Y entonces llegó la
primavera. Y los gatos se reunieron alrededor del pozo que había junto a la
villa de Nauta. Todos estaban allí recitando proverbios y refranes y demás.
Eran sobre esta estación tan hermosa.
“La primavera es como un
niño que recita poemas,”dijo Catulo.
Wuf MacTecla, el perrito de
las Hermanas Sabias, que estaba ahí de visita, prefería el otoño y se ocupó de
contradecir cualquier cosa bonita que
los gatos dijesen de la primavera.
“Pero alrededor de un árbol
en flor encuentras un montón de insectos. Pueden
picar al niño,” ladró.
“Se dice que cuando llega la
primavera la hierba crece por si misma,” dijo Catón.
“También se dice que sólo el
granjero que se desloma plantando semillas en la primavera puede cosechar en
otoño,” respondió Wuf.
“Una golondrina no hace una
primavera, ni támpoco la hace un buen día,” dijo el emperador Augusto. “El filósofo griego Aristóteles dijo eso.”
“¿Pero dijo una primavera o
un verano?” preguntó Wuf.
“Yo diré que los vientos de
marzo y las lluvias de abril traen las flores de mayo.” dijo Don Alonso.
“El agua es mi elemento,”
dijo el salmón MacMor, también allí de visita y saltando del pozo, en el que
había estado nadando. “Así que diré que si llueve en Domingo de Pascua, lloverá
los siguientes siete domingos también. O
debería ser así.”
Tenía
suerte de llevarse bien con esos gatos. Ninguno había intentado
comérselo jamás.
“Prefiero la lluvia de
otoño,” ladró Wuf. "Sin ella, además, no hay verdor en la próxima primavera.
Mientras los gatos estaban
cantando a la primavera, yo me fui a buscar a Brezo y Cardo, esperando que se
apuntasen a ir de picnic conmigo. Pero las encontré muy ocupadas aprendiendo
química de María la Hebrea.
María Profetísima era una de
las mejores amigas de Mamá. Fue la primera alquimista de
occidente. Inventó la técnica conocida como el
baño maría.
Consiste en meter algo que
quieres cocinar dentro de un contenedor y luego poner ese contenedor dentro de
otro más grande, medio lleno de agua o de algún otro liquido seguro. Entonces
pones a hervir el contenido del primer contenedor en el liquido del segundo. Esto
no sólo se hace en los laboratorios, También es muy útil en la cocina.
María me
prometió que habría dulce de leche para el postre de la cena esa noche.
Era un poco tarde para apuntarse a la
clase así que decidí no molestar y pensé que tendría que buscar otra cosa que hacer.
De mis hermanos, solo Cespuglio, Thymian y Devin estaban en casa.
A Devin cualquiera le sacaba de sus habitaciones plagadas de ordenadores. Ese se había olvidado de que aspecto tenía el sol, y de salir este le habría cegado.
Thymian es cientos de años mayor que yo. Es egiptólogo y estaba ocupado enseñando la cripta del palacio a unos fantasmas de embalsamadores de la antigua Waset que iban a quedarse a almorzar. En mi opinión, ese no es plan para un día de primavera.
Y en cuanto a Cespuglio, estaba en el jardín fingiendo ser un arbusto y cuando hace eso, es mejor no tener nada que ver con él. Hay que dejar que se le pase la locura.
Fui al cuarto
de la menor de mis hermanas y vi que estaba ahí solita. Todavía no hablaba con
nadie y no mostraba interés en nadie y casi
todos habían dejado de prestarla tanta atención como había recibido al
principio. No quiero decir que no la cuidaban. Simplemente que ya no había
tanto jaleo en torno a ella como había habido.
La mañana primaveral era tan bonita que pensé que el bebé también debería disfrutar de ella. Pensé que llevaba demasiado tiempo encerrada y decidí sacarla a pasear.
“El cielo es de un azul
turquesa, el sol es oro liquido, y el campo está radiante hoy,” le dije a mi
hermanita. “¿Te gustaría desayunar en un campo lleno de
flores?”
La
nena asintió. De vez en cuanto lo hacía. Con más frecuencia sacudía la cabeza para
decir que no. Pero estos dos gestos sólo los tenía conmigo. A los demás, les
ignoraba totalmente. Tal vez confiaba un poquito en mí porque yo nunca la había
presionado.
“Tienes que prometerme que
te portarás bien, ¿eh? No quiero que nos metamos en un lío. Tienes un carrito monísimo que te ha regalado nuestra hermana Fenela. ¿Te llevo en tu carrito? ¿No? Pues si quieres que vayamos
volando, tendré que atar tu muñeca a la mía con una cinta. Seremos como gemelos siameses. ¿Te parece bien?”
Me ofreció su pequeña muñeca
y yo nos até con una cinta de seda morada. En cuanto salimos del palacio se
puso a volar como loca. Yo tuve que volar tras ella, preguntándome como podía
tirar con tanta fuerza.
“¡Sooooooo! ¡No tan rápido!”
le dije. “¿A dónde crees que vamos?”
Me llevó un poco de tiempo
lograr que volase más despacito.
“Mucho mejor,” dije cuando
por fin se tranquilizó. “Se disfruta más cuando se va despacio. Mira las nubes. Esa parece un pájaro. Mira para abajo. ¿Ves los
corderitos retozando entre las flores? Ellos parecen nubecitas terrestres.”
Y entonces, mirando los
campos, vi a Alpin. Él nos veía también y sacudía los brazos como loco para que
bajásemos. Cuando no lo hicimos, voló directamente hasta nosotros.
“¡Eh,
Arley!” gritó. “¿Es esa tu hermana?¿La que dicen que es tonta? ¡Caray! La cría sí que puede volar. A duras penas puedo seguiros.”
“Espero que no tengas mucha
hambre,” le susurré al bebé. “Puede que nos quedemos sin desayunar.”
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