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sábado, 18 de abril de 2020

107. El Premio Luz de la Comprensión


                          
 Por la carretera sube...” cantó el hojita Franciscus.

                  
 ¿Quién sube?” continuó el hojita de ojos de azabache Tiburtius.

                       
¿Quién suuuuube?” cantó Vincentius.


                       Por la carretera sube... el Binky con un farol!

“Y está encendido,” dijo Paquito, ya hablando. “A plena luz del día. Diría que este hombre es bobo, pero prefiero no hablar de política hoy. El cielo es de un azul tan hermoso y los almendros están en flor.”

El Sr. Binky sí que estaba subiendo por un camino que había entre campos de almendros en flor desatada. No avanzaba fácilmente. Se tambaleaba, y parecía que andaba para atrás, como una gamba. Esto probablemente ocurría porque estaba arrastrando una linterna encendida más grande que él y casi no podía con ella.

“¡Encógela, Binky!” le gritó Vicentico. “Tú puedes. Eres mágico.”

Binky miró hacia arriba y entre las ramas repletas de flores localizó a Vicentico.

“Me encantaría encogerla,” dijo, “pero no puedo. No recuerdo la fórmula. Hay tantas.”

“Piensas tanto en cosas de humanos que te olvidas de las de las hadas,” le reprochó Paquito.

“Sí, Franciscus. Ni siquiera ha pensado en agrandarse él mismo como alternativa,” gruñó Tiburtius.

“¿Estás buscando a un hombre honrado con esa linterna?” preguntó Vicentico.

“¿Por qué un hombre honrado?”susurró Tiburtius, sospechoso. “¿Que iba a querer ese con uno?”

“Había un griego llamado Diógenes que paseaba por todas partes con una linterna encendida en pleno día. Cuando le preguntaban por qué, decía que estaba buscando un hombre honrado. Lo que realmente quería era demostrar lo difícil que es hallar uno,” explicó Vicentico.

“¿Y por que sabes tú eso, repelente niño Vicente?” preguntóTiburtius, todavia más sospechoso.

“Mi amigo, el niño de Titania ese que se sienta bajo los árboles a leer, me lo ha contado.”

Me alegra decir que la persona a la que llamó amigo era yo.

“He encontrado algo más útil que un hombre honrado,” sonrió el Sr. Binky. “Uno generoso.”

“Ah,” dijo Paquito. “Estará buscando un contribuyente. Sé lo que son. Los humanos los tienen.”

“¡No! Tengo el gusto de informaros, y sois lo primeros en saberlo, que ya tengo el dinero que necesito para mi escuela soñada. Gracias a un donante. Y aprovecharé esta ocasión para invitaros a una ceremonia durante la cual daré públicas gracias a dicho contribuyente, es decir, donante y benefactor, por tan generosa aportación.”

El Sr. Binky explicó que la linterna era el Premio a la Luz de la Comprensión. Pensaba otorgarlo una vez al año a quien hubiese hecho más por el entendimiento entre las hadas y los humanos durante ese periodo de tiempo. El primero en recibirlo sería el donante que había cedido el dinero para la fundación de la escuela. Arrastraba la linterna hasta el taller de un joyero para que grabase algo apropiado en ella.

“¡Eh!” exclamó de pronto. “Acabo de recordar la fórmula para encoger la linterna. Menguatus se, pa cargus melior.”

Y se fue alegremente por su camino cargando un artículo mucho más manejable.

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