310. En el astillero de la Universidad de Tímote
“¿Así que quieres ser un arquitecto naval?” la pequeña hada
lagartija le preguntó a su hermano Esmeraldo, el todavía más pequeño hada
caballito de mar.
“¿Un qué?”
“Eso es lo que la gente que construye botes se llama.
Arquitectos navales. Tienes tantísimas naves que Papi te ha regalado, pero
dices que quieres construir una tú mismo.”
“Correcto. Un arquitecto naval seré pues. Eso es lo que
quiero ser.”
Azulina consultó su bolita de cristal portátil y dijo, “La
persona que te puede enseñar el oficio es un tal profesor Atizaola. Es el jefe
de la facultad de Arquitectura Naval e Ingeniería Marítima de la Universidad
de Tímote, sea lo que sea eso, y puede concederte una licenciatura. ¿Vamos a
por ella? Tímote no está en nuestra isla. Tal vez no deberíamos ir allí.”
“¡Sí! ¡Sí que iremos! No diremos nada a nadie. ¡Será una
sorpresa cuando volvamos con el título!”
“Bueno, ya que es para un buen propósito…Es por cuestión de
estudios, y aprender siempre es bueno…Justifica saltarse las normas…”
“Yo soy un ve-a-por-ello! ¡Voy a ir a por ello!”
“Bueno pues yo soy la guardiana de mi hermano. Una
ve-a-protegerle. Iré contigo.”
Ahora cualquiera con dos dedos de frente te puede decir que
las hadas no van a las universidades a no ser que estén mal de la cabeza y a
punto de pasarse a l lado oscuro. Pero aunque Esmeraldo y Azulina eran muy
emprendedores, no tenían casi ni dos añitos y no sabían mucho sobre el lado
oscuro de las universidades ni de lo oscuro en general salvo que te puede comer un coco. Sólo
soñaban con la alegría y el orgullo de poder construir sus propias naves, así
que se fueron a por el conocimiento y el título a Tímote, un lugar al borde de
una entrada al inframundo que estaba justo entre el diablo y el profundo mar
azul.
“¿Y de dónde venís vosotros dos nenes resabidos?” bostezó
Tanaceto Camamandrágoras. Nuestro viejo conocido, el extraño artista, estaba
falsificando Turners junto al profundo mar azul. Había una vista esplendida del
océano justo delante del astillero de la Universidad de Tímote, y ahí era donde
estaban ya los niños hada.
“Somos dos de los hijos de Demetrio Estrarico Ricatierra.”
“¡Ahhhhhhhh!”
exclamó Tanaceto suavemente pero impresionado. “ ¡Entonces sois nietos
de AEterno Virbono! Y por lo tanto no hay quién os niegue admisión. Déjales ser
tus alumnos si sabes lo que vale una buena recomendación, Atizaola.”
El Profesor Atizaola era un individuo muy alto, tan alto como la ola
soñada del más osado de los surfistas, y el tipo se consideraba un gigante
entre las hadas del lado oscuro. O eso quería que pensasen de él los demás. Y le importaba un
rábano rojo lo que era conveniente para él. Era un tío combativo que disfrutaba
de chinchar y se alimentaba de feas broncas. Siempre quería ver quién quedaría de pie.
“¿Sabes esos maestros que todos dicen que son buenísimos?”
le preguntó Atizaola a Camamandrágoras. “No son más que unas magdalenas sentimentales
que se desmoronan con mirarlas. Un auténtico maestro jamás enseña. Espera a que sus discípulos
aprendan por si mismos.”
“Ya…veo…” murmuró Tanaceto. “Pos vale.”
“Mañana antes del amanecer. Cuando está más oscura la noche. Exactamente a las tres y cuarto. Entonces
examinaré a los aspirantes a arquitecto naval. Ahí en esa cueva que hay junto
al astillero,” dijo Atizaola, sonriendo cruelmente a los niños.
“¿Selectividad? ¿Un examen de entrada?” preguntó Tanaceto.
“Por supuesto que no. Un examen de patada. Sales de él de
una patada y con un diploma en la mano si apruebas. Y si no apruebas, de una
patada y con las manos vacías.”
“Ah. Ya veo,” dijo Tanaceto.
Pero Azulina era la que lo veía claro. Ni ella ni su hermano necesitaban la
aprobación de un matón. Nada que ver con acosadores. Así que los niños no se matricularon para el examen y
no pagaron un solo hadapenique. Azulina cogió a Esmeraldo de la manita y le llevó a
la biblioteca de su Tía Mabel en la
Mansión Gentil.
“La tita dice que no hay nada que uno no pueda encontrar en
la biblioteca adecuada,” le dijo Azulina a su hermanito. “No vamos a entrar en
el juego de ese sinvergüenza. Ni en su cueva. Puede que nos coma o algo. No me
gusta como me ha mirado. Ni como te ha mirado a ti. No era sólo que nos
quisiese humillar. Su mirada era de algo peor que desprecio. Era siniestra. Si
tenemos que hacer esto por nuestra cuenta, nos prepararemos realmente por
nuestra cuenta, sin tener nada que ver con ese idiota. Vamos a empezar por ver
qué información hallamos aquí mismo.”
Tuvieron suerte. Como el padre de Mabel, el Memorión, era
un hada marina que vivía en un buque junto a Isla Manzana, en menos de media hora Azulina había apilado dos docenas de libros
sobre construcción de naves que les iban a ser útiles. Y había descartado tres libros ininteligibles que había escrito el mismísimo Atizaola. Pero Esmeraldo se había
aburrido y caído dormido, y cuando despertó de la cabezadita dijo que él no iba
a leerse todos esos libros. Si no podía aprender a ser arquitecto naval de forma práctica,
sería en vez un pirata. Eso es lo que tratar con Atizaola le había hecho. Le
había convertido en un delincuente.
“Lo primero que haré será robar un barco,” dijo el niño.
“¿Qué? Pero si tienes docenas de barcos. ¿Por qué necesitas
robar uno?”
“Es cuestión de principios, hermanita. Ningún pirata que se
respete a si mismo va merodeando por ahí en un barco que su papaíto le ha
regalado por Navidad.”
Y Esmeraldo se largó para buscar guerra.
Azulina le hubiese seguido, pero pensó que podría serle más
útil si se quedase a leer todos esos libros que había seleccionado. Como era no
sólo una lectora voraz sino también una muy rápida, pensó que daría tiempo
antes de que se metiese en un lio su hermano.
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