Mientras Alpin se negaba a
aprender a dividir, mi madre y mi padre estaban visitando el Bosque Triturado.
Ambos estaban allí porque
querían conocer a Artemio y hacerle saber que su estatus era más alto que el
del nuevo reyezuelo y que por lo tanto podían hacer lo que les diese la gana en
ese bosque. Artemio no era ni tonto ni soberbio, ni un tirano local, así que
juró lealtad a mis padres con sólo una condición. Quería que ellos respetasen
el bosque tanto cómo lo hacía él. En verdad, nada de esto era necesario. Mis
padres respetan muchísimo los bosques, así que no iba a haber ningún problema.
Vandalizar bosques, parques y jardines no es uno de los pasatiempos de mis
padres. Pero discutir entre ellos sí.
Solamente entre ellos. No
suelen perder el tiempo discutiendo con nadie más. A mi madre hay quien la
considera un poco presumida. Cuando tiene algo nuevo o digno de atención le
gusta enseñarlo. En realidad es su manera de compartir lo que tiene con los
demás. No lo hace para aparentar ser mejor que otros. Pero mi padre no soporta
verla hacer lo que él considera fardar. Cualquier cosa que ella tenga, él tiene
que tener también. Nunca puede tener menos, sino más y mejor. Esta vez, la
discusión era sobre ropa. Por lo menos para empezar.
Mi madre siempre encarga la
ropa que piensan llevar cada temporada en gran secreto, para que mi padre no la
pueda copiar ni epatar. Él hace lo mismo. Y ambos emplean espías. Pero este año
el diseñador de moda era un griego llamado Lukinotakis, y ambos pensaban
hacerle sus encargos. Lukinotakis era tan popular que apenas podía con todo el
trabajo que le surgía. Tanto mi padre como mi madre amenazaron con inundarlo de
encargos para que no pudiese atender a nadie más. Estaba claro que él que
llegase primero al taller del modisto iba a ser el único atendido.
Puck es famoso por dar la
vuelta al globo terrestre en un abrir y cerrar de ojos, pero mi madre tiene a
No no Darcy de cochero. Y Darcy llevaba
aparcado desde el mediodía delante de la puerta del taller de Lukinotakis
esperando que abriese a las diez de la mañana del día siguiente. Muy segura de
si misma, Mamá le dijo a Papá que ya podía darse por vencido a no ser que
jugase sucio, en cuyo caso todo el mundo sabría la clase de persona que era. Y
tras decir eso, se fue volando a casa para dormir tranquilamente toda la noche,
lo que le garantizaría buena cara cuando fuese a probarse los modelitos.
Mi padre reprochó a Puck no
haber pensado en llegar al taller al salir el sol esa mañana. Puck, que estaba
hasta las narices de oír lo estupendo que era Darcy, murmuró algo sobre como
una tela de araña o una piel de serpiente eran para un hada ropa suficiente.
Pero mi padre dijo que estaba harto de llegar a todas partes después que mi
madre y que iba a robar a Darcy y quedárselo como su cochero. Puck se ofendió
muchísimo.
No hay comentarios.:
Publicar un comentario