“Quien tiene un cómic tiene
un tesoro,” dijo Don Alonso.
Era otra hermosa mañana de verano
y él estaba disfrutándola leyendo comics con unos hojitas bajo la dorada luz
del sol, sentado y apoyado contra el muro de la vieja casa parroquial del Bosquecillo de los Búhos. Le habíamos dicho a Don Alonso que conocíamos un
lugar donde se podía leer tranquilamente y disfrutar de la naturaleza a la vez
y le habíamos llevado allí con nosotros.
“No
puedo agradecerle a Michael lo bastante que me prestase todos estos cómics. Mientras
estudiábamos el vocabulario de trabajos, empleos y ocupaciones, me sentí atraído
por la de superhéroe. Y ahora estoy aprendiendo todo lo que puedo sobre ellos.”
Mientras
Don Alonso y los hojitas leían, Alpin y yo buscábamos lápices mágicos entre la
hierba y las flores silvestres que crecían junto al muro. No encontramos ninguno.
Pero había un agujero en el muro y empezamos a pensar que tal vez lo que
buscábamos estaría al otro lado.
“¡Ojalá
fuese un superhéroe!”suspiró Don Alonso.
“¿Por
qué?” preguntó Vicentico.
“Son como caballeros, pero
les ayuda la ciencia en vez de la magia. Creo que no estaría rompiendo mi
promesa de no volver a involucrarme en la caballería si me convirtiese en un
superhéroe. Ni los científicos se podrían oponer a eso.”
“Si quieres hacer algo
peligroso, entra a rastras por el
agujero que hay en el muro y ve a ver si encuentras un lápiz al otro lado. Nos
han advertido de que puede ser peligroso entrar ahí,” dijo Alpin, “y se está
más seguro si van muchos juntos. ¿Te apuntas?”
“Sí, es peligroso,” dijo
Vicentico. “Los hojitas sabemos muy bien que los visitantes no son bienvenidos
en la casa parroquial.”
“No
somos visitantes. Somos intrusos, allanadores de morada. Y no hay ningún cartel por aquí que
diga que esté prohibido allanar,” explicó Alpin.
“Eso se lo puedes decir al
hombre del saco. Si te da tiempo,” dijo Vicentico.
“¿Hay un hombre del saco ahí
dentro? ¿Como el Coco?”
Vicentico
asintió con la cabeza, muy serio.
“Le llamamos Paco, el Tío
del Jumbisaco. Mi primo Iohannes, estando en el tejado de esa casa, resbaló y cayó dentro por una de las
chimeneas una noche fatídica. Fue como caer en un agujero
oscuro. Diles como te fue, Iohannes.”
El hojita Iohannes dijo que
ojalá pudiese. No recordaba nada, aunque estaba seguro de que algo horrible había
tenido que suceder.
“Tras la caída, desperté en
un nido que colgaba de un eucalipto en alguna parte del trópico de Capricornio.
Me llevó meses volver a casa. Pero me considero
afortunado. Estoy convencido de que me libré de un terrible destino. Aunque no
recuerdo lo que pasó, todavía tengo pesadillas con sacos que están llenos de
criaturas que se mueven y retuercen.
“¡Razón
de más para invadir ese lugar!” estalló Don Alonso. “El siniestro y antipático
amo de esa casa le debe una explicación a Juanito. Y si se dedica a hacer el
mal, hemos de invitarle a que cese de hacer fechorías. ¡Uy, que animado estoy!
Voy a volver a lo mío, pero esta vez con la bendición de la Ciencia. Pero hay
dos detalles de los que me tengo que ocupar. Primero
he de encontrar una máscara. Haré dos agujeros en este pañuelo y valdrá por
ahora. También necesitaré un nombre de guerra. No serviría de nada llevar
máscara si actuase bajo mi propio nombre. Super
Quijano no me vale porque me estaría delatando. Mancha Man es tan bueno que alguien ya debe estar usándolo.”
“Llámate El Lector Lunático,” sugirió Alpin.
Yo no dije nada porque
estaba absorto en otra cosa. Me había dado cuenta de que había unos grafitos
muy raros en la pared. Parecía que acababan de
aparecer. Y tuve la extraña sensación de que querían que ser leídos.
“Me recuerda a un hombre...” apareció en la pared.
“He visto esto en tele
mortal,” pensé. “Es de una película vieja.” Y le pregunté en voz baja a la
pared, “¿Qué hombre?”
“El hombre con el poder.”
Eso apareció en la pared, y
era evidente que el muro estaba respondiendo a mi pregunta. Me animó a seguir
preguntando.
“¿Qué poder?”
“¡El
poder de derribarme, Arley!”
No había duda. La pared se
había dirigido directamente a mí.
“¡Me
estás hablando!” grité.
Todos se volvieron para ver
que me pasaba, pero yo tenía los ojos fijos en el muro.
“Dile al hombre del saco lo
que el hombre con el poder piensa hacer con este lugar,” escribió la pared.
“¿Por qué has gritado,
Arley?” preguntó Alpin.
“¿Adivina qué? Estoy
hablando con una pared.”
“¡Sálvame, Arley!” suplicó
el muro.
“¡Ya tenemos bastante con un
lector lunático!” exclamó Alpin dándome una colleja. “Sígueme.
¡Voy
a entrar!”
Y él y Don Alonso y los dos
hojitas se colaron por el agujero.
Antes
de que pudiese seguirlos, vi que el muro había escrito,"Si haces lo que te
pido, te diré donde puedes encontrar dos de los lápices que buscas.”
“Sí,” dije yo. “Lo haré. Hablaré con el hombre del jumbisaco.”
Puede sonar raro, pero
sentía lealtad hacia ese muro.Yo había jugado junto a él desde muy pequeño, y
me había sentado apoyándome en él para descansar y para merendar o leer. Y también
había escrito alguna cosa en él. Y él había apelado directamente a mí. Sentí
que merecía ser reparado, no derribado.
No hay comentarios.:
Publicar un comentario