Sí, los bebés de las hadas
eligen su propio nombre y lo dicen en alto porque pueden hablar nada más nacer.
El niño o niña hada habitual empieza a hablar en cuanto sus padres lo acogen. Después
de pasar un ratito en su compañía les confía ese secreto importante que es su
nombre.
Porque sí, los nombres son
secretos importantes en el mundo de las hadas. Un hada no les dice su nombre a
cualquiera, y si no sabes cuál es el nombre de un hada o si lo sabes pero nadie
te la ha presentado formalmente, no debes llamarla por él, ni preguntar cuál es
hasta que él o ella te lo diga porque ya se fía de ti y te admite en su mundo.
Los bebés hada que no son
acogidos por padres se vuelven muy susceptibles y desconfiados. Muchos sólo se
sienten en familia entre los pájaros o los árboles que les vieron nacer. Algunos
jamás han pronunciado su nombre en voz alta y tal vez nunca lo hagan.
Sí, el Día del Nombre es un
día muy especial para un bebé hada. Es el equivalente de un bautizo humano y
los parientes y amigos todos traen maravillosos regalos, algunos tan mágicos
que no tienen precio.
Pero cuando pasaron tres
días y mi nueva hermana todavía no había dicho palabra, mis padres, que no
pudieron dar la fiesta, empezaron a ponerse muy nerviosos.
Nuestros parientes y amigos
no hacían más que llamar preguntando cuando iba a ser la fiesta, y eso
empeoraba las cosas. Pasó una semana y la niña seguía sin articular palabra
alguna. Mis padres estaban pero que muy preocupados. Esto
nunca les había sucedido antes.
Todos
nosotros, los hijos de Titania y de Oberon, extravertidos o introvertidos,
habíamos confiado en ellos nada más verlos. La verdad es que daban aspecto de
ser unos padres muy guays, y aunque con el tiempo nos iban pareciendo más
infantiles que nosotros, lo cierto es que eran amables y divertidos, y como
nadie es perfecto, quejarnos de nuestra suerte hubiese sido propio de
desagradecidos. Y es de bien nacidos ser agradecidos.
Mi padre, que es por
naturaleza cálido y optimista, no se iba del lado de la niña y la hablaba y
hablaba para ver si así conseguía que confiase en él.
“Di
algo, bonita. ¿Por qué no te fías de tu papá? He estado sentado aquí a tu
lado más de una semana, no haciendo otra cosa que preguntarte cómo te llamas. Hasta
he hecho que tus hermanas me presten un libro de nombres de bebés para que
puedas elegir uno. Y te lo he leído entero. ¿Acaso no merece todo esto un poco
de gratitud? Dime tu nombre, corazón. Si lo haces, daremos una gran fiesta para
ti y recibirás montones de regalos preciosos. Hay mucha gente que te quiere y
que está esperando que hables. Mira, si no sabes decir tu nombre, todo lo que
tienes que hacer es escuchar y repetir. Li-rio. ¿Lirio? Ese es un nombre muy
bonito para una niña. ¡Ro-sita! ¿Ro-si-ta? Margarita.
Mar-ga-ri-ta. ¿Lo-to? ¿Como el árbol en el que te encontramos? Muchas hadas se
llaman como los lugares en que nacieron. ¿A qué te gusta Loto?”
Pero la bebé sólo le miraba
sin siquiera sacudir la cabeza para decir que no. Después de releer todos los
nombres en el libro sin que la niña diese señales de que la gustaba alguno, Papá
empezó a impacientarse un poco.
“Venga,
niña. Di algo o le diré al mundo que te llamas Eustiquiana.”
Papá suspiró, bostezó y
volvió a suspirar. Y siguió arengando a mi hermanita.
“¿Te gustaría llamarte
eso? Stiqui, para acortar. Pues es un nombre que trae suerte. Estoy casi seguro de que había alguien en mi familia que se llamaba así. ¿Violeta? Seguro que te gusta Violeta.”
Papá apuntó a un florerito
de cristal verde lleno de violetas que había en una mesita junto a la cuna de la niña.
“A las niñas pequeñas les
encantan las violetas. Seguro que ahora que sabes lo que significa, te gusta y
quieres ese nombre para ti. Venga, cariño,
di Vi-o-le- ta. Escucha, monina, nos vale que sólo digas Vi.”
“¿Por qué no te callas?”
saltó mi madre. “¿Cómo va la niña a meter palabra por medio si no callas? Yo
diría que cree que eres tonto y hasta te mira con desprecio. La verdad, he de
admitir que no me acerco mucho a ella para que no me lo haga a mí. Nada como esto nos ha pasado antes. Todos nuestros niños hablaron en cuanto
les cogimos en brazos. Algunos antes.”
Mi madre tenía los nervios
en punta desde, creo yo, la fiesta freudiana. Lo
último que necesitaba era otro hijo raro. Con voz trémula, sentimental y algo
acampanada, comenzó a recordar el pasado en un monólogo que resultó hermoso de
escuchar.
