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sábado, 18 de abril de 2020

106. La fiesta del Día del Nombre sin nombre

Tres días después del nacimiento de un bebé hada, sus padres dan una fiesta. Parientes y amigos se reúnen para conocer al nuevo miembro de la familia y escucharle pronunciar el nombre por el que desea ser llamado.

Sí, los bebés de las hadas eligen su propio nombre y lo dicen en alto porque pueden hablar nada más nacer. El niño o niña hada habitual empieza a hablar en cuanto sus padres lo acogen. Después de pasar un ratito en su compañía les confía ese secreto importante que es su nombre.

Porque sí, los nombres son secretos importantes en el mundo de las hadas. Un hada no les dice su nombre a cualquiera, y si no sabes cuál es el nombre de un hada o si lo sabes pero nadie te la ha presentado formalmente, no debes llamarla por él, ni preguntar cuál es hasta que él o ella te lo diga porque ya se fía de ti y te admite en su mundo.

Los bebés hada que no son acogidos por padres se vuelven muy susceptibles y desconfiados. Muchos sólo se sienten en familia entre los pájaros o los árboles que les vieron nacer. Algunos jamás han pronunciado su nombre en voz alta y tal vez nunca lo hagan.

Sí, el Día del Nombre es un día muy especial para un bebé hada. Es el equivalente de un bautizo humano y los parientes y amigos todos traen maravillosos regalos, algunos tan mágicos que no tienen precio.

Pero cuando pasaron tres días y mi nueva hermana todavía no había dicho palabra, mis padres, que no pudieron dar la fiesta, empezaron a ponerse muy nerviosos.

Nuestros parientes y amigos no hacían más que llamar preguntando cuando iba a ser la fiesta, y eso empeoraba las cosas. Pasó una semana y la niña seguía sin articular palabra alguna. Mis padres estaban pero que muy preocupados. Esto nunca les había sucedido antes.  

Todos nosotros, los hijos de Titania y de Oberon, extravertidos o introvertidos, habíamos confiado en ellos nada más verlos. La verdad es que daban aspecto de ser unos padres muy guays, y aunque con el tiempo nos iban pareciendo más infantiles que nosotros, lo cierto es que eran amables y divertidos, y como nadie es perfecto, quejarnos de nuestra suerte hubiese sido propio de desagradecidos. Y es de bien nacidos ser agradecidos.   
                                     
Mi padre, que es por naturaleza cálido y optimista, no se iba del lado de la niña y la hablaba y hablaba para ver si así conseguía que confiase en él.


“Di algo, bonita. ¿Por qué no te fías de tu papá? He estado sentado aquí a tu lado más de una semana, no haciendo otra cosa que preguntarte cómo te llamas. Hasta he hecho que tus hermanas me presten un libro de nombres de bebés para que puedas elegir uno. Y te lo he leído entero. ¿Acaso no merece todo esto un poco de gratitud? Dime tu nombre, corazón. Si lo haces, daremos una gran fiesta para ti y recibirás montones de regalos preciosos. Hay mucha gente que te quiere y que está esperando que hables. Mira, si no sabes decir tu nombre, todo lo que tienes que hacer es escuchar y repetir. Li-rio. ¿Lirio? Ese es un nombre muy bonito para una niña. ¡Ro-sita! ¿Ro-si-ta? Margarita. Mar-ga-ri-ta. ¿Lo-to? ¿Como el árbol en el que te encontramos? Muchas hadas se llaman como los lugares en que nacieron. ¿A qué te gusta Loto?”

Pero la bebé sólo le miraba sin siquiera sacudir la cabeza para decir que no. Después de releer todos los nombres en el libro sin que la niña diese señales de que la gustaba alguno, Papá empezó a impacientarse un poco.


“Venga, niña. Di algo o le diré al mundo que te llamas Eustiquiana.”

Papá suspiró, bostezó y volvió a suspirar. Y siguió arengando a mi hermanita.

¿Te gustaría llamarte eso? Stiqui, para acortar. Pues es un nombre que trae suerte. Estoy casi seguro de que había alguien en mi familia que se llamaba así. ¿Violeta? Seguro que te gusta Violeta.”

Papá apuntó a un florerito de cristal verde lleno de violetas que había en una mesita junto a la cuna de la niña.

“A las niñas pequeñas les encantan las violetas. Seguro que ahora que sabes lo que significa, te gusta y quieres ese nombre para ti. Venga, cariño,  di Vi-o-le- ta. Escucha, monina, nos vale que sólo digas Vi.”

“¿Por qué no te callas?” saltó mi madre. “¿Cómo va la niña a meter palabra por medio si no callas? Yo diría que cree que eres tonto y hasta te mira con desprecio. La verdad, he de admitir que no me acerco mucho a ella para que no me lo haga a mí. Nada como esto nos ha pasado antes. Todos nuestros niños hablaron en cuanto les cogimos en brazos. Algunos antes.”

Mi madre tenía los nervios en punta desde, creo yo, la fiesta freudiana. Lo último que necesitaba era otro hijo raro. Con voz trémula, sentimental y algo acampanada, comenzó a recordar el pasado en un monólogo que resultó hermoso de escuchar.

