Su
otra oficina es un lugar secreto. Tiene la forma de un submarino,
porque en realidad es justamente eso. El Sr. Binky guarda allí todos sus
documentos secretos. Y guarda el submarino en la parte más turbia y fangosa del
Pantano Tenebroso.
El Tenebroso es una pantano
que algunos dicen está en el Bosque Triturado mientras otros sostienen que sólo
roza los límites del bosque. Es un lugar tan tétrico que hasta los
omnipresentes topos sólo van a espiar por allí cuando no les queda otro
remedio. Se dice que el sol jamás ha estado en este pantano y que la luna sólo
aparece un par de días al mes, con su contorno más esbelto y menos visible.
Se dice que en esta oficina el Sr. Binky
suele quemar el aceite de las lámparas de medianoche y con demasiada
frecuencia, cuando la mayoría de la gente está de fiesta, penetra en el
pantano, vadea hasta su submarino, lo hunde tan profundamente en la arena
movediza como puede y se pone a estudiar sus secretos hasta que los festejos se han acabado y el mundo normal vuelve al trabajo.
Un treintaiuno de diciembre estaba
haciendo exactamente lo descrito cuando sintió que necesitaba un soplo de aire
fresco. Después de todo, llevaba allí enterrado en un montículo de papel tanto
tiempo que pensó que no lograría resurgir de él.
El Sr.
Binky sacó primero un pulgar y luego una mano y finalmente su cabeza del
montículo de papeles secretos y confirmó que le vendría bien algo de aire puro. Permitió
a su submarino subir a la superficie, se deslizó fuera de él
silenciosamente y salió del Pantano Tenebroso, porque ahí había de todo menos
aire fresco.
Una vez fuera del pantano, el Sr. Binky se adentró en el Bosque
Triturado. El aire allí no podía ser más puro. Olía a pinos y a otras plantas
siempre verdes y a aguanieve recién caída. Aunque casi era el crepúsculo, el
Sr. Binky podía ver bien el camino. Respirando ese aire tan
sano, el Sr. Binky decidió que pasearía un rato por el bosque. Y eso
hizo, y en su mente, se puso a soliloquiar.
“¿Qué mala suerte tengo!” pensaba el primer
ministro dejando de ser tan positivo como le gustaba ser y revolcándose en sus
miserias para variar.
“No había escrito una carta pidiendo regalos desde que cumplí los seis años. El día antes
de ayer escribí una a los reyes magos de oriente para pedir dinero para mi escuela. Si pueden darle a un
niño un cheque en blanco para resolver un problema ridículo, claro que podrían
ayudarme a mí con mis problemas intermundiales. Yo
me merezco esa escuela. El Bien de Todos la requiere. Así que me senté
y escribí una carta a los magos. ¿Y qué ha pasado? Pues que los magos
van y se arruinan.”
El Sr.
Binky llevó su mano al bolsillo que había sobre su corazón. Allí guardaba la
carta que había escrito. Se asemejaba un poco a Napoleón cuando hacía eso,
excepto que no llevaba sombrero y no tenía ningún parecido físico en absoluto
con el Sr. Bonaparte.
“Claro que hay modos de
hacer dinero. Pero...no lo sé. Sólo los malos parecen tener
grandes sumas. La verdad es que no vengo muy a menudo por este bosque. No me siento a gusto aquí. No es que sea mío. Pero se lo podría vender a
algún sinvergüenza. Hay maneras de obtener dinero, tales como confiscar y
expropiar. He recibido ofertas interesantes aunque poco éticas.”
El Sr. Binky se frotó las
manos. Pero no en anticipación de lucro. Era porque se le estaban congelando.
“Si
vendo, los compradores revenderán a los humanos. Esos talarán todos los árboles.
Utilizarán la madera, o tal vez ni eso. Tal vez hagan papel de baño con ella. Es un problema
que ellos tienen, eso de crear mierda. Nosotros digerimos todo lo que comemos y
lo volvemos energía pura. Por eso podemos volar y hacer otras cosas mágicas.”
Metió las manos en sus
bolsillos y sacó de ahí unos cacahuetes con cáscara. El Sr. Binky siempre
llevaba cacahuetes en los bolsillos porque daban energía. Pero en este momento
no se los comió. Los colocó encima de una piedra, casi como una ofrenda a las
criaturas del bosque.
“Tal vez ni utilicen la
madera. Tal vez sólo la quemen para quitarla de en medio. Alzarán esos
horribles edificios puntiagudos con más celdas dentro que las que tienen los
enjambres de abajas, siempre compitiendo para ver quién los hace más altos. Como
no tienen alas, buscan otras maneras de llegar a las alturas.”
