Hay una nueva tumba en lo
que sigue siendo el cementerio de la casa parroquial del bosquecillo de los búhos.
Gatocatcha, mi pequeño gatito con tres pies y el nombre de un elefante, observaba
con paciencia como un mortal enterraba a otro.
“¡Porras!”
dijo Tayrón Apocado secándose el sudor de la frente. “Si hubiese sabido lo
pesado que es cavar tumbas, habría pedido que se ocupasen de esta cuando vendí
el lugar.”
Se echó para atrás para contemplar
su obra y sintió la satisfacción que uno siente cuando ha hecho algo bueno para
otro.
“Bueno, una cosa hecha, ”dijo
con alivio en cuanto había comprobado que la nueva lápida estaba bien sujeta en
su sitio y no caería sobre los lirios de la paz que había plantado junto a la
misma.
La mitad superior de un sol
con el lema Altiora Peto inscrito
debajo adornaba la lápida que rezaba Solitario
Apocado, Parahada y Veterinario. La lápida explicaba que el Sr. Apocado
había muerto defendiendo su privacidad. Y más abajo había algo que aquellos a
los que había amparado insistieron en añadir: Las criaturas del bosque jamás te olvidarán.”
Una lágrima cayó del ojo
izquierdo de Tay sobre la tumba. “Adiós, Tito,”
dijo el sobrino muy bajito. “Me voy a dar una ducha.”
En cuanto se fue, Pilar, la
gata casi silvestre de rayas atigradas y gran cola se subió a la tumba y se
puso cómoda allí.
Esto era lo que había estado
esperando Gatocatcha. Salió de entre los arbustos y se situó frente a la tumba.
“¿Has venido a presentar tus
respetos al difunto?” preguntó Pilar. “¿Te curó a tí alguna vez?”
“No conocía a este
veterinario.Vengo a por información,” dijo Gatocatcha. “Tengo un niño hada que
necesita saber dónde puede encontrar a una tal Felina de los Gatos del Bosque.”
“Tenías que haber preguntado
a Tay,” dijo Pilar. “Es su mujer. Pero trae a tu niño mascota a esta parte del
bosque a medianoche y si tienes suerte la verás. Cuando está en la casa
parroquial sale en la oscuridad con un candil para dar de comer a los gatos
salvajes y jugar con ellos a la pelota.”
Pero
Tay y Felina vivían en un apartamento en la ciudad y se fueron esa misma tarde
para hablar con su casero y decirle que se iban a mudar al campo. Pero como
eran gente desorganizada, les llevó un mes recoger sus pertenencias y para
cuando estaban listos para trasladarse a la casa parroquial ya era la última
semana de octubre. Michael estaba muy ocupado organizado la fiesta que siempre
daba en Halloween. No lo sabía, pero iba a ser la más peligrosa de
todas sus fiesta, tan accidentada que sólo pudimos contar cómo fue meses
después de que se celebrará.
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