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sábado, 18 de abril de 2020

114. La casa parroquial del Bosquecillo de los Búhos


Cuando Alpin se enteró de que el músico desequilibrado le había regalado a mi hermana un lápiz que era un tesoro mágico, inmediatamente quiso apropiarse de él.

Le dije que no se lo podía quedar porque Harpagofito Menudo podría volver a por él y yo no quería tener más problemas con hadas encontradizas y de merecido.

“Si se lo ha dado a ella, es de ella,” dijo Alpin.

“Está en posesión del lápiz pero no sabemos si realmente se lo regaló o si va a querer que se lo devuelva ahora que está con nosotros y no en esa escuela donde la dejó. Yo no puedo darte algo que no es mío. Ni tampoco dejar que le quites algo a mi hermana. Es demasiado pequeña para saber lo que quiere hacer con el lápiz, así que no debe deshacerse de algo que la podría causar problemas si lo hace.”

Sin embargo, como el lápiz era eterno, no vi motivos para que no pudiésemos probarlo.

Había un muro estupendo que rodeaba las ruinas de una casa parroquial sita en el llamado Bosquecillo de los Búhos, en los limites del oeste del Bosque Triturado. Este bosquecillo en realidad sólo era una parte del bosque más grande.Y hacia allí nos dirigimos. 

Alpin no me dejó utilizar el lápiz de mi hermana. Pintaba y pintaba su logo por todo el muro. Cada vez que escribía “¡Más!” me preguntaba que pensaba yo de su último grafito. ¿Era tan bueno como los otros?  Las fuentes y los colores podían variar, pues por algo el lápiz era mágico, así que había algo diferente en cada uno, pero aun así resultaba un tanto aburrido ver como se repetía y repetía la misma palabra.

“¿No podrías pintar algo que no fuese tu logo para variar?”

¡No!” insistió Alpin. “Todo el mundo tiene que saber que mi trabajo es mió.”


Habíamos elegido pintar en ese bosquecillo porque nunca hay nadie allí salvo los búhos. Hay tantos que cubren los árboles que hay allí como si ellos mismos fuesen grafitos. La casa parroquial que había tras el muro siempre nos había dado la impresión de estar desierta. Y nunca se ve a nadie por los alrededores. Así que nos llevamos una sorpresa cuando vimos a Mínafer Ominoso aparecer con una camisa tipo hawaiana pero con botones de búhos. Parecía mucho más joven y más delgado ese día.
                      

“Hola, chicos,” nos dijo. “Alegrando el muro del Sr. Binky, ¿eh? Eso es bonito. Espero que nos lo podamos quedar.”

“¿Este muro es del Sr. Binky? Creíamos que no le pertenecía a nadie,” dije yo.

“El Sr. Binky ha expropiado la casa parroquial y sus jardines y piensa construir aquí su escuela soñada.”
                


“¿Ha pagado una fortuna por estas ruinas? Mi sobrino le dio un pastón para construir la escuela. Me gustaría saber en que se lo está gastando.”

“No ha pagado un céntimo por este lugar. Puesto que no consta quién es el dueño, Binky no ha tenido que indemnizar a nadie.”

“Eso es peor de lo que pensaba. Debe estar quedándose el dinero si no lo está malgastando. ¿Por qué no nos dices que podemos hacer para divertirnos un poco este verano, Mínafer? Me estoy cansando de pintar.”

“Tenéis un tesoro mágico ahí, por lo que veo,” dijo el Sr. Ominoso. “Ese no es un lápiz cualquiera. Puede dibujar y pintar cualquier cosa que seáis capaces de imaginar. Sólo hay cinco como ese en el mundo de las hadas. Dicen que quien tenga todos los cinco podrá cubrir el cielo entero de graffiti en menos de una noche. ¿Os imagináis el efecto a la mañana siguiente?”

“Tú eres un oráculo sabelotodo. ¿Dónde podemos encontrar los otros cuatro lápices?

“Algo en el aire me dice que no estáis demasiado lejos de uno de ellos. Seguid el muro, muchachos.”

“Su mistificante manera de hablar resulta muy molesta, Minafer,” dijo Alpin. “Cambia de estilo.”

                   
“¡Adiós, Sr. Ominoso,” dije yo, viendo como el médium se alejaba riendo. “Gracias por su sugerencia.”

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