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sábado, 18 de abril de 2020

113. La barbacoa de los Árboles Frondosos

  
“¡Es verano! ¡Y la vida es fácil!” cantaban los árboles frondosos.

Tuve que esperar hasta el día de La Barbacoa de los Árboles Frondosos para conocer a Ibys. Pero mientras, al menos un hada sacó provecho del triste encuentro con el músico ambulante y los mortales.

Al primer ministro Binky le hubiese gustado anunciar que disponía del dinero para financiar su soñada escuela y recompensar al donante con el Premio de la Luz del Entendimiento en el auditorio de la Real Biblioteca del Santo Job. Había planeado una ceremonia formal que incluiría un gran banquete con todo el boato de los Óscares y el potencial para recaudar más donaciones de las fiestas que  estaba de moda celebrar en grandes museos de arte contemporáneo. Pero tardó tanto en ponerse a organizar su fiesta que Mamá se negó a participar en un evento que debía de haberse celebrado en un mes con r  y no en plena ola de calor.

Así que el Premio de la Luz del Entendimiento iba a ser entregado a su ganador durante la Barbacoa de los Árboles Frondosos. Este almuerzo estrictamente vegetariano se celebraba cada cuatro de julio. Lo organizaban unos árboles muy campechanos que daban mucha sombra en verano.

Habían elegido esa fecha para su fiesta porque algunos de ellos decían ser parientes del Árbol de la Libertad y estaban orgullosos de ello.

El Sr. Binky,  que creía que caía mejor a la gente cuando mostraba tener  sentido del humor, fue a la barbacoa llevando puesto un uniforme histórico que había heredado de  un antepasado suyo.  El Sr. Binky y su antepasado eran hadas inglesas y el PM pensó que quedaría gracioso aparecer con una casaca roja. Después de todo las hostilidades entre la corona y la colonia habían cesado hacía mucho tiempo. Afortunadamente para él, los árboles frondosos no son gente que se ofende con facilidad y por tonterías, aunque no creo que les hiciese mucha gracia el uniforme. 
                          

“Y la pequeña tragedia que tan recientemente ha ocurrido no es más que una señal de la urgencia con la que hemos de fundar la escuela que enseñará a las hadas y a los humanos a convivir pacíficamente, avanzando por el camino del progreso tan ansiado por ambos pueblos.”

El  Sr. Binky entonces llamó a mi hermanita y la pidió que subiese a la rama desde la que estaba dando su discurso. Ella llevaba un sombrerito de paja y él la pidió que se descubriese para que todos viesen lo grave que podría haber sido este incidente. Esperaba que todos se conmovieran y volviesen más sensibles a los infelices resultados de la falta de comprensión entre los mortales y las hadas.

EL Sr. Binky sonrió a Valentina y dijo, “No te avergüences de tu cicatriz, querida niña. Es tan honrosa como cualquier herida de guerra.”
               

Valentina empezó a reirse jí, jí, jí. Pero sujetaba su sombrerito firmemente con ambas manos, negándose a quitárselo.

                               
“El chichón desapareció en cuanto curé la herida,” dijo Gregoria. “No ha quedado cicatriz.” La niñera llevaba un sombrero vaquero con turquesas incrustadas, vaqueros muy ajustados y una camiseta con chaleco  y estaba tan atractiva como siempre. “Lo que Valentina quiere es estar muy guapa para gustarle a su novio.”

“¿Su novio?” Mamá le preguntó a Papá. “¿Nuestro bebé tiene novio?”

“Ahora que me lo preguntas, se me ocurre que debe ser ese crío vestido con una armadura reluciente que está junto a ella. ¡Caray! Nuestra niña debe ser una de esas hadas enamoradas que nacen ya pensando en su pareja. Por eso no nos hacía caso a nosotros. Esa clase de hada sólo se interesa por su media naranja.”

“Lo que nos faltaba,” dijo mi madre. 

“Bien,” continuó el Sr. Binky, “nuestra pobre princesita obtuvo un chichón del tamaño de un melón. Pero un caballero de reluciente armadura ha venido a su rescate y al de todos los niños expuestos a ser víctimas de sórdidos incidentes con los humanos incomprendidos.”
                        

“¿Pero qué está diciendo ese?” dijo Alpin. Nosotros la rescatamos. Yo y mi Gregoria.”

“Y es un honor para mí presentarlos a nuestro joven benefactor. Ibys, sube aquí para que te aclamen.”

Y el niño que llevaba una armadura ayudó a mi hermanita a subir a la rama. No podía hacer otra cosa, porque ella no le soltaba la mano.

"Gracias a este pequeño caballero de asfixiante...eh, reluciente...armadura ningún mal volverá a entristecer a esta damisela, porque muy pronto la luz del entendimiento y la comprensión nos iluminará a hadas y mortales gracias a la magnífica donación que ha hecho este niño insigne, y por ello le entregamos una muestra de nuestro agradecimiento, esta linterna siempre encendida que simboliza bla, bla, bla…,”oraba el Sr. Binky.

               
 La Señora Parry  le dió un suave codazo a Fiona.

“Lo hemos logrado, querida,” dijo la anciana a la joven. “Desde ahora en adelante tú y tu hijo sois gente bienhechora, hadáfilos y filántropos.

