“¡Es verano! ¡Y
la vida es fácil!” cantaban los árboles frondosos.
Tuve que esperar hasta el día
de La Barbacoa
de los Árboles Frondosos para conocer a Ibys. Pero mientras, al menos un hada
sacó provecho del triste encuentro con el músico ambulante y los mortales.
Al primer
ministro Binky le hubiese gustado anunciar que disponía del dinero para
financiar su soñada escuela y recompensar al donante con el Premio de la Luz del Entendimiento en el
auditorio de la Real Biblioteca
del Santo Job. Había planeado una ceremonia formal que incluiría un gran banquete con
todo el boato de los Óscares y el potencial para recaudar más donaciones de las
fiestas que estaba de moda celebrar en
grandes museos de arte contemporáneo. Pero tardó tanto en ponerse a organizar
su fiesta que Mamá se negó a participar en un evento que debía de haberse
celebrado en un mes con r y no en
plena ola de calor.
Así que el Premio de la Luz del Entendimiento iba a ser
entregado a su ganador durante la
Barbacoa de los Árboles Frondosos. Este almuerzo
estrictamente vegetariano se celebraba cada cuatro de julio. Lo organizaban unos árboles muy campechanos que daban mucha sombra en
verano.
Habían elegido esa fecha
para su fiesta porque algunos de ellos decían ser parientes del Árbol de la Libertad y estaban
orgullosos de ello.
El Sr. Binky, que creía que caía mejor a la gente cuando
mostraba tener sentido del humor, fue a
la barbacoa llevando puesto un uniforme histórico que había heredado de un antepasado suyo. El Sr. Binky y su antepasado
eran hadas inglesas y el PM pensó que quedaría gracioso aparecer con una casaca
roja. Después de todo las hostilidades entre la corona y la colonia habían
cesado hacía mucho tiempo. Afortunadamente para él, los árboles frondosos no
son gente que se ofende con facilidad y por tonterías, aunque no creo que les
hiciese mucha gracia el uniforme.
“Y la pequeña tragedia que
tan recientemente ha ocurrido no es más que una señal de la urgencia con la que
hemos de fundar la escuela que enseñará a las hadas y a los humanos a convivir
pacíficamente, avanzando por el camino del progreso tan ansiado por ambos
pueblos.”
El Sr. Binky entonces llamó a mi hermanita y la
pidió que subiese a la rama desde la que estaba dando su discurso. Ella llevaba
un sombrerito de paja y él la pidió que se descubriese para que todos viesen lo
grave que podría haber sido este incidente. Esperaba que todos se conmovieran y
volviesen más sensibles a los infelices resultados de la falta de comprensión
entre los mortales y las hadas.
EL Sr. Binky sonrió a
Valentina y dijo, “No te avergüences de tu cicatriz, querida niña. Es tan
honrosa como cualquier herida de guerra.”
Valentina empezó a reirse jí, jí, jí. Pero sujetaba su sombrerito
firmemente con ambas manos, negándose a quitárselo.
“El chichón desapareció en
cuanto curé la herida,” dijo Gregoria. “No
ha quedado cicatriz.” La niñera llevaba un sombrero vaquero con turquesas
incrustadas, vaqueros muy ajustados y una camiseta con chaleco y estaba tan atractiva como siempre. “Lo que
Valentina quiere es estar muy guapa para gustarle a su novio.”
“¿Su
novio?” Mamá le preguntó a Papá. “¿Nuestro bebé tiene novio?”
“Ahora que me lo preguntas,
se me ocurre que debe ser ese crío vestido con una armadura reluciente que está
junto a ella. ¡Caray! Nuestra niña debe ser una de esas hadas enamoradas que
nacen ya pensando en su pareja. Por eso no nos hacía caso a
nosotros. Esa clase de hada sólo se interesa por su media naranja.”
“Lo que nos faltaba,” dijo
mi madre.
“Bien,” continuó el Sr.
Binky, “nuestra pobre princesita obtuvo un chichón del tamaño de un melón. Pero
un caballero de reluciente armadura ha venido a su rescate y al de todos los
niños expuestos a ser víctimas de sórdidos incidentes con los humanos
incomprendidos.”
“¿Pero qué está diciendo ese?”
dijo Alpin. “Nosotros
la rescatamos. Yo y mi Gregoria.”
“Y es un honor para mí
presentarlos a nuestro joven benefactor. Ibys, sube aquí para que te aclamen.”
Y el niño que llevaba una
armadura ayudó a mi hermanita a subir a la rama. No podía hacer otra cosa,
porque ella no le soltaba la mano.
"Gracias a este pequeño caballero de
asfixiante...eh, reluciente...armadura ningún mal volverá a entristecer a esta
damisela, porque muy pronto la luz del entendimiento y la comprensión nos
iluminará a hadas y mortales gracias a la magnífica donación que ha hecho este
niño insigne, y por ello le entregamos una muestra de nuestro agradecimiento,
esta linterna siempre encendida que simboliza bla, bla, bla…,”oraba el Sr. Binky.
“Lo hemos logrado, querida,”
dijo la anciana a la joven. “Desde ahora en adelante tú y tu hijo sois gente
bienhechora, hadáfilos y filántropos.
“Es usted la persona que más
ha hecho por mí en mi vida,” casi sollozó Fiona.