Volvió a meter las manos en
los bolsillos y alzó la vista, mirando a su alrededor.
“¿Qué pasaría con los que
viven aquí? Aunque sé que no les caigo bien, no quiero hacer daño a esta
gentecilla. La verdad es que no les queda otro lugar decente al que ir que no
sea Isla Manzana. Pero se negarán a ir allí. ¡Serán cabezotas!”
Contempló
las copas de los árboles, pero no había ningún hojita a la vista. No
se veía ningún centinela. Nadie le miraba con los ojos estrechos.
“Lo
extraño es que yo les entiendo. En eso somos iguales. Yo tampoco me siento
cómodo en la isla esa de santurrones siempre sonrientes. No sé por qué, pero no
me hallo allí.”
Se
preguntó si era porque tenía tirria a Titania. Era cierto que le incomodaba
estar en su presencia. Pero creía que él estaba por encima de resentimientos.
Si tuviese que tragar para el bien común, tragaría. Pero…¿el bien común no
incluía el bien de las hadas transgresoras?
“Si consigo mi escuela a cambio
de este bosque, algo habremos ganado. Habré sacrificado a
estas criaturas por una buena causa. ¿Pero lo verán así ellos? Es mejor que me
vaya. Está empezando a nevar y hay una fina luna creciente pero no da mucha
luz. No puedo ver bien ya.”
“¡Aaaaaaaaaay!¡Qué
me caigooooooo!” fue lo siguiente que dijo el Sr. Binky.
Cayó dentro de un agujero
lleno de hojas muertas, raíces podridas, lombrices y nieve. Pero dentro del agujero
siguió debatiendo consigo mismo, aunque menos cómodamente.
“Esta podría ser una trampa
que han puesto esas haditas de la hojas para gente como yo. No tienen ni la
mejor posibilidad en una pelea, pero tienen muy mala idea y no se amedrentan. Bueno,
sólo estaba cavilando, pero puede que me hayan oído y se hayan cabreado. Algunos
de nosotros podemos leer mentes, escuchar el pensamiento. O tal vez hayan ido a
por mí por otra razón. Siempre me están acusando de esto o de aquello. ¡Qué espanto! Estar aquí metido debe ser como estar muerto. Odio tener que hacer
esto, pero supongo que será necesario gritar.”
Los gritos de socorro del Sr.
Binky fueron escuchados por los hojitas. Rodearon
el agujero y miraron dentro.
“¿Qué
tenemos aquí?” dijeron.
“¡Soy yo, el primer
ministro!” contestó el Sr. Binky. “Por
favor sacadme de este agujero. Creo que me he torcido el poder de volar. También un tobillo. Creo que se está hinchando.”
“Hmm,”
dijeron los hojitas. Se miraron los unos a los otros, sacudieron sus
cabezas y murmuraron, “El Binky. Siempre dando la lata.”
Pero decidieron ayudar.
“Aunque no tenemos razón
alguna para apreciarte, tiraremos de ti para sacarte de ahí. ¿Y sabes por qué? Porque todavía estamos en Pascuas. Hoy es una de
esas Noches Viejas de los mortales. Firmaremos una
tregua. ¿Dónde vas a cenar? Te llevaremos ahí.”
Los hojitas pensaban que el Sr. Binky iba a irse de fiesta con
magnates del lado oscuro, pero la verdad era muy distinta.
“Vaya, yo...no tengo ni
idea. No he reservado mesa en ninguna parte. El único sitio feérico abierto al
público sin reserva esta noche es la hamburguesería de la enana Elmira. Se puede ir sin reserva, y nunca cierra. Supongo que podría tomar una
ensalada allí. Pero puede que la envenenen, porque me odian. Yo quise privar
a Elmira del estatus de ciudad por su absurdo tamaño. Bueno, creo…que volveré a mi oficina.”
Los
hojitas sacudieron la cabeza. Era evidente que el Sr. Binky, a pesar de sus
grandes planes para todos, no sabía cuidar de si mismo.
“Yo no se, pero... ¿Te gusta
el puré de bellota?” preguntó el hojita Vicentico.
Y aunque los ancianos le
hicieron señas para que no hablase, Vicentico habló sin dejarse intimidar.
Y esa noche el Sr. Binky cenó
puré de bellota y un gran trozo de una inmensa castaña asada con salsa de bayas
rojas. También hizo un discurso hábilmente ambiguo sobre el futuro y la
importancia del progreso que ninguno de los presentes entendió ni escuchó. Pero
no tomó las doce uvas que algunos toman antes de que el reloj dé las doce
porque los hojitas no tenían presupuesto para comida importada.
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