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miércoles, 15 de abril de 2020

152. Los guardianes del oro del Rin


                                     
                             
“¿Sabes qué, Titania?” mi padre le dijo a mi madre. “Mi primer trabajo fue guardián en jefe del oro de los nibelungos. Por aquel entonces yo era muy joven y estaba bajo un hechizo que no me dejaba crecer. Mis padres se habían indispuesto con una bruja que me hizo eso para fastidiarles. Así que Mamá y Papá pensaron que sería mejor que me fuese a vivir con unos parientes, los enanos del Rin. Supusieron que entre ellos no me sentiría fuera de lugar.”

Lo que mi padre estaba diciendo era cierto. Aunque la bruja luego se arrepintió y anuló el hechizo, resultó ser demasiado tarde para que Papá creciese todo lo que tenía que haber crecido. Así que aunque es muy guapo, es más bajito de lo que debía de haber sido.

“Un día yo comencé a crecer otra vez. No tanto como se esperaba, pero lo suficiente como para estar fuera de lugar entre los enanos,” continuó Papá. “No les gusta que les den órdenes personas altas, así que me despidieron con tanta educación como celeridad, pero no sin antes hacerme socio de la Corporación del Oro del Rin, sociedad muy anónima.”

Papá se puso una margarita en el ojal y siguió con su historia.

“Cada mes los enanos me mandan un cheque para pagarme así mis dividendos. Pero este mes no ha llegado. ¿Hay algún atasco en la oficina de correos? Lo dudo, porque desde que mi primer ministro cayó fulminado por un bote de aceite ya no hay quién inunde a las hadas carteras con misivas.”
                                

“Te he dicho mil veces que no me cuentes historias sobre tus orígenes germánicos,” dijo Mamá. “No me gustan. Yo nací inglesa y reina. Algunos de nosotros hacemos las cosas bien desde el principio.”

“Acabo de mandar a Puck a averiguar porque no me ha llegado el cheque,” dijo Papá.

“Y ya he vuelto,” dijo Puck, apareciendo ante mis padres. Es maravillosamente rápido. “Tengo malas noticias y otras incluso peores. ¿Cuáles queréis oir primero?”

¡Ufff!” dijo Papá. “Ir de mal en peor es lo habitual, ¿no?”

“La mala noticia es que el oro del Rin ha vuelto a desaparecer. Lo vieron por última vez flotando hacia Suiza.”

“¡Ay, otra vez no!” suspiró Papá. “¿Cuáles son las peores noticias?”

“No tenemos ni idea de por qué, pero los enanos están creciendo. Solían llegarme al ombligo, pero ahora van por mis hombros.”

Para demostrar esto, Puck había traído consigo a un par de duendes del Rin que estaban de pie detrás de él.
                

“Si miras por encima de tu hombro,” dijo Papá, “verás que ellos ya te sacan la cabeza. Esto está yendo más rápido de lo que esperabas.”

“¿Por qué es esto malo?” dijo Mamá.

“Porque casi no caben en sus camas y mañana puede que ni consigan transitar por sus túneles,” explicó Puck.

“¿Qué se supone que debemos hacer nosotros?” preguntó Papá.

“¿Esto no significará que van a invadir nuestros hogares?” dijo Mamá.

“A no ser que dejen de crecer,” asintió Puck. “A alguna parte tendrán que ir.”

“¡Me cachis en los mengues!” exclamó Mamá. “¡Voy a tener que construir casas para estos fulanos si dejan de caber en las suyas! Al Conde y Ludovica les va a dar un ataque cuando se enteren de lo que les espera. ¡Es demasiado trabajo!”

“Eh, primos, ¿qué tal una cervecita?” dijo Papá, llevándose a los enanos del Rin a su bar casero.

“No es el único problema que puede que tenga usted, mi reina,” Puck le dijo a Mamá en voz baja.

“Cuenta, cuenta.”

“Tú hijo Arley está en una universidad alemana con su novia científica.”

“¿Estudiando psiquiatría?”

