Vaya que si se fijaron en
ella. Era el último día de clase y aunque la mayoría de los alumnos se habían
ido a casa media hora antes todavía quedaban una docena de niños en el patio de la
escuela, esperando que llegase un bus que les llevaría a un pueblo cercano. Uno de estos niños la vio y gritó y todos los demás acudieron para
ver que pasaba y se pusieron a gritar también.
“¡Un bebé alado! ¡En el árbol! ¡Ahí
arriba!”
“Ah,” dijo la Señorita Brígida, cuyo mote era la Tilde Esdrújula, maestra ya casi anciana de la asignatura de Lengua. “Debe ser del circo. Hay uno en la ciudad.”
Y todos salieron corriendo
para ver de cerca al maravilloso bebé.
La Señorita Brígida mandó a un
muchacho llamado Luis, que siempre estaba al lado del profesor de turno, a por
el director.
El Sr. Trucos había salido
de su oficina en busca de cinta aislante negra. Pensó que el profesor Donoso,
apodado el osito cojo, tendría lo que
buscaba, pues enseñaba tecnología.
“Oso,” le dijo, “Voy a
llevar a mi mujer y a mis hijos al apartamento en la playa de mi suegra. Quiero
alterar los números y las letras de la placa de la licencia de mi coche. Hay
una zona en la carretera en la que toman fotos a los que conducen demasiado
rápido.”
“Nunca me dejarás de
sorprender, Pedro,” dijo Donoso. “Fingiré que lo que acabo de escuchar es
broma.”
“No,” dijo Trucos, cogiendo
por su cuenta un rollo de cinta aislante negra.
En ese momento el niño
llamado Luis apareció por ahí. Vio al director y se puso a gritar.
“¡Dire! Venga enseguida. Su presencia es
requerida inmediatamente. Hay crisis.”
Luis era conocido entre sus
profesores como el niño reivindicativo. Siempre
tenía ideas para mejorarlo todo y hacer que todo funcionase mejor. De haber
podido, habría dirigido la escuela él mismo. Ni que decir tiene que no era
precisamente el alumno favorito del director Trucos.
“¿Sabes lo que son
vacaciones, Luisito?” dijo el director sonriendo. “Puedes irte a casa y
encerrarte en tu dormitorio con tu móvil hasta septiembre. Disfruta. Estás de vacaciones. Y yo también lo estoy.”
“No,” dijo Luis. “Aún no ha
cerrado el centro y tenemos una crisis.”
“¡Siempre exagerando! ¡No
será para tanto!” dijo El Trucos.
Cuando Donoso y Trucos llegaron al patio de la escuela, la Señorita Tilde estaba intentando distraer a los niños para que no subiesen al árbol a por el
bebé alado. Lo hacía dando un discurso interminable sobre cómo lograba no
aburrirse nunca durante las vacaciones de verano. Sugirió unas cincuenta cosas
que se podían hacer, tales como ayudar a las mamás a limpiar la casa y a los
papás a cuidar del jardín. Casi todo lo que recomendaba hacer eran cosas como
sacar la basura, preparar gazpacho, etc. Mientras parloteaba, jaleaba una bolsa
llena de chuches que habían sobrado de la fiesta de fin de curso que habían
celebrado esa mañana.
“Os podéis llevar la bolsa
pero no comáis en el autobús. Y hacer el favor de compartir. Anita, tu eres responsable,” le dijo a la niña más grandota que había
allí. “Tú repartirás estas chuches con justicia. ¡Qué no abuse nadie! ¡Pedro! Menos mal que estás aquí. ¡Mira lo que tenemos en el árbol!”
“¡Socorre al bebé!” le instaban los niños al director. “¡Alguien tiene que bajarla!”
“No tiene edad para ser uno de los
nuestros,” dijo el Sr. Trucos.
“Pero
si es casi un bebé. Hay que bajarla antes de que se mate,” dijo el Osito
Cojo.
“Tiene alas,” respondió el Señor Trucos. “Algo sabrá hacer con ellas.”
“Es
de un circo,” dijeron los niños.
“¿Por qué no contrató usted
a estos saltimbanquis para que pudiésemos disfrutar de su espectáculo durante
la fiesta de fin de curso?” preguntó Luis.
El Señor Donoso decidió subir
al árbol y bajar a la niña a pesar de su cojera.