“Es usted la persona que más ha hecho por mí en mi vida,” casi sollozó Fiona.

“Hago lo que puedo. Y afortunadamente soy de las que mucho puede. Con el dinero que te dejó el impresentable pirata que casí arruinó tu ya dudosa reputación, yo te he comprado gratitud, respeto y un lugar muy alto en nuestra sociedad.”

“No sabe usted cuanto se lo agradezco,” dijo Fiona, al borde de lagrimas.

 “¿Y sabes que es lo mejor? Lo mejor es que podremos controlar lo que ese insensato descendiente de mi ilustre familia intente enseñar en su ridícula escuela porque nos la debe.”

Fiona había estado muy preocupada por lo que la gente podría pensar de su niño galleta.

Ibys, siempre sonriente, todo dulzura, luz y bondad, era lo único que quedaba de Saladito aparte de la galleta de jengibre guardada en la caja fuerte del casino. El horno no podía castigar al poco bien que había en el pirata. Así que había convertido esa pequeña parte buena en un bebé hada del apetitoso color dorado de una galleta bien horneada. A Fiona le preocupaba que el niño no pudiese crecer y permaneciese siempre del tamaño de un bebé. Pero como el niño era todo amor y el amor puede crecer, parecía estar desarrollándose como un niño hada cualquiera.

La Señora Parry tenía una sorpresa para Fiona.

“Ibys no sólo se va a llevar esa linterna,” le susurró a Fi. “La misma reina le va a armar caballero de la Orden del Corchete. Esa distinción es para gente que hace grandes favores a la corona.”

“¡Oh! Pero si todavía no tiene ni un año,” exclamó Fiona susurrando.

“Nadie se atreverá a ofenderos nunca más,” sonrío satisfecha la Sra. Parry.   

Era verdad que nadie se iba a atrever a ofender a Fiona o a Ibys abiertamente. Pero los cotillas que habían acudido a la fiesta de Halloween disfrazados de ristra de ajos ya estaban murmurando en esta barbacoa.
       

“¡Bueeeeno! No hemos pedido favores, pero parece que nos los concede una galleta.”
                     

     “¿Vamos a emparentar con una galleta?” Mamá le susurró a Papá.

                            
“¡Peor! Vamos a emparentar con los restos del pirata Barbamocos.Valentina se empeñará en ser la Señora de Barbamoquitos en cuanto cumpla los siete años.”

“¿No está  Fiona ahora con ese cocinero vasco? Un cocinero bien puede engendrar una galleta. Podrían decir que él es el verdadero padre del niño. Su apellido no puede ser peor que Barbamocos. Y tendrá menos enemigos, digo yo. Que lo reconozca, adopte o lo que haga falta.

“Hablaré con Santichu,” asintió Papá. 

“Tal vez el niño ese deba cambiar su nombre de pila también,” añadió Mamá, “porque lleva nombre de pesticida.”

“¿Pesticida?” dijo Papá, sorprendido.

“El nombre del dios egipcio de la inteligencia se escribe con una i latina. El nombre del popular pesticida con y griega.”

“Cámbiale el nombre cuando le armes caballero,” sugirió Papá. “Tú te lías mucho con los nombres de la gente que no te gusta. Nadie se dará cuenta de que esto haya sido intencionado.”

“Le llamaré Iván,” dijo Mamá. “O Ivar. ¿El vasco se apellida Semeurtzi? A lo mejor le debería llamar Iker.”

Cuando la ceremonia para armar caballero a Ibys comenzó, Alpin me preguntó qué era la Orden del Corchete y si merecía la pena pertenecer a ella.
        

“Hace unos siglos, mi madre llevaba un vestido con un escote que quitaba el hipo, mantenido en su sitio por tres corchetes. El primero se soltó y un caballero ofreció su capa a Mamá para que pudiese cubrirse. Mamá le agradeció este servicio creando la Orden del Corchete y nombrándole su primer miembro. Los miembros reciben un corchete de oro macizo que suelen llevar como si fuese una pajarita. El Sr. Binky lleva hoy el suyo.”

Y el corchete favorecía al Sr. Binky. Estaba tan radiante de felicidad ese día que los cotillas decían que la casaca roja y la peluca blanca y el tricornio de su uniforme le sentaban tan bien que hasta parecía guapo.

Sólo una persona rompió la armonía de la ceremonia del corchete. Fergus O’Toora se fijó en que Ibys Iván Ivar Iker Semeurtzi Barbamoquitos Dulajan estaba sudando la gota gorda. Y sólo Fergus intentó remediarlo.
                              

“¡Sacad a esa criatura inocente de esa armadura, insensatos! ¡Es un caluroso día de verano! ¡No necesita que le cuezan dos veces!” 

Fergus, que llevaba una gorra frigia de paja teñida de rojo,  también tenía algo que decir de la casaca roja del Sr. Binky.

“¡No digas que eres ciudadano de dos mundos, infame inglés! ¡Hoy te traiciona tu vestimenta!”

Los niños nos pusimos a cantar para ahogar las peleas de los mayores. Se canta mucho en la Barbacoa de los Árboles Frondosos, y ellos nos animaron y aplaudieron.
    

“¡Viva la barbacoa!¡Qué gusto haber venido! Hicimos amigos y ay, caray, que mucho hemos comido!" 

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