“Por
la carretera sube...” cantó el hojita Franciscus.
“¿Quién suuuuube?” cantó Vincentius.
“Por la carretera sube... el Binky con un
farol!”
“Y está encendido,” dijo
Paquito, ya hablando. “A plena luz del día. Diría que este hombre es bobo, pero
prefiero no hablar de política hoy. El cielo es de un azul tan hermoso y los
almendros están en flor.”
El Sr.
Binky sí que estaba subiendo por un camino que había entre campos de almendros
en flor desatada. No avanzaba fácilmente. Se tambaleaba, y parecía que
andaba para atrás, como una gamba. Esto probablemente ocurría porque estaba
arrastrando una linterna encendida más grande que él y casi no podía con ella.
“¡Encógela,
Binky!” le gritó Vicentico. “Tú puedes. Eres mágico.”
Binky miró hacia arriba y
entre las ramas repletas de flores localizó a Vicentico.
“Me encantaría encogerla,”
dijo, “pero no puedo. No recuerdo la fórmula. Hay tantas.”
“Piensas tanto en cosas de
humanos que te olvidas de las de las hadas,” le reprochó Paquito.
“Sí,
Franciscus. Ni siquiera ha pensado en agrandarse él mismo como alternativa,” gruñó
Tiburtius.
“¿Estás buscando a un hombre
honrado con esa linterna?” preguntó Vicentico.
“¿Por qué un hombre honrado?”susurró
Tiburtius, sospechoso. “¿Que iba a querer ese con uno?”
“Había un griego llamado Diógenes
que paseaba por todas partes con una linterna encendida en pleno día. Cuando le
preguntaban por qué, decía que estaba buscando un hombre honrado. Lo que
realmente quería era demostrar lo difícil que es hallar uno,” explicó
Vicentico.
“¿Y por que sabes tú eso,
repelente niño Vicente?” preguntóTiburtius, todavia más sospechoso.
“Mi amigo, el niño de
Titania ese que se sienta bajo los árboles a leer, me lo ha contado.”
Me
alegra decir que la persona a la que llamó amigo era yo.
“He encontrado algo más útil
que un hombre honrado,” sonrió el Sr. Binky. “Uno
generoso.”
“Ah,”
dijo Paquito. “Estará buscando un contribuyente. Sé lo que son. Los humanos
los tienen.”
“¡No! Tengo el gusto de informaros,
y sois lo primeros en saberlo, que ya tengo el dinero que necesito para mi
escuela soñada. Gracias a un donante. Y aprovecharé
esta ocasión para invitaros a una ceremonia durante la cual daré públicas
gracias a dicho contribuyente, es decir, donante y benefactor, por tan generosa
aportación.”
El Sr. Binky explicó que la
linterna era el Premio a la Luz
de la Comprensión. Pensaba otorgarlo una vez al año a quien hubiese hecho más
por el entendimiento entre las hadas y los humanos durante ese periodo de
tiempo. El primero en recibirlo sería el donante que había cedido el dinero
para la fundación de la escuela. Arrastraba la linterna hasta el taller de un
joyero para que grabase algo apropiado en ella.
“¡Eh!”
exclamó de pronto. “Acabo de recordar la fórmula para encoger la
linterna. Menguatus se, pa cargus melior.”
Y se fue alegremente por su
camino cargando un artículo mucho más manejable.
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