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viernes, 17 de abril de 2020

119. Constructores

Con una escopeta por si las cosas se pusiesen feas y una gran lata de aceite curalotodo por si alguien resultase herido, Solitario Apocado se dirigía a la oficina del primer ministro, decidido a que le devolviesen lo que era suyo.Viajaba en la furgoneta cutre de su sobrino Tyrone, al que en adelante llamaremos Tayrón, que es como se pronuncia ese nombre irlandés. Tay era un popular grafitero al que su tío había alistado para esta batalla nombrándole de nuevo heredero en su testamento.

               
Camino a la confrontación con el primer ministro, los Apocado recogieron a muchos autoestopistas dispuestos a pelear por la casa parroquial, su muro y su dueño.

Los que no labran la tierra y sólo viven de lo que ella les da espontáneamente pueden reaccionar como fieras cuando creen que alguien ha tomado posesión indebida de ella. El Sr. Apocado y los hojitas compartían un profundo desprecio por la raza humana y sus muchos errores en su manera de tratar a la Madre Tierra.

Los hojitas lo tenían claro. Solitario Apocado y su familia habían vivido más de dos siglos en el bosque sin dañarlo. De hecho, habían hecho mucho por él y sus criaturas.Y lo hacían sin apenas hacerse notar. Habían curado a animales heridos, criado a huérfanos y alimentado a plantas y animales en tiempos de sequía o hambruna. Y lo habían hecho sin apenas dejarse notar, callados hasta el punto que casi escapaban a los agudos ojos de los vigilantes de los bosques.

Ahora que Apocado y su generosidad habían salido a la luz, la simpatía de los hojitas era toda para él, y no para el primer ministro del mundo de las hadas. Así que se subieron al carro de los Apocado portando las armas que les eran más fáciles de obtener, astillas chiquitas pero matonas.
  
Mientras tanto, totalmente ajeno a que la guerra le había sido declarada, el Sr. Binky estaba quejándose amargamente de que era septiembre y no había podido inaugurar su ansiada escuela.

Se decía a sí mismo que no era su culpa. Se había pasado todo el verano tratando con profesionales de la construcción sin resultado alguno. Primero contactó con el Marqués de La Perla, magnánimo constructor de las casas ideales de Isla Manzana. Pero el gran hombre rehusó la oferta que le hizo el Sr. Binky.

                                  
“A duras penas puedo construir casas para los bebés que nos van naciendo. Siento tener que decirte esto, pero no puedo aceptar tu generosa oferta. Mentiría si dijese que me parece una buena idea la tuya. No sé si tener trato con los humanos es conveniente. Sé que tú piensas que el Proyecto Isla Manzana es puro escapismo. Pero para los que creemos en él, es nuestra única esperanza.”

Tras muchos intentos fallidos, el Sr. Binky por fin firmó un contrato con un maestro arquitecto rumano que alardeaba de haber enseñado el oficio al famoso Magister Manole. Pero este hombre nunca llegó a pisar el bosquecillo de los búhos, y ni siquiera intentó la demolición de la vieja casa parroquial.

Cuando el  Sr. Binky, impaciente y estresado, preguntó al rumano por qué no aparecía por el lugar de la obra, el constructor le contestó que iría una vez que hubiese obtenido todos los materiales necesarios para construir la escuela. Tras cada una de las muchas llamadas del primer ministro, el constructor mandaba al ministerio un saco de arena y otro de cal o una caja de clavos para apaciguar la ansiedad del primer ministro. Pero cuando el  vernano se acabó sin que el constructor hubiese pegado chapa, Binky se personó en la oficina del rumano. Viorel Wadim, pues así se llamaba este individuo, dijo al primer ministro que le faltaba un elemento indispensable sin el cual sería inútil emepzar la obra. No podía encontrar un alma para el edificio.
                                

