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domingo, 6 de julio de 2025

310. En el astillero de la Universidad de Tímote

310. En el astillero de la Universidad de Tímote

“¿Así que quieres ser un arquitecto naval?” la pequeña hada lagartija le preguntó a su hermano Esmeraldo, el todavía más pequeño hada caballito de mar.

“¿Un qué?”

“Eso es lo que la gente que construye botes se llama. Arquitectos navales. Tienes tantísimas naves que Papi te ha regalado, pero dices que quieres construir una tú mismo.”

“Correcto. Un arquitecto naval seré pues. Eso es lo que quiero ser.”

Azulina consultó su bolita de cristal portátil y dijo, “La persona que te puede enseñar el oficio es un tal profesor Atizaola. Es el jefe de la facultad de Arquitectura Naval e Ingeniería Marítima de la Universidad de Tímote, sea lo que sea eso, y puede concederte una licenciatura. ¿Vamos a por ella? Tímote no está en nuestra isla. Tal vez no deberíamos ir allí.”

“¡Sí! ¡Sí que iremos! No diremos nada a nadie. ¡Será una sorpresa cuando volvamos con el título!”

“Bueno, ya que es para un buen propósito…Es por cuestión de estudios, y aprender siempre es bueno…Justifica saltarse las normas…”

“Yo soy un ve-a-por-ello! ¡Voy a ir a por ello!”

“Bueno pues yo soy la guardiana de mi hermano. Una ve-a-protegerle. Iré contigo.”

Ahora cualquiera con dos dedos de frente te puede decir que las hadas no van a las universidades a no ser que estén mal de la cabeza y a punto de pasarse a l lado oscuro. Pero aunque Esmeraldo y Azulina eran muy emprendedores, no tenían casi ni dos añitos y no sabían mucho sobre el lado oscuro de las universidades ni de lo oscuro en general  salvo que te puede comer un coco. Sólo soñaban con la alegría y el orgullo de poder construir sus propias naves, así que se fueron a por el conocimiento y el título a Tímote, un lugar al borde de una entrada al inframundo que estaba justo entre el diablo y el profundo mar azul.

“¿Y de dónde venís vosotros dos nenes resabidos?” bostezó Tanaceto Camamandrágoras. Nuestro viejo conocido, el extraño artista, estaba falsificando Turners junto al profundo mar azul. Había una vista esplendida del océano justo delante del astillero de la Universidad de Tímote, y ahí era donde estaban ya los niños hada.

“Somos dos de los hijos de Demetrio Estrarico Ricatierra.”

“¡Ahhhhhhhh!”   exclamó  Tanaceto suavemente pero impresionado. “ ¡Entonces sois nietos de AEterno Virbono! Y por lo tanto no hay quién os niegue admisión. Déjales ser tus alumnos si sabes lo que vale una buena recomendación, Atizaola.”

El Profesor Atizaola era un individuo muy alto, tan alto como la ola soñada del más osado de los surfistas, y el tipo se consideraba un gigante entre las hadas del lado oscuro. O eso quería que pensasen de él los demás. Y le importaba un rábano rojo lo que era conveniente para él. Era un tío combativo que disfrutaba de chinchar y se alimentaba de feas broncas. Siempre quería ver quién quedaría de pie.

“¿Sabes esos maestros que todos dicen que son buenísimos?” le preguntó Atizaola a Camamandrágoras. “No son más que unas magdalenas sentimentales que se desmoronan con mirarlas. Un auténtico maestro  jamás enseña. Espera a que sus discípulos aprendan por si mismos.”

“Ya…veo…” murmuró Tanaceto. “Pos vale.”

“Mañana antes del amanecer. Cuando está más oscura la noche.  Exactamente a las tres y cuarto. Entonces examinaré a los aspirantes a arquitecto naval. Ahí en esa cueva que hay junto al astillero,” dijo Atizaola, sonriendo cruelmente a los niños.

“¿Selectividad? ¿Un examen de entrada?” preguntó Tanaceto.

“Por supuesto que no. Un examen de patada. Sales de él de una patada y con un diploma en la mano si apruebas. Y si no apruebas, de una patada y con las manos vacías.”

“Ah. Ya veo,” dijo Tanaceto.

Pero Azulina era la que lo veía claro. Ni ella ni su hermano necesitaban la aprobación de un matón. Nada que ver con acosadores. Así que los niños no se matricularon para el examen y no pagaron un solo hadapenique. Azulina cogió a Esmeraldo de la manita y le llevó a la biblioteca de su Tía Mabel en la Mansión Gentil.

“La tita dice que no hay nada que uno no pueda encontrar en la biblioteca adecuada,” le dijo Azulina a su hermanito. “No vamos a entrar en el juego de ese sinvergüenza. Ni en su cueva. Puede que nos coma o algo. No me gusta como me ha mirado. Ni como te ha mirado a ti. No era sólo que nos quisiese humillar. Su mirada era de algo peor que desprecio. Era siniestra. Si tenemos que hacer esto por nuestra cuenta, nos prepararemos realmente por nuestra cuenta, sin tener nada que ver con ese idiota. Vamos a empezar por ver qué información hallamos aquí mismo.”

Tuvieron suerte. Como el padre de Mabel, el Memorión, era un hada marina que vivía en un buque junto a Isla Manzana, en menos de media hora  Azulina había apilado dos docenas de libros sobre construcción de naves que les iban a ser útiles. Y había descartado tres libros ininteligibles que había escrito el mismísimo Atizaola. Pero Esmeraldo se había aburrido y caído dormido, y cuando despertó de la cabezadita dijo que él no iba a leerse todos esos libros. Si no podía aprender a ser arquitecto naval de forma práctica, sería en vez un pirata. Eso es lo que tratar con Atizaola le había hecho. Le había convertido en un delincuente.

“Lo primero que haré será robar un barco,” dijo el niño.

“¿Qué? Pero si tienes docenas de barcos. ¿Por qué necesitas robar uno?”

“Es cuestión de principios, hermanita. Ningún pirata que se respete a si mismo va merodeando por ahí en un barco que su papaíto le ha regalado por Navidad.”

Y Esmeraldo se largó para  buscar guerra.

Azulina le hubiese seguido, pero pensó que podría serle más útil si se quedase a leer todos esos libros que había seleccionado. Como era no sólo una lectora voraz sino también una muy rápida, pensó que daría tiempo antes de que se metiese en un lio su hermano.

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