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sábado, 18 de abril de 2020

110. El lapicero mágico

Yo sabía que tenía que empezar a buscar a mi hermana inmediatamente, pero mis piernas no me sostenían y caí sobre la hierba temblando.

“¡Qué mal rollo, Arley!” dijo Alpin. “Tus padres pensarán que te has deshecho de la niña como se deshicieron del casto José sus hermanos envidiosos.”

“¡No me importa lo que piensen! ¡Me importa lo que le pueda pasar!”

“Si acaba en Egipto, como José, puede que llegue a ser reina de ese lugar. La llamarán Faraona Cleopatra, o algo así. Eso no está tan mal. Puede que entonces la muerda un áspid. Eso no está tan bien. ¿Qué pasará? ¿Qui lo sa?”

No era momento de hacer caso de las tonterías de Alpin. Me puse de pie y empecé a volar como loco por el campo, esperando que el músico sólo se hubiese encogido y aún estuviese por ahí entre las flores. Estaba a punto de encogerme yo también, para no pisar a la niña al rebuscar, cuando de pronto tropecé con Gregoria Tenoria.

                      
Empecé a llorar y Gregoria se tiró a Alpin, “¿Qué le has hecho a Arley, pequeño rufián?”

“¿Yo? La hermanita de Alpin acaba de ser secuestrada por uno de esos tipos alternativos. Yo no pensaba ayudarle a encontrarla porque no creo que merezca la pena. Esa nena no va a ser más que un estorbo. Pero puede que a Arley le maten sus padres por dejar que la secuestren, y perdería un amigo. No me gusta perder cosas. Así que ayúdale por mí, Gregoria.”

“Un hada de merecido,” tartamudeé, sin dejar de mirar entre la hierba un segundo, “un músico ambulante...”

Mientras yo hablaba, Gregoria ya estaba olfateando el aire como un sabueso. Tenía en la mano la cuchara con la que mi hermana había estado comiendo su yogur y Gregoria la olisqueaba también.

“¡Seguidme!” nos ordenó, y se lanzó al cielo como un dardo.

Yo volé tras ella con todas mis fuerzas.


Mientras seguíamos el rastro de mi hermana, el músico ya había llegado a donde quería ir. Sentó a mi hermana en una rama de un gran árbol que había junto al patio de un colegio. Y la habló así:

“Tú no te asustes, muñeca. No pienso explotarte. Está mal que los niños trabajen. Yo creo en la educación. Sólo te he raptado porque no quiero que te influyan esos maleducados con los que estabas. Tú no quieres crecer para convertirte en una grosera. Pero la vida de un trovador es muy dura. ¿Ves ese edificio de ahí? Pues es una escuela. Te dejaré aquí y ellos tendrán que acogerte. Tendrás que esconder las alas o puede que te las corten. Pero aprenderás mucho y cuando tengas una educación y tengas edad para trabajar, yo vendré a por ti y si tú quieres, te convertiré en una gran artista. Seré tu hada padrino. No creas que no conozco gente de este negocio, porque sí que la conozco. Bueno, pues no quiero que digan que te dejé aquí abandonada con nada más que la ropa que llevas. Así que te daré este lápiz que siempre llevo conmigo. Parece algo usado, pero la verdad es que nunca se gasta más. Es eterno. Podrás pintar grafitos con él hasta en las nubes. No te preocupes. Todo irá bien. Alguien pronto te encontrará.”

Y el músico desequilibrado se largo volando, dejando a mi hermana en el árbol.


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