“Un edificio es como una persona,” explicó el Maestro Viorel. “Un cuerpo necesita un alma para tenerse en pie. Si no la tiene, se cae, porque está muerto. Lo mismo ocurre con los edificios. Su escuela no se sostendría sin un alma dentro. Hemos buscado por todas partes y hasta puesto anuncios en los hadaperiódicos, pero no hemos logrado encontrar a un hada lo bastante chalada como para dejarse encerrar para siempre en su escuelita. Sólo nos queda una alternativa. Pero sólo actuaré bajo su responsabilidad. Ni loco hago yo esto sin la autorización del estado. Podemos secuestrar a un mortal y anexionarlo al edificio por el simple procedimiento de emparedarlo vivo allí dentro. Los humanos también tienen alma, ya lo sabe, ¿no?” 


“Pero...¿qué está diciendo?”el  Sr. Binky no podía creer lo que estaba escuchando. Wadim le había consternado hasta volverlo enfático. ¡Claro que no! No puedo levantar una escuela dedicada a reconciliar a hadas y humanos empezando por emparedar a un mortal desgraciado en ella.”

“Pues entonces, usted mismo. Yo no puedo hacer más que esto,”  Viorel se encogió de hombros y dimitió.

Estaba claro que el Sr. Binky tenía que recurrir a otra clase de escuela de arquitectura. ¿Pero cuál? Por suerte para él, amanece cuando está más oscuro. Mientras estaba ahí sentado en su oficina pensando que nadie le iba a poder ayudar, la más grande de los cuentacuentos se le apareció para ofrecerle una solución. A cambio de algunos libros sin precio e imposibles de obtener salvo en la Real Biblioteca del Santo Job, Scheherazade estaba dispuesta a cederle un arquitecto.


“Yo te daré,” dijo la ilustre señora, “la lámpara de Aladino. Su genio puede construir un palacio en sólo una noche. Tu escuela le llevará media horita. Tendrá fuentes y patios con auténticos naranjos y toneladas de jazmín. Estará hecha de mármol de Makrana, como el palacio de Buckingham en Londres.”

“Dicen la verdad los que te llaman sabia,” dijo el Sr. Binky haciendo una reverencia.

“También soy práctica. Así que dame un maletín con mis libros y recibirás la lámpara ahora mismo.
                                   
El Sr. Binky le dió los libros y Scheherazade chasqueó los dedos. Un joven enturbantado apareció a su lado.


“Este es Batish Afsún,” dijo Scheherazade al Sr. Binky. “Y este,” le dijo al joven, “es Sir Mungo John Binky, que va a ser tu nuevo amo. Sí, en cuanto formalice el contrato contigo frotando la lámpara con una de las bayetas que limpian metales que venden en los todoacien. Es mejor con eso que con la manga.”

El joven saludó al Sr. Binky y depositó una de dichas bayetitas, todavía en su bolsita de plástico, sobre el escritorio del primer ministro.

“Eso es todo lo que tendrá usted que hacer para poder llamar al genio Abdi, que significa mi sirviente,” dijo la dama.

“¿Y le escucharé decir eso de que mi deseo es su orden?”

“Desde luego.”

“Siempre he deseado que me dijesen eso. Bueno, aquí está el genio, pero… ¿dónde está la lámpara?”

Scheherazade dijo que la lámpara esperaba fuera en el aparcamiento. El apuesto genio la había convertido en un coche para llevar a la señora hasta el ministerio. Ella volvería a casa en alfombra mágica.

“La alfombra mágica está en la lámpara y la lámpara es un coche que está en el parking.” 

El genio aseguró al Sr. Binky que volvería con la lámpara en cuanto hubiese enviado a su anterior ama a casa. Cuando el joven y Scheherazade se fueron, el Sr. Binky se recostó en su sillón y se tomó unos minutos de descanso para disfrutar de la sensación de alivio que sentía al haber conseguido un arquitecto.

Cuando Scheherazade partió volando, Batish Afsún se fue a por el coche con el propósito de volver a convertirlo en lámpara. Pero estaba mal aparcado, porque había un montón de árboles en el parking y ningún otro coche y tampoco parecía que iba a aparecer nadie por allí, así que Batish Afsún no se había molestado en dejarlo donde se viese bien y…

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