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viernes, 17 de abril de 2020

118. Una declaración de guerra

La reacción del Sr. Apocado ante esta noticia fue inmediata. Cuando mencioné al Sr. Binky, la roja cara del veterinario se volvió morada. Cuando dije que el primer ministro iba a tirar la casa, humo le empezó a salir por la nariz. Cuando pronuncié la palabra humanos, sapos y culebras saltaron de su boca. Pero resumiré todo lo que dijo en una breve linea.

  
“¡Por encima de mi cadaver!”
  
Preocupado por la salud de su nuevo amigo, Don Alonso le aconsejó que se calmase. Sí que parecía que le iba a dar un infarto.

“Tiene todo mi apoyo, señor. Su querella será la mía. Pero problemas como este se pueden resolver hablando. Sugiero que le pidamos audiencia al primer ministro.”

Pero el Sr. Apocado se enfureció aun más. Se enfureció tanto que parecía el Coco por el que le habían tomado los hojitas en un principio en lugar del caballero amable que acabábamos de conocer.

                     
“¿Yo perdirle a ese alunado audiencia? ¡No sabe con quién se ha metido, ese agente humanoide de los mortales! ¡Esto es LA GUERRA!


“¡Mira lo que has hecho, Arley!” exclamó Alpin. “Tuviste que chivarte del Sr. Binky, acusica. ¡Ahora has empezado una guerra! ¡Y ahí estás, tan fresco como una lechuga recién nacida!”

Yo no podría haberme sentido más indignado. Creo que me puse morado también.



“¿Yo?¿Empezar una guerra? ¡La pared tenía derecho a ser escuchada! ¡Todo el mundo lo tiene! ¡Se llama libertad de expresión!

“El Sr. Binky podría haber construido su escuela aquí sin que ese tipo se enterase siquiera,” Alpín continuó recriminándome. “Así de fuera de la realidad está este menda. Esto es lo que pasa cuando alguien se dedica a leer todo lo que ve. Lo has provocado tú, leyendo lo escrito en el muro.”

¡Yo no!chillé.

“Estas rencillas vienen de viejo,” dijo Don Alonso intentando calmarnos a todos. “Pero el Sr. Binky y su escuela son la causa inmediata de este estallido. No puede poner su escuela en propiedad ajena. Tenía que haber indagado más antes de expropiar este lugar. Afortunadamente este problema tiene fácil solución. Binky sólo tiene que poner la escuela en otra parte. Eso es todo.”

“No, no intente defender a Arley, Alonso. La estúpida aventura en la que me ha metido se ha acabado,” insistió Alpin. “¡Arley, llévame a casa ahora mismo!”

Estaba tan enfadado con él que le dije que se fuese por su cuenta.

“No puedo. Estoy ciego de hambre. Sácame de aquí antes de que me beba alguna olla de aceite apocado y me ponga aun más enfermo. Eso sería tu culpa también.”

“Puedo ofreceros limonada y galletas,” dijo el Sr. Apocado, casi recobrando la serenidad.

Pero Don Alonso enseguida le hizo gesto de que no. Y yo decidí llevar a Alpin a casa porque sabía que la posibilidad de que se bebiese el aceite curalotodo del Sr. Apocado era muy real.

Cuando estábamos al otro lado del muro, me detuve para decirle a aquella pared que había entregado su mensaje. Había algo nuevo escrito en ella.


“Solitario tiene un sobrino. El sobrino se llama Tyrone. Tyrone tiene dos lápices mágicos. Hace graffiti, pero ya no me visita. Para saber donde está, pregunta por Felina de los Gatos del Bosque. Gracias por ayudarme. Esto es todo lo que puedo hacer por ti. Solo soy un muro.”

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