“Pero llama a los bomberos,
Pedro. Ahora mismo. No sea que nos caigamos o nos quedemos atrapados ahí
arriba.”
“Lo que va a pasar es que te
vas a quedar cojo de la otra,” dijo Don Trucos. “Y no te indemnizaremos por
ello. Esto lo haces porque quieres, no porque sea necesario. Con que vas
listo.”
Palos y Piedras eran los
abusones del colegio y estaban cansados de no hacer nada más que mirar al bebé
y escuchar discusiones.
“Si esperamos a que el cojo
baje a la niña, vamos listos. Será mejor que lo hagamos nosotros,” concluyeron,
riéndose. Y empezaron a tirar palos y piedras a la niña para que cayese como
fruta madura.
“¡Ay!”
dijo mi hermana, cuando la dieron una pedrada en la frente.
“¿Pero
qué habéis hecho, desgraciados?”gritaron los niños buenos, intentando parar a los
abusones.
A través de los barrotes de
la valla, Piedras y Palos empezaron a fustigar a sus compañeros con ramas que
habían arrancado de los árboles.
“¡Deténgalos, Don Pedro!
¡Llame a la policía! ¡Nos están haciendo verdugones!”
“El árbol está fuera de nuestra
escuela y esos gamberros han recogido las piedras y los palos fuera del patio
también. Y estaban al otro lado de la valla cuando alcanzaron a la niña con la
piedra. Y ahí siguen. Nadie nos podrá demandar.
Sólo hay que avisar a la policia. Dame tu móvil, Brígida.”
“Apartaros
de la valla, niños,” dijo la profesora Tilde, que ya estaba marcando el número
de la poli.
Pero antes de que el dire
pudiese llamar, o Donoso llegar galantemente hasta la rama en la que se hallaba
mi hermana, yo estaba en el árbol junto a ella.
“Perdonen,
señores, pero he venido a recoger a mi hermana,” dije.
“¿Sois de un circo?”
preguntaron los niños apuntando a mis alas.
“Sí, sí. Eso es. De un
circo. Claro que sí.”
“Espera un minuto,” dijo una
de las niñas más agradables. “Tengo algo para tu hermanita.”
La niña se subió a un chico
muy alto y lograron entregarme una bolsa de gusanitos de queso para la niña. Ella
sonrío feliz, olvidándose del chichón que le había salido en la frente. Para
entonces se la había movido mucho más arriba por cómo lo había frotado y lo
tenía casi en la coronilla. Tengo que decir que fue muy valiente y no derramó
una sola lagrima. Estaba más intrigada que asustada.
Ayudé
al pobre Sr. Donoso a bajar del árbol y decidí no detenerme más. Ya habíamos
tenido muchísimo más trato con humanos del que debíamos.
“Muchísimas gracias a todos,
mi hermana piensa que sois muy amables, pero nos tenemos que ir ya mismo. La
función ha de continuar y todo eso, ya saben,” dije yo.
“¡No!” chillo Luis, El Reivindicativo. “Quédate y haznos un favor. Demanda
a esos dos abusones que han apedreado a la niña. Tal
vez aprendan una lección.”
“Me encantaría quedarme y
demandar a todo el mundo, tal y cómo me sugieres, pero de verdad que nos
tenemos que ir,” le respondí.
“Luis, a la gente de circo
no les gusta tener que ver con la policía,” dijo el director. “La niña estará mejor con su familia.”
“¿Aunque la hagan volar por
ahí para ganarse el pan?” preguntó Luis.
“No lo creo.”
Afortunadamente, Gregoria Tenoria eligió ese momento para materializarse y cargó contra los abusones.
“¡Ásate, chatâigne!” gritó, y escupió una
larga lengua de fuego que lamió la cabeza de Palos.
“Arrrggghhh!” aulló Palos. Durante un
segundo, su pelo estaba en llamas. Y entonces tanto las llamas como el pelo
desaprarecieron.
Piedras
comenzó a reirse. “¡Mooooooola! La tipa esa te
ha quemado todo el pelo. ¡Cómo un dragón! Yo quiero
ver este espectáculo.”
Gregoria se volvió y le escupió y donde cayó su saliva,
una llamita prendió en su pelo y pronto estaba todo ardiendo y este chico
también quedo calvo.
Y nosotros cuatro salimos volando de
allí.
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