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sábado, 18 de abril de 2020

104. El regalo de las mariquitas

Una fría noche de febrero mi madre salió de la cama y se puso una bata calentita encima del camisón.


“Me voy a quitar las zapatillas y me voy a poner un par de botas para que los pies no se me congelen y voy a salir ahí fuera. Con eso tendrá que bastar. No pienso vestirme para hacer esto.”
              



“¿Qué murmuras?” preguntó Papá, frotándose los ojos. ¿Pero qué haces? ¿Dónde piensas ir a estas horas de la noche? Es una gélida noche de invierno. ¡Esto es de locos!”

Mamá contestó que estaba segura que fuera le esperaba algo que ella ansiaba tener.
“¡Oh!” dijo Papá. “Pues métete en la cama. Yo iré a por ello. ¿Qué es?”

Mamá estaba siendo poco clara y le dijo que no tenía ni idea. Sólo sabía que ahí fuera había algo que se la antojaba tener.

“Entonces cogeré la primera cosa fuera de lugar que encuentre. Seguro que será eso,” dijo Papá.

“No, porque te lo vas a querer quedar.”

“¿Y por qué no puedo quedármelo?” dijo Papá.

Así que salieron los dos, dando tumbos en la noche, apoyándose el uno en la otra y viceversa para evitar resbalar en el hielo y caer a la nieve.

En el jardín, bajo la luz de la luna, Papá fue el primero en ver algo extraño.

           
¡Mira! Una mariquita comiendo tréboles. ¡Qué raro en invierno! ¡Eh! Si hay una fila entera de ellas. ¡Sigámoslas!”

Y entonces mi madre gritó, “¡Ahi! ¡Ahí está! En el árbol del loto.”

El loto estaba invadido por mariquitas y en una de sus ramas, una flor rosada se había abierto para revelar un pequeño bulto envuelto en una mantita de franela morada.

“Sí, yo lo he visto también. Pues es nuestro porque somos los primeros que lo vemos. Lo único que tenemos que hacer ahora es cogerlo. ¿Por qué no me has dicho que esperábamos un bebé?”


Mamá  dijo que le había pedido uno a la diosa romana Lucina pero no había recibido confirmación del encargo. Esa noche soñó que se iba a hacer la entrega.Y sí, la hicieron las mariquitas, que eran las mascotas preferidas de Lucina.

El loto frunció el ceño y regañó a mis padres.

“¿Os vais a quedar aquí fuera toda la noche discutiendo? El bebé se está volviendo azul. ¿Queréis que la pobrecita sea otra hada azul? Metedla en casa cuanto antes. Si no, yo me la llevaré para abajo. Estará mejor junto a mis raíces que con padres como vosotros.”

“¡Es una niña!” rió Papá. “¡El árbol se ha ido de la lengua!”

“A ver si me voy a ir de una rama, que ganas me dan de darte en un ojo, y dejarte esos ojos verdes morados, cantamañanas, que no sabes más que perder el tiempo. Parece mentira que hayas criado a más de una docena de hijos.” 
                            

“Cálmate, Loto,” dijo Mamá. “Nos ocuparemos ahora mismo. Oberón, súbete al árbol y baja de ahí a la niña. Yo me la llevaré a casa. Tú acompaña a las mariquitas al invernadero. Allí no se helarán y encontrarán algo que comer.”

                                                
“¡Cuidad bien de ella, insensatos! ¡Nosotros lo haríamos!” dijeron los árboles del jardín.

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