“Hago lo que puedo. Y
afortunadamente soy de las que mucho puede. Con el dinero que te dejó el
impresentable pirata que casí arruinó tu ya dudosa reputación, yo te he
comprado gratitud, respeto y un lugar muy alto en nuestra sociedad.”
“No sabe usted cuanto se lo
agradezco,” dijo Fiona, al borde de lagrimas.
“¿Y sabes que es lo mejor? Lo mejor es que podremos
controlar lo que ese insensato descendiente de mi ilustre familia intente enseñar
en su ridícula escuela porque nos la debe.”
Fiona
había estado muy preocupada por lo que la gente podría pensar de su niño
galleta.
Ibys, siempre sonriente,
todo dulzura, luz y bondad, era lo único que quedaba de Saladito aparte de la
galleta de jengibre guardada en la caja fuerte del casino. El horno no podía
castigar al poco bien que había en el pirata. Así que había convertido esa
pequeña parte buena en un bebé hada del apetitoso color dorado de una galleta
bien horneada. A Fiona le preocupaba que el niño no pudiese crecer y permaneciese
siempre del tamaño de un bebé. Pero como el niño era todo amor y el amor puede crecer,
parecía estar desarrollándose como un niño hada cualquiera.
La Señora Parry tenía una
sorpresa para Fiona.
“Ibys no sólo se va a llevar
esa linterna,” le susurró a Fi. “La misma reina le va a armar caballero de la Orden del Corchete. Esa
distinción es para gente que hace grandes favores a la corona.”
“¡Oh!
Pero
si todavía no tiene ni un año,” exclamó Fiona susurrando.
“Nadie se atreverá a
ofenderos nunca más,” sonrío satisfecha la Sra. Parry.
Era verdad que nadie se iba
a atrever a ofender a Fiona o a Ibys abiertamente. Pero los cotillas que habían
acudido a la fiesta de Halloween disfrazados de ristra de ajos ya estaban
murmurando en esta barbacoa.
“¡Bueeeeno!
No
hemos pedido favores, pero parece que nos los concede una galleta.”
“¿Vamos a emparentar con una
galleta?” Mamá le susurró a Papá.
“¡Peor! Vamos a emparentar con los
restos del pirata Barbamocos.Valentina se empeñará en ser
la Señora de
Barbamoquitos en cuanto cumpla los siete años.”
“¿No está Fiona ahora con ese cocinero vasco? Un
cocinero bien puede engendrar una galleta. Podrían decir que él es el verdadero
padre del niño. Su apellido no puede ser peor que Barbamocos. Y
tendrá menos enemigos, digo yo. Que lo reconozca, adopte o lo que haga falta. ”
“Hablaré con Santichu,”
asintió Papá.
“Tal vez el niño ese deba
cambiar su nombre de pila también,” añadió Mamá, “porque lleva nombre de
pesticida.”
“¿Pesticida?” dijo
Papá, sorprendido.
“El nombre del dios egipcio
de la inteligencia se escribe con una i
latina. El nombre del popular pesticida con y griega.”
“Cámbiale el nombre cuando
le armes caballero,” sugirió Papá. “Tú te lías mucho con los nombres de la
gente que no te gusta. Nadie se dará cuenta de que esto haya sido intencionado.”
“Le llamaré Iván,” dijo
Mamá. “O Ivar. ¿El vasco se apellida Semeurtzi? A lo mejor le debería llamar Iker.”
Cuando la ceremonia para
armar caballero a Ibys comenzó, Alpin me preguntó qué era la Orden del Corchete y si
merecía la pena pertenecer a ella.
“Hace unos siglos, mi madre
llevaba un vestido con un escote que quitaba el hipo, mantenido en su sitio por
tres corchetes. El primero se soltó y un caballero ofreció su capa a Mamá para
que pudiese cubrirse. Mamá le agradeció este servicio creando la Orden del Corchete y
nombrándole su primer miembro. Los miembros reciben un corchete de oro macizo
que suelen llevar como si fuese una pajarita. El
Sr. Binky lleva hoy el suyo.”
Y el corchete favorecía al Sr.
Binky. Estaba tan radiante de felicidad ese día que los cotillas decían que la
casaca roja y la peluca blanca y el tricornio de su uniforme le sentaban tan
bien que hasta parecía guapo.
Sólo una persona rompió la
armonía de la ceremonia del corchete. Fergus O’Toora se fijó en que Ibys Iván Ivar Iker Semeurtzi Barbamoquitos Dulajan estaba sudando la gota gorda. Y sólo Fergus intentó remediarlo.
“¡Sacad
a esa criatura inocente de esa armadura, insensatos! ¡Es un caluroso día de verano! ¡No necesita que le cuezan
dos veces!”
Fergus, que llevaba una gorra frigia de paja teñida de rojo, también tenía algo que decir de la casaca roja
del Sr. Binky.
“¡No digas que eres ciudadano de dos mundos, infame inglés! ¡Hoy te traiciona tu vestimenta!”
Los
niños nos pusimos a cantar para ahogar las peleas de los mayores. Se canta mucho en la Barbacoa de los Árboles
Frondosos, y ellos nos animaron y aplaudieron.
“¡Viva la barbacoa!¡Qué
gusto haber venido! Hicimos amigos y ay, caray, que
mucho hemos comido!"
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