“Lo
primero que dijo Brezo fue `¡Gracias!’
cuando la encontramos tiritando bajo una campánula azul durante una noche
tormentosa. La cubrimos con tu bufanda de lana a cuadros para
protegerla de la lluvia y la pobrecita cómo nos lo agradeció. Arley nos saludó
en verso cuando nos vio acercarnos a él. Estaba tumbadito en la hierba entre
alondras y ruiseñores bajo la morera que Shakespeare había plantado. Y Cardo...estaba
sentada como un pequeño faquir sobre un cardo benedicto, rodeada de abejas que
zumbaban bajo el sol. Ella misma soltaba pequeños zumbidos que hicieron que nos
fijásemos en ella. Nos miró directamente a los ojos y nos preguntó, `¿Vais a llevarme a casa con vosotros?´ ¡Pues claro que sí!”
Mi padre asintió con un poco
de tristeza y Mamá siguió hablando.
“¡Todos los demás también
tuvieron algo que decir!”
Para complicar las cosas aun
más, el bebé aprendió a volar antes que a hablar. Este era un problema grave
porque tendríamos que vigilar a la chiquilla noche y día, ya que no nos había hecho saber
sus intenciones. Papá hasta tuvo que poner barrotes en las ventanas del cuarto
del bebé, cosa jamás vista en casa.
Mamá convirtió uno de sus
collares en una cadena que unía su muñeca al tobillo de la niña, para que no
pudiese irse por ahí volando demasiado lejos.
Pero un día nos pareció que
la niña había dicho algo.
“Ibys!”
“Ibex?” dijo Papá. “La nena
ha dicho Ibex? ¿Nos ha nacido una economista? Pues falta nos haría en esta
familia.”
“¡Por supuesto que no!”
gritó Mamá. “Las hadas no tienen niños cuentapeniques. Eso viene luego, cuando se desesperan. No es
de nacimiento.Tiene que haber dicho Iris. Pregúntale si
quiere llamarse Iris. Yo no me atrevo.”
“Tal vez yo haya oído Ivy,” dijo Brezo. “Eso significa hiedra
en inglés.”
“¿Por qué no? Tal vez quiera
tener un nombre que pegue con los nuestros,” dijo Cardo. “Somos tus modelos a seguir, ¿verdad, pequeña? Di Hiedra.”
Mientras discutían, yo
estaba consultando mi enciclopedia de bolsillo.
“Ibex
no sólo tiene un significado financiero,” dije. “También significa cabra
silvestre de los Pirineos.”
“¡Ni hablar!” gritó Mamá. “Ninguna hija
mía va a llamarse Cabra Salvaje de donde sea porque su hermano es un empollón con una
enciclopedia en el bolsillo.”
“Vale.
No he dicho nada,” dije un poco molesto por su brusquedad. “Y tal vez la
niña tampoco haya dicho nada. Puede que haya eructado. En cualquier caso, haya
dicho lo que haya dicho, tendrá que repetirlo alto y claro delante de testigos,
delante de los invitados a su fiesta del Día del Nombre. Sí no la entienden, la ceremonia no tendrá sentido.”
“¿Es que estás celoso o qué?”
regañó Mamá. “¡La niña hará lo que tiene que hacer perfectamente!”
“Sólo estaba intentando
comprender a mi hermana,” dije. Pero lo que sí entendía bien era que Mamá probablemente
había tenido a la niña porque estaba harta de que yo fuese el pequeño de la
familia. No me malentendáis. Me alegraba tener otra
hermana. Pero me entristecía pensar que Mamá creyese que no era así.
Y ahora algo más sobre los bebés
hada antes de que pase al siguiente capítulo.
Las
hadas pueden cambiar de color cuando quieren hacerlo. Pero la mayoría
quieren quedarse con los colores que tenían al nacer. Estos colores casi siempre tienen que ver con el lugar y el momento en el que nacen. Las auténticas hadas azules nacen en invierno. Se ponen azules por el
frío. Las hadas rojas suelen nacer al mediodía en verano o en mayo y
entre amapolas. Las hadas blancas nacen
bajo una luna llena y a veces son demasiado soñadoras. Las hadas negras nacen
cuando hay luna nueva, y pueden ver mejor que los gatos en la oscuridad. Las hadas
verdes suelen nacer en primavera y llegan envueltas en hojas nuevas que aún no
se han desenrollado del todo. O caen con una gota de rocío de una brizna de hierba. Estas últimas suelen ser las más pequeñitas. Las hadas rosas nacen al
amanecer, o en rosaledas, mientras que la mayoría de las hadas doradas o
amarillas nacen a eso de las diez de la mañana. Las
hadas de color naranja nacen en otoño. Con frecuencia aparecen
entre calabazas, o saltan a la vida de entre las hojas caídas que están siendo
quemadas en hogueras. Las hadas de color violeta nacen al atardecer, cuando se
acaba de poner el sol. Aparecen entre violetas o entre uvas o moras. Las hadas
marrones salen de los agujeros que hay en los troncos de árboles, o surgen
directamente de la tierra, de entre raíces, sobre todo en los días más
calurosos del verano. Las hadas grises caen de las nubes durante tormentas de
lluvia o nacen entre cantos rodados cerca de ríos y arroyos. Las hadas
plateadas llegan con las brumas marinas. Las nacaradas salen de conchas,
cantando haciendo eco del ruido de las mareas.Y las hadas aguamarinas se
suelen encontrar entre las algas que arrastra a tierra la blanca espuma del
mar.







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