“Menos mal que las llamadas
telefónicas son gratis en el reino de las hadas,” bostezó Mínafer.
Vez tras vez Darcy sostenía
una conversación semejante a esta:
“¡Hola!
Le
habla Darcy, el Hombre Oscuro. Si hay alguien espiando, que deje de hacerlo. Por favor no cuelgue, persona a la que llamo. ¿Hola? Sí, he dicho
que soy el Hombre Oscuro y no, no se trata de una broma. Tendrá usted que
contestar a lo que voy a preguntar. Necesito saber si usted o alguien que usted
conozca, tiene en su poder un adorno de árbol de navidad con forma de léprecan.
Solo diga sí o no. ¿No? Pues olvide esta llamada y
siga con lo que estaba haciendo.”
La persona
que Darcy buscaba estaba sentada junto a la puerta trasera de su casa fingiendo
ser una gárgola para no atraer la atención de sus vecinos. Se le daba bien
estar tan quieto como una piedra. Y su casa estaba llena de maritatas.
Había figuritas en vitrinas...
Sobre
mesas...
Y
más mesas...
En
las paredes...
Colgando
del techo...
En
la cocina...
En
la comida...
Figuritas
navideñas...
Figuritas
de búhos...
Y un
largo etcétera.
Maritatas Nimbo Di Limbo seguía
meditando en su jardín, fingiendo ser una gárgola, pero ahora bajo una copiosa
nevada.
“He
de admitirlo. No soy bueno en lo que hago. Tengo un handicap. Sólo puedo robar
en lugares en los que no hay figuritas. Si tuviese que cavar un
túnel para entrar en un banco, una vez dentro me fijaría en los adornitos que
alguna empleada tuviese en su escritorio y huiría del lugar con alguna de ellas
olvidándome de todo lo demás. Sí, antes de que alguien me
la pudiese quitar. Así que resulta que me tocó el premio gordo este
verano cuando mangué el léprecan. ¿Y que puede hacer alguien como yo con un
premio como ese? ¡En menudo lío me he metido! Bueno, soy
pequeño e insignificante y se pasar desapercibido, así que tal vez tenga la
oportunidad de llegar hasta el taller de los reyes magos sin llamar la
atención. No conozco personalmente a estos caballeros. Es
el hada italiana La Befana
quien nos trae regalos en navidad. Pero no quiero hacer daño alguno a los reyes. Y quiero devolver el cheque,
porque en realidad no lo he robado. Sólo me lo he encontrado dentro de algo que
afané. ¡Ojalá lo entiendan!”
Antes de que Nimbo pudiese
decidir como iba a hacer para devolver el cheque, su madre, la Señora Di Limbo, apareció en
una ventana.
Uno nunca hubiese pensado
que era su madre. El medía menos de medio metro cuando se agrandaba, era de
color piedra y tenía grandes orejas casi como las de los elefantes. Ella
aparentaba tener siete años y parecía Rizitos de Oro en pijama de franela.
“Nene, entra de una vez. Tiene
que hacer mucho frío ahí fuera. Quiero un poco de té.”
“Tu té te espera en la
mesita que hay delante de la tele, Mamma. También te he preparado emparedados
de huevo y mostaza con cebollino. Y tienes dos galletas navideñas, una con
forma de campana y la otra de estrella. Levántate
y camina un poquito. Baja abajo. No vuelvas a la cama inmediatamente después
de tomar el té. Intenta tumbarte en el sofá y ver la tele un poco. No te vas a
poner más guapa por dormir más. Estás empezando a parecer demasiado joven.
Vamos a tener problemas con los vecinos y tendremos que volver a mudarnos si
eso ocurre.”
Nimbo
suspiró. A veces pensaba que su madre dormía tanto porque no se quería parecer a
él. Pero él no podía tener mejor cara porque apenas podía dormir. Siempre estaba en guardia, velando por ella.
Nimbo la recordaba que había
otras cosas que la gustaba hacer. Ella mostraba algo de interés cuando él traía
a casa una nueva figurita. Por eso había tantas en la
casa. Pero por muchas que hubiese, la
Señora Di Limbo recordaba todas y cada una y sabía exactamente
donde las había colocado, aunque no pasaba el polvo. Eso le tocaba hacerlo a Nimbo. A ella le gustaba pensar en
todo esto como una afición que compartían.
“Mira,
Mamma,” dijo Nimbo. “Tengo que salir un rato. No sé lo que tardaré, pero
volveré en cuanto pueda.”
La mando un beso volado y
empezó a moverse muy, pero que muy despacito.
El teléfono sonó antes de
que la Señora. Di
Limbo se apartase de la ventana. Cayó sobre su cama que estaba al lado, y se
colocó una almohada bajo la cabeza antes de contestar al teléfono con la otra
mano.
“Tengo un adorno de navidad
con forma de léprecan aquí mismo, colgando de un árbolito de navidad que tengo
junto a la cama. Hmm. Creo que me lo dió mi hijo este verano. Siempre me da adornitos porque sabe que me encantan. Sí, vive aquí
conmigo. Pero no está en casa ahora mismo. Acaba de irse. ¿A dónde? No lo sé,
pero probablemente a comprar un regalo para mí. La última vez que le vi iba
hacia el este. Se estaba moviendo muy, muy despacio, así que tal vez todavía le
vea en la distancia si miró por la ventana. ¡Oh,
no! ¿De
veras tengo que levantarme e ir a por él?”
Y la Señora Di Limbo se levantó
pitando porque Darcy la había pedido que lo hiciese y no hay quien le diga que
no. Y miró por la ventana y vio a su hijo, y le llamó con un grito muy fuerte y
él la oyó porque siempre la oía, por bajito que hablase, y aquello había sido
un grito terrible.
Y mientras tanto los reyes magos
se estaban vistiendo para salir esa noche porque tenían una tarjeta de crédito
y se habían puesto en manos de Dios.
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