“Aprendiendo a reciclar. Parece que ella está empeñada en convertirse en la reina recicladora de una tribu de basuritas.”

“¿Reina, eh?”

“Sólo del reciclaje. No es como si quisiese desbancarla a usted.”

“Por algo hay que empezar,” dijo Mamá. “Tú sabes lo duro que yo he trabajado para hacer casas adecuadas para toda nuestra gente en Isla Manzana. Y eso incluye a todas esas ingratas haditas que se empeñan en vivir entre basura. Casas mucho mejores que las que tenían en un principio. Pero se niegan a renunciar a los restos de lo que fue suyo y los persiguen a lugares espantosos donde viven peligrosamente enfrentadas con los mortales.”

Mamá intenta ser justa con todo el mundo, pero desconfía de los que no aprecian su Proyecto de Isla Manzana.

“Son tercas mulas microscópicas que se empeferrascan en permanecer en el mundo del que se han apoderado los humanos, dispuestas a causar toda clase de problemas relacionados con los mortales a los que odian. Odiar no trae nada bueno. Huir es la única solución. No pueden entender que el resultado de ser malvados es degenerar. Cada día se parecerán más a los mortales que desprecian.”

Y ni que decir tiene que Mamá también desconfía de los humanos. Llama a su miedo percepción. Tal vez lo sea.

“Habrá demasiadas exhadas entre los humanos. Acelerarán el progreso sólo para matarse mejor y el follón que van a armar nos podría salpicar. ¡Hay demasiada gente desequilibrada! ¡Y yo no puedo hacer nada para remediarlo sin degenerar también!”

“Caperuza roja sólo está reciclando. Eso podría no constituir un problema.”

“Piensa, Puck. ¿A quien le pertenece la basura?”

“Pues eso depende de cómo se mire. Por una parte, yo podría decir que la basura pertenece a los humanos, porque son ellos, sin duda alguna, los que la han convertido en la basura que es. Pero por otra parte, la fabrican con materiales que las hadas también consideran propiedad suya, porque lo era.”

“¿Y cómo acabamos con esa querella? ¿Ante que tribunal? A ver que piensa mi marido de lo que me acabas de decir.”

Papá no estaba pensando mucho en ese momento. Estaba ocupado siendo hospitalario y había servido a los enanos, y también a sí mismo, enormes jarras de cerveza. Estaban cantando juntos.”


                                  “Nun lasst uns aber wie daheim
                                   Jestzt singen unsern Ringelreim...”


“Así que ahora, como si estuviésemos en casa,
Cantemos nuestra canción de danza en corro…”

¡Obi! Deja de hacer el oso con tus amigotes y ven aquí para darme tu valiosa opinión sobre la novia de Arley. ¿Qué te parece?”

“¿Sigue siendo esa niñita con la caperucita roja que casi le mata? ¡Ah, me parece monísima! Una niña muy graciosa y muy dulce.”

 “¿Estás diciendo eso porque has bebido? Para empezar, puede que no sea una niña. No sabemos que edad tiene. Sólo sabemos que es una científica loca. Yo no me fio de los científicos. Niegan nuestra existencia. Y experimentarían con nosotros si la intentasemos reafirmar.”

“Esta no es humana, o eso tengo entendido. ¿Cómo podría hacer eso?”

“No tenemos ni idea de lo que es, excepto loca. Ni siquiera hemos podido mirarla a los ojos. ¿O es que se los has visto? ¿Tú le has visto los ojos?”

“Pues...no. Pero siento que deben ser grandes e intensos. Tiene una voz tan dulce que eso es lo que uno espera. Y esa voz sale de una boquita tan linda.”

“¿Estás mal de la cabeza tú también? Te digo que lo menos que tiene esa son ojos de loca. Por eso siempre los lleva tapados bajo la capucha. Podría ser peor. Podría tener ojos de víbora alienígena mutante que te matan de un rayo al mirarlos. ¿Quién sabe lo que se ha podido hacerse a sí misma experimentando?”

                             
   “A mi madre tampoco le gustaba mi primera novia,” sonrió Papá.


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