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sábado, 18 de abril de 2020

112. La enchufada de la niñera

Volvimos volando al prado que había sido la escena del rapto. Allí Gregoria se puso a curar la herida que deambulaba por la cabeza de mi hermanita. Tenía un chichón bien grande y también sangraba un poco. Las heridas de cabeza suelen ser escandalosas y sangran mucho, pero está no lo fue tanto. Afortunadamente la sangre de las hadas es blanca cuando las hadas son pequeñas y sólo se vuelve de un verde hierba, a veces con  vetas moradas o rojas, cuando crecen. Parecía que la bebé sólo estaba mojada por leche aguada.   


Sana, sana, culito de rana,” recitaba Gregoria. “Sí no sanas hoy, sanarás mañana.”


“Hice bien al confiscar la bolsa de las chuches sobrantes que tenían esos niños. Así tenemos alguna compensación,” dijo Alpin mientras se comía todo lo que había robado. “Tratar con los mortales ha resultado ser una mala experiencia, tal y como nos advierten los mayores. Eso ha quedado más que demostrado. Aun así, tengo que decir para su honra que tienen dulces bastante buenos. Casi tan buenos como los nuestros, diría yo.”

Pero a mí no se me había pasado el disgusto.


“No sé cómo puedes comer después de todo lo que nos ha pasado. Yo tengo un nudo en la garganta que no me deja tragar ni aire. ¡Menuda la he armado sacando a la niña a pasear! Lo siento sobre todo por la gente del circo. Estoy seguro de que la policía les visitará y preguntará por la niña. Puede que hasta la busquen, revolviendo todo, y que interroguen varias veces a los artistas.”

“No te preocupes, Arley,” dijo Gregoria. “Los cirqueros y artistas callejeros están acostumbrados a que nadie se fíe de ellos. Y nada serio les ha ocurrido a esos dos cretinos que apedrearon a tu hermana.”

Explicó que el fuego que les había escupido a los abusones era sólo fuego ilusorio. Te hacía sentir que ardías cuando en realidad no estabas ardiendo. El pelo se les había caído del susto. Pero sí, tardaría lo suyo en volver a crecer. Estaba contenta porque los abusones habían hecho el ridículo llorando delante de sus compañeros. ¡Sic semper a los abusones!

Fue entonces que Alpin se percató de que mi hermanita no hacía más que olisquear a Gregoria. Preguntó que tendría el agua de lavanda francesa que llevaba Gregoria para que la niña reaccionase así. No era nada especial. En ese mismo campo había flores más olorosas.

“Ah, mi princesita,” dijo Gregoria. “Eres tan mona que podría comerte a besos. Con niños como tú es un privilegio ser niñera. Y eres muy valiente. Ni un quejidito diste cuando curé tu herida. Dicen que no tienes un nombre. Pues yo te daré uno.Valentina. ¡Si señor! Eres lustrosa y sanota, y también valiente.”

Y para sorpresa de todos, mi hermanita habló.


“Oui, Gregoria. Je m’appelle Valentine!”

Alpin fue el primero en reaccionar.

“¡Eh!” exclamó. “La autista ha hablado. Y en ese idioma endemoniado. ¡Eh, niña, esta niñera es mia!

Yo no me podía creer lo que estaba oyendo o viendo. Valentina había confiado su nombre a Gregoria en lugar de a cualquiera de nuestra familia.

“Je cherche mon Ibys, Gregoria,” dijo Valentina, volviendo a olisquear a Gregoria.

"Ibys? ¡Uy, mi tesoro!” rió Gregoria. “Sí, he estado con Ibys!”

                               
“Así que eso es lo que dijo. ¡Ibys! No Ibex ni Ivy! Pero quién es Ibys?”  pregunté.                 

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