Camino a la confrontación
con el primer ministro, los Apocado recogieron a muchos autoestopistas
dispuestos a pelear por la casa parroquial, su muro y su dueño.
Los que no labran la tierra
y sólo viven de lo que ella les da espontáneamente pueden reaccionar como
fieras cuando creen que alguien ha tomado posesión indebida de ella. El Sr.
Apocado y los hojitas compartían un profundo desprecio por la raza humana y sus
muchos errores en su manera de tratar a la Madre Tierra.
Los hojitas lo tenían claro.
Solitario Apocado y su familia habían vivido más de dos siglos en el bosque sin
dañarlo. De hecho, habían hecho mucho por él y sus criaturas.Y lo hacían sin
apenas hacerse notar. Habían curado a animales heridos, criado a huérfanos y
alimentado a plantas y animales en tiempos de sequía o hambruna. Y lo habían
hecho sin apenas dejarse notar, callados hasta el punto que casi escapaban a
los agudos ojos de los vigilantes de los bosques.
Ahora que Apocado y su
generosidad habían salido a la luz, la simpatía de los hojitas era toda para
él, y no para el primer ministro del mundo de las hadas. Así que se subieron al
carro de los Apocado portando las armas que les eran más fáciles de obtener,
astillas chiquitas pero matonas.
Mientras tanto, totalmente
ajeno a que la guerra le había sido declarada, el Sr. Binky estaba quejándose
amargamente de que era septiembre y no había podido inaugurar su ansiada
escuela.
Se decía a sí mismo que no
era su culpa. Se había pasado todo el verano tratando con profesionales de la
construcción sin resultado alguno. Primero contactó con el Marqués de La Perla , magnánimo constructor
de las casas ideales de Isla Manzana. Pero el gran hombre
rehusó la oferta que le hizo el Sr. Binky.
“A duras penas puedo
construir casas para los bebés que nos van naciendo. Siento tener que decirte
esto, pero no puedo aceptar tu generosa oferta. Mentiría si dijese que me
parece una buena idea la tuya. No sé si tener trato con los humanos es
conveniente. Sé que tú piensas que el Proyecto Isla Manzana es puro escapismo.
Pero para los que creemos en él, es nuestra única esperanza.”
Tras muchos intentos fallidos, el Sr. Binky por fin firmó un contrato con un maestro arquitecto rumano que alardeaba de haber enseñado el oficio al famoso Magister Manole. Pero este hombre nunca llegó a pisar el bosquecillo de los búhos, y ni siquiera intentó la demolición de la vieja casa parroquial.
Cuando el Sr. Binky, impaciente y estresado, preguntó al
rumano por qué no aparecía por el lugar de la obra, el constructor le contestó
que iría una vez que hubiese obtenido todos los materiales necesarios para
construir la escuela. Tras cada una de las muchas llamadas del primer ministro,
el constructor mandaba al ministerio un saco de arena y otro de cal o una caja
de clavos para apaciguar la ansiedad del primer ministro. Pero cuando el vernano se acabó sin que el constructor
hubiese pegado chapa, Binky se personó en la oficina del rumano. Viorel Wadim,
pues así se llamaba este individuo, dijo al primer ministro que le faltaba un
elemento indispensable sin el cual sería inútil emepzar la obra. No podía
encontrar un alma para el edificio.
“Un edificio es como una
persona,” explicó el Maestro Viorel. “Un cuerpo necesita un alma para tenerse
en pie. Si no la tiene, se cae, porque está muerto. Lo
mismo ocurre con los edificios. Su escuela no se sostendría sin un alma dentro.
Hemos
buscado por todas partes y hasta puesto anuncios en los hadaperiódicos, pero no
hemos logrado encontrar a un hada lo bastante chalada como para dejarse
encerrar para siempre en su escuelita. Sólo
nos queda una alternativa. Pero sólo actuaré bajo su responsabilidad. Ni loco hago yo
esto sin la autorización del estado. Podemos secuestrar a un mortal y
anexionarlo al edificio por el simple procedimiento de emparedarlo vivo allí dentro.
Los humanos también tienen alma, ya lo sabe, ¿no?”
“Pero...¿qué está diciendo?”el Sr.
Binky no podía creer lo que estaba escuchando. Wadim le había consternado hasta
volverlo enfático. “¡Claro
que no! No puedo levantar una escuela dedicada a reconciliar a hadas y
humanos empezando por emparedar a un mortal desgraciado en ella.”
“Pues entonces, usted mismo.
Yo no puedo hacer más que esto,” Viorel
se encogió de hombros y dimitió.
Estaba claro que el Sr.
Binky tenía que recurrir a otra clase de escuela de arquitectura. ¿Pero cuál? Por suerte para él, amanece cuando está más oscuro.
Mientras estaba ahí sentado en su oficina pensando que nadie le iba a poder
ayudar, la más grande de los cuentacuentos se le apareció para ofrecerle una
solución. A cambio de algunos libros sin precio e imposibles de obtener salvo
en la Real Biblioteca
del Santo Job, Scheherazade estaba dispuesta a cederle un arquitecto.
“Yo te daré,” dijo la
ilustre señora, “la lámpara de Aladino. Su genio puede construir un palacio en
sólo una noche. Tu escuela le llevará media horita. Tendrá fuentes
y patios con auténticos naranjos y toneladas de jazmín. Estará hecha de mármol
de Makrana, como el palacio de Buckingham en Londres.”
“Dicen la verdad los que te
llaman sabia,” dijo el Sr. Binky haciendo una reverencia.
“También soy práctica. Así
que dame un maletín con mis libros y recibirás la lámpara ahora mismo.
El Sr.
Binky le dió los libros y Scheherazade chasqueó los dedos. Un joven enturbantado
apareció a su lado.
“Este es Batish Afsún,” dijo
Scheherazade al Sr. Binky. “Y este,” le dijo al joven, “es
Sir Mungo John Binky, que va a ser tu nuevo amo. Sí, en cuanto formalice el
contrato contigo frotando la lámpara con una de las bayetas que limpian metales
que venden en los todoacien. Es mejor con eso que con la
manga.”
El joven saludó al Sr. Binky
y depositó una de dichas bayetitas, todavía en su bolsita de plástico, sobre el
escritorio del primer ministro.
“Eso es todo lo que tendrá
usted que hacer para poder llamar al genio Abdi,
que significa mi sirviente,” dijo la
dama.
“¿Y le escucharé decir eso
de que mi deseo es su orden?”
“Desde
luego.”
“Siempre
he deseado que me dijesen eso. Bueno, aquí está el genio, pero… ¿dónde está la lámpara?”
Scheherazade
dijo que la lámpara esperaba fuera en el aparcamiento. El apuesto genio la había
convertido en un coche para llevar a la señora hasta el ministerio. Ella volvería a casa
en alfombra mágica.
“La alfombra mágica está en
la lámpara y la lámpara es un coche que está en el parking.”
El
genio aseguró al Sr. Binky que volvería con la lámpara en cuanto hubiese
enviado a su anterior ama a casa. Cuando el joven y Scheherazade se fueron, el
Sr. Binky se recostó en su sillón y se tomó unos minutos de descanso para
disfrutar de la sensación de alivio que sentía al haber conseguido un
arquitecto.
Cuando Scheherazade partió
volando, Batish Afsún se fue a por el coche con el propósito de volver a
convertirlo en lámpara. Pero estaba mal aparcado, porque había un montón de
árboles en el parking y ningún otro coche y tampoco parecía que iba a aparecer
nadie por allí, así que Batish Afsún no se había molestado en dejarlo donde se
viese bien y…






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