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sábado, 18 de abril de 2020

100.El Sr. Binky en Noche Vieja occidental

El Sr. Binky tiene dos oficinas. Una es un edificio mediano que está en lo alta de una colina y que tiene tres sótanos, todos llenos de lo que él dice que son archivos. Esta oficina se supone que es accesible a todos, o por lo menos, esa es la intención de Binky. Hay un gran cartel en el tejado de este edificio que dice “Bienvenidos, reivindicadores!” para que todo el mundo se sienta a gusto ahí. Se le puede encontrar allí de nueve de la mañana a cinco de la tarde cuando no tiene motivos para estar en otra parte. Casi siempre los tiene. Pero la mayor parte del tiempo, sus razones para no estar en su oficina son válidas. No hay mucha gente que aguantaría mucho tiempo sola ahí dentro. Pero esta oficina no es la que nos interesa hoy.


Su otra oficina es un lugar secreto. Tiene la forma de un submarino, porque en realidad es justamente eso. El Sr. Binky guarda allí todos sus documentos secretos. Y guarda el submarino en la parte más turbia y fangosa del Pantano Tenebroso.


El Tenebroso es una pantano que algunos dicen está en el Bosque Triturado mientras otros sostienen que sólo roza los límites del bosque. Es un lugar tan tétrico que hasta los omnipresentes topos sólo van a espiar por allí cuando no les queda otro remedio. Se dice que el sol jamás ha estado en este pantano y que la luna sólo aparece un par de días al mes, con su contorno más esbelto y menos visible.

Se dice que en esta oficina el Sr. Binky suele quemar el aceite de las lámparas de medianoche y con demasiada frecuencia, cuando la mayoría de la gente está de fiesta, penetra en el pantano, vadea hasta su submarino, lo hunde tan profundamente en la arena movediza como puede y se pone a estudiar sus secretos hasta que los festejos se han acabado y el mundo normal vuelve al trabajo.

Un treintaiuno de diciembre estaba haciendo exactamente lo descrito cuando sintió que necesitaba un soplo de aire fresco. Después de todo, llevaba allí enterrado en un montículo de papel tanto tiempo que pensó que no lograría resurgir de él. 
                
          
El Sr. Binky sacó primero un pulgar y luego una mano y finalmente su cabeza del montículo de papeles secretos y confirmó que le vendría bien algo de aire puro. Permitió a su submarino subir a la superficie, se deslizó fuera de él silenciosamente y salió del Pantano Tenebroso, porque ahí había de todo menos aire fresco. 

Una vez fuera del pantano, el Sr. Binky se adentró en el Bosque Triturado. El aire allí no podía ser más puro. Olía a pinos y a otras plantas siempre verdes y a aguanieve recién caída. Aunque casi era el crepúsculo, el Sr. Binky podía ver bien el camino. Respirando ese aire tan sano, el Sr. Binky decidió que pasearía un rato por el bosque. Y eso hizo, y en su mente, se puso a soliloquiar.

                        
“¿Qué mala suerte tengo!” pensaba el primer ministro dejando de ser tan positivo como le gustaba ser y revolcándose en sus miserias para variar.

“No había escrito una carta pidiendo regalos desde que cumplí los seis años. El día antes de ayer escribí una a los reyes magos de oriente para pedir dinero para mi escuela. Si pueden darle a un niño un cheque en blanco para resolver un problema ridículo, claro que podrían ayudarme a mí con mis problemas intermundiales. Yo me merezco esa escuela. El Bien de Todos la requiere. Así que me senté y escribí una carta a los magos. ¿Y qué ha pasado? Pues que los magos van y se arruinan.”

El Sr. Binky llevó su mano al bolsillo que había sobre su corazón. Allí guardaba la carta que había escrito. Se asemejaba un poco a Napoleón cuando hacía eso, excepto que no llevaba sombrero y no tenía ningún parecido físico en absoluto con el Sr. Bonaparte.  

“Claro que hay modos de hacer dinero. Pero...no lo sé. Sólo los malos parecen tener grandes sumas. La verdad es que no vengo muy a menudo por este bosque. No me siento a gusto aquí. No es que sea mío. Pero se lo podría vender a algún sinvergüenza. Hay maneras de obtener dinero, tales como confiscar y expropiar. He recibido ofertas interesantes aunque poco éticas.”

El Sr. Binky se frotó las manos. Pero no en anticipación de lucro. Era porque se le estaban congelando.  

Si vendo, los compradores revenderán a los humanos. Esos talarán todos los árboles. Utilizarán la madera, o tal vez ni eso. Tal vez hagan papel de baño con ella. Es un problema que ellos tienen, eso de crear mierda. Nosotros digerimos todo lo que comemos y lo volvemos energía pura. Por eso podemos volar y hacer otras cosas mágicas.”

Metió las manos en sus bolsillos y sacó de ahí unos cacahuetes con cáscara. El Sr. Binky siempre llevaba cacahuetes en los bolsillos porque daban energía. Pero en este momento no se los comió. Los colocó encima de una piedra, casi como una ofrenda a las criaturas del bosque.