“Lo primero que dijo Brezo fue `¡Gracias!’ cuando la encontramos tiritando bajo una campánula azul durante una noche tormentosa. La cubrimos con tu bufanda de lana a cuadros para protegerla de la lluvia y la pobrecita cómo nos lo agradeció. Arley nos saludó en verso cuando nos vio acercarnos a él. Estaba tumbadito en la hierba entre alondras y ruiseñores bajo la morera que Shakespeare había plantado. Y Cardo...estaba sentada como un pequeño faquir sobre un cardo benedicto, rodeada de abejas que zumbaban bajo el sol. Ella misma soltaba pequeños zumbidos que hicieron que nos fijásemos en ella. Nos miró directamente a los ojos y nos preguntó, `¿Vais a llevarme a casa con vosotros?´ ¡Pues claro que sí!”

Mi padre asintió con un poco de tristeza y Mamá siguió hablando.

“¡Todos los demás también tuvieron algo que decir!”

Para complicar las cosas aun más, el bebé aprendió a volar antes que a hablar. Este era un problema grave porque tendríamos que vigilar a la chiquilla noche y día, ya que no nos había hecho saber sus intenciones. Papá hasta tuvo que poner barrotes en las ventanas del cuarto del bebé, cosa jamás vista en casa. 


Mamá convirtió uno de sus collares en una cadena que unía su muñeca al tobillo de la niña, para que no pudiese irse por ahí volando demasiado lejos.

Pero un día nos pareció que la niña había dicho algo. 

                
“Ibys!”

“Ibex?” dijo Papá. “La nena ha dicho Ibex? ¿Nos ha nacido una economista? Pues falta nos haría en esta familia.”

“¡Por supuesto que no!” gritó Mamá. “Las hadas no tienen niños cuentapeniques. Eso viene luego, cuando se desesperan. No es de nacimiento.Tiene que haber dicho Iris. Pregúntale si quiere llamarse Iris. Yo no me atrevo.”

                   
“Tal vez yo haya oído Ivy,” dijo Brezo. “Eso significa hiedra en inglés.”


“¿Por qué no? Tal vez quiera tener un nombre que pegue con los nuestros,” dijo Cardo. “Somos tus modelos a seguir, ¿verdad, pequeña? Di Hiedra.”

Mientras discutían, yo estaba consultando mi enciclopedia de bolsillo.
  
                                   
“Ibex no sólo tiene un significado financiero,” dije. “También significa cabra silvestre de los Pirineos.”

¡Ni hablar!” gritó Mamá. “Ninguna hija mía va a llamarse Cabra Salvaje de donde sea porque su hermano es un empollón con una enciclopedia en el bolsillo.”

“Vale. No he dicho nada,” dije un poco molesto por su brusquedad. “Y tal vez la niña tampoco haya dicho nada. Puede que haya eructado. En cualquier caso, haya dicho lo que haya dicho, tendrá que repetirlo alto y claro delante de testigos, delante de los invitados a su fiesta del Día del Nombre. Sí no la entienden, la ceremonia no tendrá sentido.”

“¿Es que estás celoso o qué?” regañó Mamá. “¡La niña hará lo que tiene que hacer perfectamente!”

“Sólo estaba intentando comprender a mi hermana,” dije. Pero lo que sí entendía bien era que Mamá probablemente había tenido a la niña porque estaba harta de que yo fuese el pequeño de la familia. No me malentendáis. Me alegraba tener otra hermana. Pero me entristecía pensar que Mamá creyese que no era así.

Y ahora algo más sobre los bebés hada antes de que pase al siguiente capítulo.

Las hadas pueden cambiar de color cuando quieren hacerlo. Pero la mayoría quieren quedarse con los colores que tenían al nacer. Estos colores casi siempre tienen que ver con el lugar y el momento en el que nacen. Las auténticas hadas azules nacen en invierno. Se ponen azules por el frío. Las hadas rojas suelen nacer al mediodía en verano o en mayo y entre  amapolas. Las hadas blancas nacen bajo una luna llena y a veces son demasiado soñadoras. Las hadas negras nacen cuando hay luna nueva, y pueden ver mejor que los gatos en la oscuridad. Las hadas verdes suelen nacer en primavera y llegan envueltas en hojas nuevas que aún no se han desenrollado del todo. O caen con una gota de rocío de una brizna de hierba. Estas últimas suelen ser las más pequeñitas. Las hadas rosas nacen al amanecer, o en rosaledas, mientras que la mayoría de las hadas doradas o amarillas nacen a eso de las diez de la mañana. Las hadas de color naranja nacen en otoño. Con frecuencia aparecen entre calabazas, o saltan a la vida de entre las hojas caídas que están siendo quemadas en hogueras. Las hadas de color violeta nacen al atardecer, cuando se acaba de poner el sol. Aparecen entre violetas o entre uvas o moras. Las hadas marrones salen de los agujeros que hay en los troncos de árboles, o surgen directamente de la tierra, de entre raíces, sobre todo en los días más calurosos del verano. Las hadas grises caen de las nubes durante tormentas de lluvia o nacen entre cantos rodados cerca de ríos y arroyos. Las hadas plateadas llegan con las brumas marinas. Las nacaradas salen de conchas, cantando haciendo eco del ruido de las mareas.Y las hadas aguamarinas se suelen encontrar entre las algas que arrastra a tierra la blanca espuma del mar.

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