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viernes, 17 de abril de 2020

124. Comida sabia

De casa de Sabática el Sr. Blake siguió a Alpin a la villa de Nauta. Ese lugar también estaba desierto. Alpin no entró en la cocina porque sabía que estaba vacía. Ya había estado allí antes. Pero fuera había un viñedo y pensaba ponerse morado a base de uvas. Entonces se fijo en que el fantasma de Augusto César estaba junto al pozo que había en las inmediaciones de la villa.


“¿Dónde están los gatos?” dijo Augusto. “Nos encontramos aquí para intercambiar, refranes, dichos, proverbios, etc. Pero no han acudido a nuestra cita. No es la primera vez que faltan. Van varias, todas seguidas.”

“Yo puedo intercambiar cosas como esas contigo ahora que tengo el estómago lleno,” dijo Alpin. “Aun así, preferiría que el tema fuese la comida. Sé mucho de eso.”

“Nuestro tema iba a ser la salud,” dijo Augusto.

“Entonces hablaremos de comida sana. Puesto que usted nunca ha jugado a esto, Sr. Blake, le dejaremos empezar,” dijo Alpin.

El Sr. Blake pensó que aquello trataba de soltar todos los refranes que uno sabía sobre el tema elegido y que perdería el turno cuando ya no podía ofrecer otro más.

“Una manzana al día mantiene al doctor bien lejos. Cuando la dieta es erronea, la medicina es inútil, cuando la dieta es correcta, la medicina es innecesaria. Un mendrugo comido en paz es mejor que un banquete que se come con ansiedad. La única manera de mantenerse saludable consiste en comer lo que no quieres comer, beber lo que no quieres beber y hacer lo que preferirías no hacer. Uno debe comer para vivir, no vivir para comer. Uno debería desayunar como un rey, comer como un príncipe y cenar como un mendigo.”

El Sr. Blake podría haber seguido y seguido, pero Alpin le interrumpió porque no le gustaban nada los consejos que el poeta estaba dando. 

“Yo preferiría comer siempre y a todas horas como un emperador romano. ¿Es verdad lo que dicen de los emperadores romanos, Augusto? ¿Eso de que solían vomitar para seguir comiendo?”

“Yo no era así,” le aseguró Augusto César. Modus omnibus in rebus. Sé moderado en todo.” 

“Creo que no me gusta hablar de salud,” dijo Alpin. “Seguro que hay otras cosas que se pueden decir sobre comida.”

 “¿Fabas indulcet fames?” sugirió Augusto. “Eso significa que el hambre endulza las habas.”

“Yo no necesito que las habas sean dulces para querer comerlas,” dijo Alpin. “No desperdicies  lo que no quieres comer,” dijo Alpin, “dámelo a mí. Ese es uno de mis dichos favoritos.”

“¿Dónde está tu hermana Fiona?” preguntó Santichu Semeurtzi. El cocinero vasco había aparecido en medio de una nube tan blanca como su uniforme, pero que olía a aceite de oliva.

“¿Qué se cuece en el spa, Santi?” dijo Alpin.

“La mitad de lo que debería. No puedo seguir mucho tiempo sin tu hermana. Pronto empezarán las fiestas.”

“Tal vez yo pueda ser de ayuda,” dijo Alpin. No se le permitía poner un pie en el balneario y pensó que está podría ser la ocasión de colarse allí.

Santichu desapareció tan rápidamente como había aparecido.

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