Estaban preparados para
recibirle porque habían adivinado que vendría a visitarles.
“Pase usted, por favor,” dijo
Jemanías, abriendo la puerta antes de que Darcy pudiese llamar por encima del
ocho vertical que la adornaba. “Pero si supiésemos quién tiene el cheque, lo
tendríamos nosotros.”
Una vez que Darcy estaba
dentro del hogar de los ocultistas y sorbiendo un cuba libre que le habían
ofrecido, Mínafer le entregó una hoja de papel.
“Presentimos que vendría así que preparamos un perfil del ladrón. Hemos visitado el lugar del robo, que es
la casa de Michael O’Toora, y las vibraciones allí nos han hecho saber que no
se trata de un ladrón corriente, porque había allí tesoros de duende por todas
partes y lo único que se llevó fue un adorno barato.”
“Pero podría saber que el
cheque estaba dentro,” dijo Darcy
“No, no creemos que lo
supiese. Un ladrón corriente se hubiese llevado el cheque y tirado el adorno,”
explicó Mínafer.
“Aunque creemos que no tenía
ni idea de lo que estaba robando, pensamos que ahora ya se ha enterado,” dijo
Jemanías.
“Todos lo saben, así que es
razonable suponer que él también lo sabe,” asintió Darcy.
“De ser así, lo que cuenta
es que no ha cobrado el cheque,” continuó Mínafer. “Creemos que esta persona no
es importante ni poderosa en su campo y que no tiene lo que hace falta para
hacer valer ese cheque. Alguien que no tiene grandes contactos sólo conseguiría
que le robasen el cheque si lo enseñase por ahí. También creemos que se trata
de una persona muy solitaria porque no ha dicho palabra a nadie sobre esto. No puedes hablar de un cheque como ese sin que alguien suelte prenda.”
“Estoy de acuerdo,” dijo
Darcy.
“Así que, en resumen,
sugerimos que busque a un solitario que no es tonto ni imprudente y que tiene
fijación con los adornos. ¡Ah! Y es probable
que viva con su madre.”
“¿Por qué?”
“He dicho eso último porque siempre lo dicen
de gente extraña.”
“¿Tú vives con tu madre?”
preguntó Darcy.
“No,”
dijo Mínafer. “Ni con la mía ni con la de Jemanías. Las perdimos cuando eramos
muy pequeños. A padrastros.”
“¡Dádme
un nombre!” dijo Darcy.
Mínafer
se quedó sin habla y los ojos de Jemanías rotaron como locos en sus órbitas
pero ambos sacudieron la cabeza en negación.
“Lo
tendríamos que hacer si lo supiésemos. Pero lo único que podemos
decir es que estamos casi seguros al cien por cien de que su nombre o el de su
madre están en la guía telefónica feérica. Su madre es probablemente demasiado
mayor para saber usar un móvil. Si no está en las páginas rosas, estará en las
azules,” dijo Jem.
“¿Podría
usar vuestro teléfono? Yo no tengo teléfono.”
“¡Oh, sí!” dijo Mínafer. “Estamos
encantados de poder participar en esta cacería. Nos gustaría ser los primeros
en saber quién es el ladrón.”
Darcy
descolgó el antiguo teléfono que había sobre una mesita de tres patas junto al
sillón en el que estaba sentado y habló
dentro del aparato.
“Si este teléfono está pinchado, por favor
despínchenlo inmediatamente.”
Entonces cogió la guía
telefónica feérica y comenzó a hacer llamadas.
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