El veintiocho de noviembre
era el cumpleaños de Don Guillermo Blake, ilustrísimo poeta y pintor. Michael
siempre tomaba el té con él ese día. El año anterior Don Alonso y Sancho habían acompañado al poeta y al léprecan, pero este año era Alpin quien estaba ahí fuera cuando el
Sr. Blake abrió la puerta de su casa.
“¿Ha llegado la tarta?” preguntó
Alpin, sin presentarse siquiera. “Sé que hoy hay tarta aquí porque todos los
años mi hermano Darcy me pide que no venga a su merienda para que no me la
coma. Pero él no me lo ha podido pedir este año, así que aquí estoy.”
Resultaba que el Sr. Blake acababa
de recibir una tarta del restaurante del balneario de Fiona. Era muy mona, decorada con un cielo azul, hierba verde,
rosas rosas y una gran mariposa. Por dentro era de delicioso chocolate.
El Sr. Blake dejó que Alpin entrase
precisamente porque no tenía ni idea de quién era. Normalmente sólo dejas
entrar a los que conoces, pero Alpin está tan seguro de si mismo y tiene tanto
aplomo que la gente que no le conoce se fía de él.
Alpin
fue directamente a la tarta.
“Es pequeña,” dijo, “como
para unas seis personas.”
Y se la tragó de golpe.
La boca de Alpin estaba
llena de otras exquisiteces que había en la mesa del comedor, pero pudo decir
que era el primo de Michael O’Toora.
"No necesitas la tarta
ni nada. Tus amigos no van a venir este año.”
“¿Qué? ¿Qué les he hecho? ¿Por que
te han visitado sobre mí?”
“No,” farfulló Alpin, lamiendo
un plato para recoger las migas que quedaban en él. “Ellos
no me han mandado aquí. He venido por mi cuenta. He querido hacerlo desde
siempre. Pero mi primo no quería y mi hermano no me dejaba.”
Alpin se sirvió todo el té
que había en la tetera, echándoselo directamente a la boca por el canalón.
“¡Ay!” exclamo. “¡Quema!” Pero no desperdició ni una gota.
“Bébete la leche también si
quieres,” dijo el Sr. Blake. “Es lo único que queda.”
“Gracias.
También queda el azúcar. Me lo tomaré también, si no te importa.”
“¿Importarme?¿Importarme?”
“Tenía muchísimas ganas de
hacer esto,” dijo Alpin. “Gracias por todo. ¡Adiós! ¡Feliz
cumpleaños! Y hasta el año que viene.”
Y se fue dando un portazo
tras él.
Cuando ni Michael ni sus
alumnos aparecieron por ahí en toda la tarde, el Sr. Blake se puso un abrigo y
salió a buscarles. Sólo así podría saber de que iba todo aquello.
Pero Michael no estaba en
casa. Tampoco estaban en sus casas Don Alonso y Sancho. Y nadie sabía donde
estaban.
“Desaparecieron en la Noche de Ánimas. Si se entera
de donde están, por favor me lo hace saber. Estamos muy preocupados de que hayan
vuelto a sus andanzas. Lo raro es que el ama de llaves también ha
desaparecido,” dijo la sobrina de Don Alonso.
El Sr. Blake no podía ir a
la policía porque no había policía oficial en el mundo en el que se hallaba. Pero podía preguntar al Sol. El Sol ve todo lo que ocurre de día. Pero
el Sol dijo que no había visto nada. Sólo sabía que había desaparecido un
montón de gente. Demasiada gente para que él no hubiese visto nada. Pero pudo
haber sucedido de noche.
“Sol, se un sol y dime al
menos donde está el niñato hambrón que se cargó mi fiesta de cumpleaños,” dijo
el Sr. Blake. “Esa fiera tiene que saber algo.”
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