“¡Por
encima de mi cadaver!”
Preocupado por la salud de
su nuevo amigo, Don Alonso le aconsejó que se calmase. Sí que parecía que le
iba a dar un infarto.
“Tiene todo mi apoyo, señor.
Su querella será la mía. Pero problemas como este se pueden resolver hablando.
Sugiero que le pidamos audiencia al primer ministro.”
Pero el Sr. Apocado se
enfureció aun más. Se enfureció tanto que parecía el Coco por el que le habían
tomado los hojitas en un principio en lugar del caballero amable que acabábamos
de conocer.
“¿Yo perdirle a ese alunado
audiencia? ¡No sabe con quién se ha metido, ese agente humanoide de los
mortales! ¡Esto es LA GUERRA !
“¡Mira lo que has hecho,
Arley!” exclamó Alpin. “Tuviste que chivarte del Sr. Binky, acusica. ¡Ahora has
empezado una guerra! ¡Y ahí estás, tan fresco como una lechuga recién nacida!”
Yo no podría haberme sentido
más indignado. Creo que me puse morado también.
“¿Yo?¿Empezar una guerra? ¡La pared tenía derecho a ser escuchada!
¡Todo el mundo lo tiene! ¡Se
llama libertad de expresión!”
“El Sr. Binky podría haber
construido su escuela aquí sin que ese tipo se enterase siquiera,” Alpín
continuó recriminándome. “Así de fuera de la realidad está este menda. Esto es
lo que pasa cuando alguien se dedica a leer todo lo que ve. Lo has provocado tú, leyendo lo escrito en el muro.”
“¡Yo no!” chillé.
“Estas rencillas vienen de
viejo,” dijo Don Alonso intentando calmarnos a todos. “Pero el Sr. Binky y su
escuela son la causa inmediata de este estallido. No
puede poner su escuela en propiedad ajena. Tenía que haber indagado más
antes de expropiar este lugar. Afortunadamente este problema tiene fácil solución.
Binky sólo tiene que poner la escuela en otra parte. Eso es todo.”
“No,
no intente defender a Arley, Alonso. La estúpida aventura en la
que me ha metido se ha acabado,” insistió Alpin. “¡Arley, llévame a casa ahora mismo!”
Estaba tan enfadado con él
que le dije que se fuese por su cuenta.
“No
puedo. Estoy ciego de hambre. Sácame de aquí antes de que me beba alguna olla
de aceite apocado y me ponga aun más enfermo. Eso
sería tu culpa también.”
“Puedo
ofreceros limonada y galletas,” dijo el Sr. Apocado, casi recobrando la serenidad.
Pero
Don Alonso enseguida le hizo gesto de que no. Y yo decidí llevar a Alpin a casa
porque sabía que la posibilidad de que se bebiese el aceite curalotodo del Sr.
Apocado era muy real.
Cuando estábamos al otro
lado del muro, me detuve para decirle a aquella pared que había entregado su
mensaje. Había algo nuevo escrito en ella.
“Solitario
tiene un sobrino. El sobrino se llama Tyrone. Tyrone tiene dos lápices
mágicos. Hace graffiti, pero ya no me visita. Para saber donde está, pregunta
por Felina de los Gatos del Bosque. Gracias por ayudarme. Esto es todo lo que
puedo hacer por ti. Solo soy un muro.”
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