“Tal vez ni utilicen la madera. Tal vez sólo la quemen para quitarla de en medio. Alzarán esos horribles edificios puntiagudos con más celdas dentro que las que tienen los enjambres de abajas, siempre compitiendo para ver quién los hace más altos. Como no tienen alas, buscan otras maneras de llegar a las alturas.”

Volvió a meter las manos en los bolsillos y alzó la vista, mirando a su alrededor.  

“¿Qué pasaría con los que viven aquí? Aunque sé que no les caigo bien, no quiero hacer daño a esta gentecilla. La verdad es que no les queda otro lugar decente al que ir que no sea Isla Manzana. Pero se negarán a ir allí. ¡Serán cabezotas!”

Contempló las copas de los árboles, pero no había ningún hojita a la vista. No se veía ningún centinela. Nadie le miraba con los ojos estrechos.   

“Lo extraño es que yo les entiendo. En eso somos iguales. Yo tampoco me siento cómodo en la isla esa de santurrones siempre sonrientes. No sé por qué, pero no me hallo allí.”

Se preguntó si era porque tenía tirria a Titania. Era cierto que le incomodaba estar en su presencia. Pero creía que él estaba por encima de resentimientos. Si tuviese que tragar para el bien común, tragaría. Pero…¿el bien común no incluía el bien de las hadas transgresoras?

“Si consigo mi escuela a cambio de este bosque, algo habremos ganado. Habré sacrificado a estas criaturas por una buena causa. ¿Pero lo verán así ellos? Es mejor que me vaya. Está empezando a nevar y hay una fina luna creciente pero no da mucha luz. No puedo ver bien ya.”
    
             
“¡Aaaaaaaaaay!¡Qué me caigooooooo!” fue lo siguiente que dijo el Sr. Binky.

Cayó dentro de un agujero lleno de hojas muertas, raíces podridas, lombrices y nieve. Pero dentro del agujero siguió debatiendo consigo mismo, aunque menos cómodamente.

                          
“Esta podría ser una trampa que han puesto esas haditas de la hojas para gente como yo. No tienen ni la mejor posibilidad en una pelea, pero tienen muy mala idea y no se amedrentan. Bueno, sólo estaba cavilando, pero puede que me hayan oído y se hayan cabreado. Algunos de nosotros podemos leer mentes, escuchar el pensamiento. O tal vez hayan ido a por mí por otra razón. Siempre me están acusando de esto o de aquello. ¡Qué espanto! Estar aquí metido debe ser como estar muerto. Odio tener que hacer esto, pero supongo que será necesario gritar.” 
    
       
Los gritos de socorro del Sr. Binky fueron escuchados por los hojitas. Rodearon el agujero y miraron dentro.

“¿Qué tenemos aquí?” dijeron.

“¡Soy yo, el primer ministro!” contestó el Sr. Binky.  “Por favor sacadme de este agujero. Creo que me he torcido el poder de volar. También un tobillo. Creo que se está hinchando.”

“Hmm,” dijeron los hojitas. Se miraron los unos a los otros, sacudieron sus cabezas y murmuraron, “El Binky. Siempre dando la lata.”

Pero decidieron ayudar.

“Aunque no tenemos razón alguna para apreciarte, tiraremos de ti para sacarte de ahí. ¿Y sabes por qué? Porque todavía estamos en Pascuas. Hoy es una de esas Noches Viejas de los mortales. Firmaremos una tregua. ¿Dónde vas a cenar? Te llevaremos ahí.”

Los hojitas pensaban que el Sr. Binky iba a irse de fiesta con magnates del lado oscuro, pero la verdad era muy distinta.

“Vaya, yo...no tengo ni idea. No he reservado mesa en ninguna parte. El único sitio feérico abierto al público sin reserva esta noche es la hamburguesería de la enana Elmira. Se puede ir sin reserva, y nunca cierra. Supongo que podría tomar una ensalada allí. Pero puede que la envenenen, porque me odian. Yo quise privar a Elmira del estatus de ciudad por su absurdo tamaño. Bueno, creo…que volveré a mi oficina.”

Los hojitas sacudieron la cabeza. Era evidente que el Sr. Binky, a pesar de sus grandes planes para todos, no sabía cuidar de si mismo.

                 
“Yo no se, pero... ¿Te gusta el puré de bellota?” preguntó el hojita Vicentico.

Y aunque los ancianos le hicieron señas para que no hablase, Vicentico habló sin dejarse intimidar.

Y esa noche el Sr. Binky cenó puré de bellota y un gran trozo de una inmensa castaña asada con salsa de bayas rojas. También hizo un discurso hábilmente ambiguo sobre el futuro y la importancia del progreso que ninguno de los presentes entendió ni escuchó. Pero no tomó las doce uvas que algunos toman antes de que el reloj dé las doce porque los hojitas no tenían presupuesto para comida importada.

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