
histéricos de Teona así que se lanza al agua también. Para pescar a
Mateo. Pero hay algo en el agua que tira de él para abajo. Y ni puede ver a
Mateo. Voy a tapar todo esto con tinta negra para que veas que nada se ve. De
lo oscuro que está todo. Ahora Teona también se tira al agua, porque su noviete
no resurge. Le dice a los otros dos niños que se queden quietos parados hasta
que vuelva. La voy a dibujar gritando “¡Quietos parados!” mientras salta.
Pero Timoteo ya ha saltado al agua también antes de que ella ha dejado de
gritar. Es muy empático. Pero no sé como puedo dibujar que siempre siente mucha
empatía. Sólo que toda está tragedia le ha afectado y que va a intentar salvar
a su amigo Mateo. Ahora pasa algo bueno. Dos hadas bondadosas ven lo que está
pasando y salen al rescate. Vienen volando. Mira sus alas. Pues sacan del agua
a la cangura y al niño Timoteo, el empático. Pero la chica dice que no quiere
vivir sin su novio. Y Timoteo no dice nada porque está tosiendo agua a lo
bestia como un grifo lleno de aire porque nadie lo han usado en un tiempo. Mira
que ruiditos he dibujado aquí. Así que las hadas buenas vuelven a tirarse al
agua para sacar a Teodoro y Mateo, que desgraciadamente ahora son fantasmetes
confundidos, que todavía no se han percatado del todo del cambio que han pegado. No saben si toser o no. Puede que ya no sea necesario. Entre nosotros,
no lo es, lo sabemos, porque somos conscientes de que han muerto. No es fácil
agarrar a un fantasma, pero supongo que tú sabes eso porque tienes un hermanito
y una hermanita que lo son porque también se ahogaron, aunque tú no estabas ahí
para salvarles, pero eso no es tu culpa así que no te obsesiones ahora con eso.
Prométeme que no lo harás.”
“Lo prometo,” dijo Rosendo. “Sí que no se les puede agarrar
si no se dejan.”
“Lo prometes. Bien, porque así puedo volver a la historia
de los Teos. Generoso y Dadivosa – ¿te he dicho que ellos eran las hadas
buenas? No, no recuerdo haberlo dicho, pero lo digo ahora. Pues están
discutiendo con la chica que no quiere vivir ahora que su novio es un
fantasma. Y ella tampoco quiere tener que dar explicaciones a los padres de
Mateo sobre lo que le ha pasado. Bien, pues una ley de las hadas dice que si un
mortal te ve, has de desaparecer en el acto. Eso seguro que te lo han enseñado
si es que no has nacido sabiéndolo. Cosa del instinto. Pero si hablas con un
mortal, entonces tienes que abducirlo. Así que Generoso y Dadivosa le dicen a
Teona que no hace falta que se ahogue, que ellos la abducirán y convertirán en
un hada y podrá estar con Teodoro porque ambos serán espíritus y pueden tener
trato. La pareja generosa también va a tener que abducir a los niños, porque
son testigos, pero a estos les pueden devolver pasado un tiempo, aunque puede
no resultar conveniente porque a veces los abducidos que vuelven al mundo
mortal caen fulminados nada más entrar en él, convertidos en un montón de
cenizas por aquello de que el tiempo no es igual aquí que allí y envejecen de golpe allí todo lo que no han envejecido aquí. El niño que
está seco dice que él prefiere quedarse con sus amigos a regresar a casa de
todas formas. Así que Dadivosa le coge de la mano. Mira, ¿ves como está sequito
este crio? Milagrosamente no se ha caído este al agua. Por eso no le he
dibujado todo mojado como a los otros dos. Puede que algo le haya salpicado un
poco…no sé. Pero cuando Dadivosa intenta coger de la mano al crio que casi se
ahoga, resulta que no se le ve por ningún lado. ¿Quieres saber por qué? ¡Claro
que quieres! No sé porque pierdo el tiempo preguntando. Pues porque se ha
vuelto a caer al agua. Y Generosa se va a lanzar a por él pero de pronto
aparece…¿quién aparece arrastrando al crio ese que está otra vez tosiendo a lo
bestia? ¿Lo adivinas?”
“¿Espíritus acuáticos?” preguntó Rosendo.
“¡NO! Cuenta con tus deditos, cariño. ¿Cuántos Teos hay?”
“Dos fantasmas y tres abducidos.”
Hasta ahí podía contar Rosendo.
“¡El sexto Teo! ¿Recuerdas que te dije que había un Teo que
no tenía nada que ver con los demás? Deja que le dibuje para ti. Ese es su aspecto.
Sí así exactamente es Teófilo Apocado.”
“¡Teo!” exclamé yo,
Dolfitos, el hojita intelectual que estaba escuchando todo lo que hablaban la
Señora Divina y su bisnieto. Puedo hacerlo porque a los hojitas se nos
consiente, ya que todos saben que jamás contamos lo que escuchamos a no ser que
nos de la gana, que no suele ser el caso.
“Dile a Rosendo quién es Teófilo,” me sonrió Divina. “Estoy
algo cansada de tanto hablar.”
“Teo era de una familia de parahadas. Vivía con sus gente
en el Bosque Triturado, en una casa conocida como la casa parroquial del
Bosquecillo de los Búhos. Su familia sigue allí, pero son todos fantasmas
ahora, salvo su hermano menor, Tyrone, y la esposa de este, Felina. Teófilo
vive en una cabaña que hay en el terreno de esa casa con otros muchachos.”
“Con Mateo, Timoteo y Doroteo. Doroteo es el chico que no
se mojó. el seco del dibujo. Se me olvidó decirte que se llamaba así. Generoso
y Dadivosa se llevaron a los cinco Teos
a su tercera casa en Isla Manzana, pero los niños se hicieron muy amigos de
Teófilo y se lo pasan mejor viviendo con él.”
“¿Teófilo es un fantasma o un abducido?”
“No está del todo claro,” dije yo.
“Ah, lo que es es un muchacho muy amable,” dijo Divina. “Los
espíritus del agua le querían mucho y le convirtieron en uno de nosotros cuando
estaba a punto de morir. Los tres niños que estuvieron involucrados en el
follón del lago habitan en la cabaña con él, pues Teófilo comparte ese techo
con ellos. No hacen más que pasar el tiempo disfrutando de la naturaleza. La cangura y su novio viven aquí, en la isla, en la casa que les cedieron Generoso
y Dadivosa. Él trabajaba en una fábrica manufacturando muchas clases de cosas.
Sigue haciendo eso, pero para entretenerse, no para vivir, pues está muerto.”
“¿Teodoro?” Rosendo había
entendido que se esperaba de él que hiciese preguntas.
“Tedi, sí. Y Teona. Ellos viven aquí. ¿Quieres saber lo que
hay en la cajita que nos ha traído Tedi Teodoro?”
Rosendo asintió.
“Si puedo.”
“Una replica.”
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