“¿A esto llamas desayuno?”
dijo Alpin, una vez que nos sentamos en un prado lleno de flores silvestres. “¿Un bocadillo de tortilla francesa y una manzana?”
“También te puedes tomar mi
zumo de naranja,” dije, dispuesto a ceder todo mi desayuno.“Pero el plátano y
la leche y el yogur son para el bebé.”
Antes de que Alpin pudiese
reclamar para sí la comida del bebé también, un hada encontradiza apareció ante
nosotros.
Un hada encontradiza es un hada que gusta de moverse entre mortales, fingiendo ser uno de ellos. Pero si se encuentra con un mortal que le gusta o disgusta suele revelar sus poderes para premiar o castigar. Por eso también las llaman hadas de merecido. Un encuentro casi siempre significa un cambio de fortuna, para mejor o peor. Algunas de estas hadas son buena gente, pero otras están un poco desequilibradas y uno tiene que cuidarse de no ofender. Se pican con gran facilidad.
Un hada encontradiza es un hada que gusta de moverse entre mortales, fingiendo ser uno de ellos. Pero si se encuentra con un mortal que le gusta o disgusta suele revelar sus poderes para premiar o castigar. Por eso también las llaman hadas de merecido. Un encuentro casi siempre significa un cambio de fortuna, para mejor o peor. Algunas de estas hadas son buena gente, pero otras están un poco desequilibradas y uno tiene que cuidarse de no ofender. Se pican con gran facilidad.
Esta particular hada
encontradiza era un músico ambulante. Llevaba consigo una de esas orquestas que
toca una sola persona. Tocaba en las plazas mayores de pueblos mortales,
entreteniendo a los transeúntes a cambio de unas monedas.
Se trataba de un hombre
grande y tosco, con bigote y barba y pelo negro pero algo canoso que asomaba de
debajo de un sombrero de vaquero. Había tatuajes en sus brazos y llevaba un
pendiente. Nos hizo una reverencia y se
presentó.
“Harpagofito Menudo y su
orquesta de un sólo hombre,” nos dijo, alzando su sombrero. Y antes de que
nosotros nos pudiésemos presentar, nos hizo una propuesta.
“Eh,
chavales, ¿qué tal si os entretengo mientras disfrutáis de vuestro picnic? Sólo quiero un
poco de agua potable a cambio. Mi botella está vacía.”
Sentí tener que empezar a
decir, “Lo siento, no tenemos agua, pero…”
Mas antes de que pudiese terminar
la frase y ofrecerle el zumo de naranja, Alpin me cortó y con malos modos se
dirigió al hada de merecido.
“¡Eh, tú! ¿Por qué no nos
das una muestra de tu música primero? Para que sepamos si
merece la pena oírte.”
Harpagofito se puso a hacer
eso mismo. Tocaba tres guitarras a la vez que golpeaba tambores con sus codos y
rodillas y daba patadas a un címbalo con la punta de su bota y, bueno, hacía
algo que parecía cantar.
“Anoche en una disco,
Conocí a Pajarita,
Pajarita me enseñó
a bailar el chirpi chirpi!”
No llegó más lejos.
“¡Jo,
jo, jo, jo!” le detuvo Alpin. “¿Llamas a eso cantar? No me extraña
que seas un músico ambulante. Seguro que te echan a patadas de todos los
pueblos en los que paras. Y como ejemplo de vida lumpen también apestas. ¿Por
qué te has tatuado una libélula en el brazo en vez de un escorpión? ¿A quién
intentas asustar con eso?”
El ceño del músico ambulante
se frunció y su cara oscureció peligrosamente. No necesitaba
un escorpión para dar miedo.
“¿Me negáis un vaso de agua
y os atrevéis a criticarme? Deberíais saber mejor que nadie que es un error ofender
a las hadas de merecido. Bueno, además de agua, necesito un mono para mi
orquesta. Así que me llevo a la niña.”
Y antes de que pudiese pestañear, Harpagofito cortó la cinta que me ligaba a mi hermana con unas
tijeras que aparecieron de la nada y desapareció con ella. Yo casi me desmayé,
pero Alpin tuvo presencia de ánimo para gritarle al músico.
“¡Idiota! ¡Ella no te servirá de nada!
¡Nació tonta! ¡Será una carga
para ti!”
No hay comentarios.:
Publicar un comentario