Para encontrar tu camino en este bosque:

Para llegar al Índice o tabla de contenidos, escribe Prefacio en el buscador que hay a la derecha. Si deseas leer algún capítulo, escribe el número de ese capítulo en el buscador. La obra se puede leer en inglés en el blog Tales of a Minced Forest (talesofamincedforest.blogspot.com)

sábado, 18 de abril de 2020

116. El hombre del jumbisaco


“Quien tiene un cómic tiene un tesoro,” dijo Don Alonso.


Era otra hermosa mañana de verano y él estaba disfrutándola leyendo comics con unos hojitas bajo la dorada luz del sol, sentado y apoyado contra el muro de la vieja casa parroquial del Bosquecillo de los Búhos. Le habíamos dicho a Don Alonso que conocíamos un lugar donde se podía leer tranquilamente y disfrutar de la naturaleza a la vez y le habíamos llevado allí con nosotros.

“No puedo agradecerle a Michael lo bastante que me prestase todos estos cómics. Mientras estudiábamos el vocabulario de trabajos, empleos y ocupaciones, me sentí atraído por la de superhéroe. Y ahora estoy aprendiendo todo lo que puedo sobre ellos.”

Mientras Don Alonso y los hojitas leían, Alpin y yo buscábamos lápices mágicos entre la hierba y las flores silvestres que crecían junto al muro. No encontramos ninguno. Pero había un agujero en el muro y empezamos a pensar que tal vez lo que buscábamos estaría al otro lado.

“¡Ojalá fuese un superhéroe!”suspiró Don Alonso.

“¿Por qué?” preguntó Vicentico.

“Son como caballeros, pero les ayuda la ciencia en vez de la magia. Creo que no estaría rompiendo mi promesa de no volver a involucrarme en la caballería si me convirtiese en un superhéroe. Ni los científicos se podrían oponer a eso.”
                 
     
“Si quieres hacer algo peligroso,  entra a rastras por el agujero que hay en el muro y ve a ver si encuentras un lápiz al otro lado. Nos han advertido de que puede ser peligroso entrar ahí,” dijo Alpin, “y se está más seguro si van muchos juntos. ¿Te apuntas?”


          
“Sí, es peligroso,” dijo Vicentico. “Los hojitas sabemos muy bien que los visitantes no son bienvenidos en la casa parroquial.”

“No somos visitantes. Somos intrusos, allanadores de morada. Y no hay ningún cartel por aquí que diga que esté prohibido allanar,” explicó Alpin.

“Eso se lo puedes decir al hombre del saco. Si te da tiempo,” dijo Vicentico.

“¿Hay un hombre del saco ahí dentro? ¿Como el Coco?”

Vicentico asintió con la cabeza, muy serio.

“Le llamamos Paco, el Tío del Jumbisaco. Mi primo Iohannes, estando en el tejado de esa casa,  resbaló y cayó dentro por una de las chimeneas una noche fatídica. Fue como caer en un agujero oscuro. Diles como te fue, Iohannes.”

El hojita Iohannes dijo que ojalá pudiese. No recordaba nada, aunque estaba seguro de que algo horrible había tenido que suceder.
                  


“Tras la caída, desperté en un nido que colgaba de un eucalipto en alguna parte del trópico de Capricornio. Me llevó meses volver a casa. Pero me considero afortunado. Estoy convencido de que me libré de un terrible destino. Aunque no recuerdo lo que pasó, todavía tengo pesadillas con sacos que están llenos de criaturas que se mueven y retuercen.  

“¡Razón de más para invadir ese lugar!” estalló Don Alonso. “El siniestro y antipático amo de esa casa le debe una explicación a Juanito. Y si se dedica a hacer el mal, hemos de invitarle a que cese de hacer fechorías. ¡Uy, que animado estoy! Voy a volver a lo mío, pero esta vez con la bendición de la Ciencia. Pero hay dos detalles de los que me tengo que ocupar. Primero he de encontrar una máscara. Haré dos agujeros en este pañuelo y valdrá por ahora. También necesitaré un nombre de guerra. No serviría de nada llevar máscara si actuase bajo mi propio nombre. Super Quijano no me vale porque me estaría delatando. Mancha Man es tan bueno que alguien ya debe estar usándolo.”

  
“Llámate El Lector Lunático,” sugirió Alpin.

Yo no dije nada porque estaba absorto en otra cosa. Me había dado cuenta de que había unos grafitos muy raros en la pared. Parecía que acababan de aparecer. Y tuve la extraña sensación de que querían que ser leídos.

“Me recuerda a un  hombre...” apareció en la pared.

“He visto esto en tele mortal,” pensé. “Es de una película vieja.” Y le pregunté en voz baja a la pared, “¿Qué hombre?”

“El hombre con el poder.”

Eso apareció en la pared, y era evidente que el muro estaba respondiendo a mi pregunta. Me animó a seguir preguntando.

“¿Qué poder?”

“¡El poder de derribarme, Arley!”
              
No había duda. La pared se había dirigido directamente a mí.

“¡Me estás hablando!” grité.

Todos se volvieron para ver que me pasaba, pero yo tenía los ojos fijos en el muro.

“Dile al hombre del saco lo que el hombre con el poder piensa hacer con este lugar,” escribió la pared.

“¿Por qué has gritado, Arley?” preguntó Alpin.
              

“¿Adivina qué? Estoy hablando con una pared.”

“¡Sálvame, Arley!” suplicó el muro.

“¡Ya tenemos bastante con un lector lunático!” exclamó Alpin dándome una colleja. “Sígueme. ¡Voy a entrar!”

Y él y Don Alonso y los dos hojitas se colaron por el agujero.

Antes de que pudiese seguirlos, vi que el muro había escrito,"Si haces lo que te pido, te diré donde puedes encontrar dos de los lápices que buscas.”

“Sí,” dije yo. “Lo haré. Hablaré con el hombre del jumbisaco.”


Puede sonar raro, pero sentía lealtad hacia ese muro.Yo había jugado junto a él desde muy pequeño, y me había sentado apoyándome en él para descansar y para merendar o leer. Y también había escrito alguna cosa en él. Y él había apelado directamente a mí. Sentí que merecía ser reparado, no derribado.                                              

No hay comentarios.:

Publicar un comentario