“La
tarde del treinta y uno de octubre fui a la villa de Nauta. Michael iba a dar la fiesta
de Halloween allí ese año. Así que pensé que echaría un vistazo por si ya habían
llegado los refrescos. Porque Cespuglia, la Señora Nauta, tiene por costumbre
hacer que sus empleados me echen a escobazos de allí, entré con mucho sigilo
por la primera ventana que encontré abierta.
“Me encontré en una especie
de taller, un lugar donde se hacían trabajos de artesanía. Había muchas cosas interesantes ahí dentro. Lo que más me llamó la
atención fue una cabeza de muñeca con pelo hecho de lo que parecían ser
genuinas pieles de serpientes. Sus ojos estaban cerrados y la sacudí por ver si
se abrían, pero no lo hicieron. Pensé que sería algo guay que llevar a la
fiesta de Halloween y la metí en mi mochila.
“Seguí deambulando por la
villa hasta que la Señora Nauta me vio. Eso fue justo cuando llegué
a la cocina. Ella estaba sentada ahí, de guardia en la puerta. Llamó a sus criados a
gritos, aunque no hacía falta porque había tres o cuatro ahí mismo. Me
persiguieron hasta que estaba bien lejos de la villa. Ella dice que no tiene
esclavos pero por la forma en que grita a sus empleados nadie lo diría.
“Vagué sin rumbo durante un
rato, pero me cansé de esperar que los esclavos dejasen de montar guardia por
si yo volvía. Decidí ver lo que podría encontrar para comer en otra parte.
Mientras pensaba a donde ir, me encontré con Tay Apocado, un muchacho excelente.
Me invitó a unos trozos de pizza que llevaba en una caja de cartón y yo le
enseñé la cabeza que había tomado prestada. Pensamos que sería divertido
meterla en el jumbisaco de su tío, bañada en aceite Apocado y ver que ocurría.
Nos pareció una buena idea en ese momento.
“Para entonces estaba
oscureciendo y Tay y yo fuimos cada uno a su casa a disfrazarnos para la fiesta
de Halloween, que, como os he dicho, se iba a celebrar ese año en la villa de
Nauta. Nada más llegar a la fiesta, me fui directamente a la zona en la que estaba expuesto el bufé y me puse a comer. Mientras estaba ocupado comiendo, el jumbisaco se abrió de pronto y
la cabeza salió de él de un salto. Como os he dicho, yo estaba ocupado comiendo,
así que no hice ni caso de la cabeza. Seguí comiendo pensando que era una
fiesta de Halloween y no asustaría demasiado a nadie.”
La
Señorita Felina comenzó a respirar con dificultad y a morderse las uñas.
“Los invitados quedaron
petrificados,” vaticinó el Sr. Blake.
“Te estás adelantando a mí,
pero sí. Cuando miré a mi alrededor vi que todo el mundo se había quedado
literalmente de piedra. La primera persona a la que debió atacar tuvo que ser
mi hermano Darcy, porque estaba justo detrás de mí vigilando lo que yo comía cuando la cabeza saltó del
saco. Podía haberme petrificado a mí también, pero como yo sólo tenía ojos para la
comida, eso no sucedió.
“Con mucho miedo miré de
reojo por aquí y por allí y vi como la cabeza estaba jadeando, muerta de sed, e
intentando beber del balde del pozo de los gatos. De pronto resbaló y cayó dentro. Corrí
como loco hasta el pozo y con la clase de fuerza que sólo se tiene en una
crisis, empujé la piedra que a veces lo cubre hasta taparlo del todo. No miré dentro
antes de hacer eso, porque podría haber sido peligroso. Supongo que la cabeza
sigue ahí dentro. Espero sinceramente que se haya ahogado. No hizo ningún ruido
ni nada cuando estuvimos ahí el otro día, ¿verdad? Y la
piedra sigue tapando el pozo.”
“¿Me estás diciendo que nos
sentamos en esa piedra para hablar de refranes con esa monstruosidad nadando
bajo nosotros?”
Alpin
se encogió de hombros.
“No creo que haya que
preocuparse. Como he dicho, puede haberse ahogado. Y esa
piedra no la mueve cualquiera. Y si ya no ha salido de ahí la cabeza…”
“¿Pero dónde estaban las
estatuas?” preguntó el Sr. Blake. “No vi ninguna cuando visitamos la villa.”
“No había estatuas,
exceptuando la de Tay. Era el único mortal ahí
presente.”
Felina interrumpió el relato
de Alpin desmayándose aparatosamente. El Sr. Blake la socorrió con unas sales
volátiles y Alpin siguió con su historia.
“Las hadas no se convirtieron
en estatuas de tamaño natural, como la de Tay. Se
convirtieron en figuras del tamaño normal de las piezas de ajedrez. Parecían
estar hechas de piedra luna. Las puse todas en mi mochila.”
“¿Siguen ahí?”
“No. Le di esa mochila al ex-ladrón Nimbo Di Limbo.”
“¿Cuándo hiciste eso?”
“Ahí mismo. Tuvo suerte,
llegó un poco tarde a la fiesta porque tenía que dar de cenar a su madre o algo
así.”
“Yo llegué aún más tarde.
Quería hacer una gran entrada,” suspiró Felina.
“¿Me
imagino que Nimbo quería las piezas para dárselas a su madre?” dijo el Sr.
Blake.
“No,
no lo creo. Se llevó a Tay también, y esa figura era de tamaño natural, demasiado
grande para la colección de su madre. Di Limbo estaba muy asustado. Dijo que
había que esconder las figuras antes de que cayesen en manos equivocadas. Pensé
que él sabría más de esconder cosas comprometedoras debido a su antigua
profesión, así que le deje ocuparse de todo. Deben estar en su sótano, o algo
así.”
“Vamos a tener que visitar a
ese caballero,” dijo el Sr. Blake.
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