“Sí,”
pensó. “Definitivamente. Como las que lleva el sol.”
Se refería a un sol de
plástico que bailaba entre palmeras en el alegre cartel del Honolulu Baby
Karaoke y Bar Hawaiano, lugar en el que estaba a punto de entrar. En verdad, el
Sr. Binky era una persona muy tímida, y si no le hubiesen dicho que le iba a
merecer la pena pasar por el karaoke bar nunca hubiese ido allí. Cantar no era
lo suyo. Pero era una gélida noche y ahí fuera se estaba fatal, así que no tardó
mucho en decidirse a entrar.
Una vez dentro el Sr. Binky
vio que estaba en otra parte del mundo. Allí era verano, o mejor dicho, la
temperatura era paradisíaca. Todos los que estaban ahí llevaban camisas o
faldas hawaianas y leis. Se sentía fuera de lugar con su traje gris y su
gabardina oscura hasta que una joven se acercó a él bailando el hula. Llevaba
un gran hibisco rojo en el pelo y le puso a él un lei de frangipani que le hizo
sentirse un poco más cómodo ahí. La señorita le llevó hasta la mesa donde
Mínafer Ominoso y Jemanías Ansioso le esperaban sorbiendo ponche de frutas.
“Te va a encantar esto,”
dijo Mínafer. “Tenemos tu regalo de reyes y estás a punto de recibirlo.”
“¿Qué?” dijo el Sr. Binky. “No
entiendo nada.”
“Los magos dejaron tu regalo
bajo nuestro árbol, junto a nuestros zapatos. No pudieron ponerlo en los tuyos
porque no tenían tu dirección. Tú no has estado en su lista durante años porque
hacía siglos que no les escribías. Y con todo el lío que han tenido este año
con eso del cheque en blanco, traspapelaron el sobre con tu remite,” explicó Jem.
“Recibisteis mi regalo en
Reyes y me lo entregáis el día de San Valentín?”
“Bueno, tú amas tu trabajo,”
dijo Mínafer.
“Nuestro regalo era un viaje
a Hawái,” explicó Jem. “Hemos pasado más de un mes allí informándonos para abrir este negocio. En cuanto hemos
vuelto, te hemos llamado.”
“¡No me lo puedo creer! Los
magos me han escuchado y me han dejado…¿un cheque en blanco?”
“Uy,
no. No es eso. No creo que vayan a volver a dar cheques en blanco
por ahora. Así que ese no es tu regalo, pero lo que te han dado servirá su
propósito.”
“Pues
entonces…¿qué es?”
“Un
número de teléfono. El de la Sra. Parry para ser precisos.”
“¡Pero yo ya tengo el teléfono de esa loca!” exclamó el Sr.
Binky sorprendido. “Oh. Oh, no debí de haber dicho eso. Tengo el
teléfono de esa gran dama. Eso es lo que he querido decir. Veréis, resulta que
es la tía abuela de mi abuelo y la conozco muy bien. Claro que no creo que
exista un hada que no tenga algún parentesco con ella.”
Jem le instó al Sr. Binky a
usar ese número de teléfono. Tenía que decirle a la abuela de las hadas todo
sobre sus planes para el futuro.
“Pero
si es una reaccionaria del primer agua. Tiembla como la hoja de un
álamo cuando oye la palabra ‘futuro’ y le dan los siete males ahí mismo.”
Jem tuvo la paciencia de
explicarle al Sr. Binky como todo eso podía ser una ventaja. No había nada más
fácil de controlar que una persona que quería controlarlo todo. Si la Sra. Parry ya temía al
futuro, la mitad del trabajo del primer ministro estaba hecho. Lo único que
tenía que hacer era explicarle a la viejecita lo útil que sería ayudarle a
controlar el porvenir. La escuela del Sr. Binky tenía por misión evitar que el
futuro fuese tan horrible como parecía que iba a ser si nadie lo controlaba.
“Tiene algo de sentido lo que
decís,” dijo el Sr. Binky. “Espero que ella también vea el sentido que tiene.”
“Dos últimas cosas antes de
que te vayas,” dijo Mínafer. “Primero le dices a Oberon de nuestra parte que no
se preocupe por su nueva hija. Es una hada auténtica y él y Titania acabarán
estando orgullosos de ella. Y la otra cosa es que el dueño de este bar, que soy yo, jamás deja
que una celebridad abandone el local sin antes haber cantado la canción
temática de este karaoke.”
Y el Sr. Binky tuvo que
subir al escenario y cantar ‘Honolulu Baby’ rodeado de lindas señoritas que
llevaban faldas de hierba y tocaban ukuleles. En
realidad, no lo hizo tan mal. Y una foto colgada en el rincón de las
celebridades que tuvo que dedicar a los dueños así lo atestigua.
A la mañana siguiente el
primer ministro telefoneó a la gran Sra. Parry y para su sorpresa ella le dijo
que sabía exactamente lo que podía hacer para ayudarle. Se lo dejaría saber por
paloma mensajera en cuanto hubiese conseguido el dinero para su escuela. Aunque tenía un teléfono, no lo usaría para llamarle. Ese aparato
ruidoso la ponía de los nervios. Sólo tenía uno porque su hijo Henny había
insistido en ello. Él decía que si un maldito coche le atropellase, ella
querría que los médicos la avisasen de inmediato. ¿Cómo
iba a decirle que no? El primer ministro no podía empezar a imaginarse lo
contenta que estaba de que esta llamada fuese suya y no por ese espantoso
motivo.
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