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sábado, 18 de abril de 2020

102. Nevada

Al atardecer del cuatro de enero, Darcy todavía estaba al teléfono. Había llamado a más de la mitad de la gente que había en la guía sin parar un segundo para descansar. Y había llegado hasta la letra n.

“Menos mal que las llamadas telefónicas son gratis en el reino de las hadas,” bostezó Mínafer.

Vez tras vez Darcy sostenía una conversación semejante a esta:

“¡Hola! Le habla Darcy, el Hombre Oscuro. Si hay alguien espiando, que deje de hacerlo. Por favor no cuelgue, persona a la que llamo. ¿Hola? Sí, he dicho que soy el Hombre Oscuro y no, no se trata de una broma. Tendrá usted que contestar a lo que voy a preguntar. Necesito saber si usted o alguien que usted conozca, tiene en su poder un adorno de árbol de navidad con forma de léprecan. Solo diga sí o no. ¿No? Pues olvide esta llamada y siga con lo que estaba haciendo.”

                          
La persona que Darcy buscaba estaba sentada junto a la puerta trasera de su casa fingiendo ser una gárgola para no atraer la atención de sus vecinos. Se le daba bien estar tan quieto como una piedra. Y su casa estaba llena de maritatas.

Había figuritas en vitrinas...

                   

                     
Sobre mesas...

                     
Y más mesas...

                    
     
En las paredes...
                             
Colgando del techo...


En la cocina...
                     
En la comida...

Figuritas navideñas...
                     
Figuritas de búhos...
                   
Y un largo etcétera.
                     
                        

Maritatas Nimbo Di Limbo seguía meditando en su jardín, fingiendo ser una gárgola, pero ahora bajo una copiosa nevada.

“He de admitirlo. No soy bueno en lo que hago. Tengo un handicap. Sólo puedo robar en lugares en los que no hay figuritas. Si tuviese que cavar un túnel para entrar en un banco, una vez dentro me fijaría en los adornitos que alguna empleada tuviese en su escritorio y huiría del lugar con alguna de ellas olvidándome de todo lo demás. Sí, antes de que alguien me la pudiese quitar. Así que resulta que me tocó el premio gordo este verano cuando mangué el léprecan. ¿Y que puede hacer alguien como yo con un premio como ese? ¡En menudo lío me he metido! Bueno, soy pequeño e insignificante y se pasar desapercibido, así que tal vez tenga la oportunidad de llegar hasta el taller de los reyes magos sin llamar la atención. No conozco personalmente a estos caballeros. Es el hada italiana La Befana quien nos trae regalos en navidad. Pero no quiero hacer daño alguno a  los reyes. Y quiero devolver el cheque, porque en realidad no lo he robado. Sólo me lo he encontrado dentro de algo que afané. ¡Ojalá lo entiendan!”

Antes de que Nimbo pudiese decidir como iba a hacer para devolver el cheque, su madre, la Señora Di Limbo, apareció en una ventana.
               

Uno nunca hubiese pensado que era su madre. El medía menos de medio metro cuando se agrandaba, era de color piedra y tenía grandes orejas casi como las de los elefantes. Ella aparentaba tener siete años y parecía Rizitos de Oro en pijama de franela.

“Nene, entra de una vez. Tiene que hacer mucho frío ahí fuera. Quiero un poco de té.”

“Tu té te espera en la mesita que hay delante de la tele, Mamma. También te he preparado emparedados de huevo y mostaza con cebollino. Y tienes dos galletas navideñas, una con forma de campana y la otra de estrella. Levántate y camina un poquito. Baja abajo. No vuelvas a la cama inmediatamente después de tomar el té. Intenta tumbarte en el sofá y ver la tele un poco. No te vas a poner más guapa por dormir más. Estás empezando a parecer demasiado joven. Vamos a tener problemas con los vecinos y tendremos que volver a mudarnos si eso ocurre.”

                                                                       
Nimbo suspiró. A veces pensaba que su madre dormía tanto porque no se quería parecer a él. Pero él no podía tener mejor cara porque apenas podía dormir. Siempre estaba en guardia, velando por ella.

La Señora Di Limbo siempre decía que no era nada de eso. Lo que sucedía es que la gustaba dormir. Y no comprendía porque tenía que estar siempre despierta. Se creía que no le hacía daño a nadie. ¿Qué mal había en dormir?

Nimbo la recordaba que había otras cosas que la gustaba hacer. Ella mostraba algo de interés cuando él traía a casa una nueva figurita. Por eso había tantas en la casa. Pero por muchas que hubiese, la Señora Di Limbo recordaba todas y cada una y sabía exactamente donde las había colocado, aunque no pasaba el polvo. Eso le tocaba hacerlo a Nimbo. A ella le gustaba pensar en todo esto como una afición que compartían.

“Mira, Mamma,” dijo Nimbo. “Tengo que salir un rato. No sé lo que tardaré, pero volveré en cuanto pueda.”

La mando un beso volado y empezó a moverse muy, pero que muy despacito.

El teléfono sonó antes de que la Señora. Di Limbo se apartase de la ventana. Cayó sobre su cama que estaba al lado, y se colocó una almohada bajo la cabeza antes de contestar al teléfono con la otra mano.

                      
“Tengo un adorno de navidad con forma de léprecan aquí mismo, colgando de un árbolito de navidad que tengo junto a la cama. Hmm. Creo que me lo dió mi hijo este verano. Siempre me da adornitos porque sabe que me encantan. Sí, vive aquí conmigo. Pero no está en casa ahora mismo. Acaba de irse. ¿A dónde? No lo sé, pero probablemente a comprar un regalo para mí. La última vez que le vi iba hacia el este. Se estaba moviendo muy, muy despacio, así que tal vez todavía le vea en la distancia si miró por la ventana. ¡Oh, no! ¿De veras tengo que levantarme e ir a por él?”

Y la Señora Di Limbo se levantó pitando porque Darcy la había pedido que lo hiciese y no hay quien le diga que no. Y miró por la ventana y vio a su hijo, y le llamó con un grito muy fuerte y él la oyó porque siempre la oía, por bajito que hablase, y aquello había sido un grito terrible.

Y mientras tanto los reyes magos se estaban vistiendo para salir esa noche porque tenían una tarjeta de crédito y se habían puesto en manos de Dios.

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