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sábado, 25 de abril de 2020

11. Aritmomanía

El primer paso que dió Alpin para desbancar al Rey del Bosque fue indisponer a su madre con su majestad. La ex Novia Diabólica es alguien con quien no conviene estar a mal. Que ahora sea la señora del temible Dulajan sólo empeora las cosas.

La noche después de la coronación, Alpin estaba sentado frente a su cena con aires de tristeza. No la estaba tocando. Estaba suspirando. Profundamente. Esta falta de apetito necesariamente tenía que llamar la atención. Su madre acudió inmediatamente a su vera queriendo saber que le pasaba a su pequeño.

“No le pasa nada, Mamá! Se comerá todo como siempre si no le haces caso,” dijo Brana, que sospechaba de que iba todo esto.

“Es ese hombre,” susurró Alpin, mirando por encima de su hombro como si temiese ser escuchado. “¡Da miedo!

“¡De eso nada! No si sabes comportarte como es debido.”

Alpin se estremeció un poco, lo suficiente para causar efecto. Sé que lo hizo porque él mismo me lo contó luego.

Más temprano ese día, Alpin había entrado en el Bosque Triturado con cincuenta bolsas de nubes. Su propósito era claro. Iba a intentar asarlas allí. Eso haría que Artemio entrase al trapo. Tendrían la oportunidad de medir sus fuerzas.

“Por supuesto que Artemio le echó del bosque, Mamá,” dijo Fiona. “Ya no se permite hacer fogatas ahí.”

“¿Y por qué no? A los niños les encanta tostar nubes. Siempre lo han hecho. ¿Por qué no puede Alpin disfrutar de esa diversión inocente?”

“Con la supervisión de un adulto y en un claro. Y ya no. Ahora está prohibidísimo encender fuegos allí salvo en una emergencia, porque Alpin casi calcinó el lugar por culpa de su barrita de Mars.”

“¡Cómo te gusta exagerar!” exclamó la Novia Diabólica. “¡Unas pocas ramas! No quemó nada más. Voy a tener que hablar con ese bruto maleante venido a más. No puede asustar a los niños del modo en que lo hace.”

“Las niñas están contando ajos otra vez, Mamá,” acusó Alpin para vengarse de sus hermanas. Sabía perfectamente que su madre odiaba la manera en que las gemelas entraban en trance cuando veían ajos. Dejaban todo lo que estaban haciendo y se ponían a pelarlos y a contar sus clavos como si estuviesen embrujadas. Como muchos vampiros, sufrían de aritmomanía, la compulsión de contar el número de ciertas cosas. “¡Es una obsesión enfermiza! Haz que paren, Mamá.” 

Sí que era una obsesión. Las mellizas se podían pasar horas contando y volviendo a contar los dientes de ajo, ajenas a todo lo que ocurría a su alrededor. Por eso la gente utiliza ajos para protegerse de los vampiros.

“¡No estamos contando ajos!” exclamó Brana en su defensa. “Estamos repartiéndolos. Tantos dientes para cada uno de nosotros tres.”

Para que su madre no se llevase un disgusto, Brana aprovecho la oportunidad para enseñar a Alpin a dividir como lo hacen los niños españoles. A Brana le gustaban mucho las matemáticas.

“Michael nos ha enseñado esto. Don Alonso le enseñó a él. A la izquierda, el proceso español. A la derecha, el proceso inglés.”


“Si el resultado es el mismo, ¿por qué es distinto el proceso?” preguntó Alpin, pero no esperó a obtener la respuesta. “No importa,” añadió enseguida. “No me interesa. No me gusta dividir. Quiero que todos esos ajos sean para mí.”

Y para demostrar que lo que decía era cierto, Alpin se metió todos los dientes de ajo en la boca y se los tragó de golpe. Después, para quitarse el sabor, se zampó toda su cena y también la de sus hermanas. Había vuelto a la normalidad. 

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