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viernes, 17 de abril de 2020

126. La Señora Apocado y la boa disecada


                     

Alpin hizo valer sus intenciones. Se zampó las cenas navideñas de todos los ausentes que se habían molestado en encargarlas con antelación. Examinó todos los regalos de los desaparecidos y se quedó con los que le gustaron. Y con los que no, también. Por si acaso resultaban útiles algún día.

El día de San Esteban decidió ver que encontraba en la casa parroquial del Bosquecillo de los Búhos. Lo único que encontró en la cocina fueron trozos de pizza secos, todavía en sus cajas,  que estaban por todo el suelo de la cocina. Todavía estaban sobre la mesa de la cocina los restos del desayuno que había tomado el Sr. Solitario Apocado antes partir en un viaje que resultó ser al mundo de los difuntos. Estos restos estaban casi momificados.   

Vagando por el resto de la casa en busca de mejor comida, ya fuese sólo una caja de rancios bombones de San Valentín, Alpin entró en la biblioteca. Una de sus paredes estaba decorada con una boa constrictora que medía unos tres metros. Afortunadamente había sido disecada.

El Sr. Blake estaba empezando a perder la paciencia. Pensaba que no sería la primera vez que atizase a un crío insufrible. Ya lo había hecho con un niño que persistió en  molestarle mientras intentaba pintar un techo. Tal vez pudiese obligar a Alpin a hablar dándole una torta.

Pero fue a él a quien casi atizó una joven armada con una sartén polvorienta.

                
“Soy Felina Apocado,” explicó, cuando el Sr. Blake la había desarmado. “¿Sois ladrones? Por favor no me hagáis daño.”

Felina era una mujer muy joven y muy mona y muy, muy asustada. Explicó que su marido, Tyrone Apocado, llevaba meses sin aparecer. Aunque ella era lo bastante valiente como para andar por el bosque a medianoche, pensaba que la casa parroquial estaba encantada y odiaba estar allí sola. Pero no tenía adonde ir. Y tenía tanto miedo que no se atrevía ni a irse de allí.

“¿Dónde cree usted que podría estar su marido?” le preguntó el Sr. Blake.

“Si le hubiesen arrestado por hacer graffiti, me habría llamado para que le sacase de la comisaria. No creo que esté en la cárcel. Suele hacer graffiti en el metro. Así que puede que le haya arrollado un tren subterráneo.” Sus grandes ojos claros se llenaron de lagrimas. “Me digo a mi misma que eso no ha pasado.  Hubiese salido en las noticias de haber ocurrido. Y no ha salido. Así me siento mejor.”

Alpin había bajado la boa constrictor de su lugar en la pared y estaba jugando con ella.

“¿Sabe alguien dónde puedo encontrar una de estas pero con vida? Me pregunto como sería comerse una. Sobre todo si acabase de tragarse un asno o algo así. Yo no suelo comer carne, pero eso tiene que ser toda una experiencia.”

Y el Sr. Blake perdió la paciencia.

  
 “Te los comiste, ¿a que sí? ¡A tu familia y a los demás!”
   
                  

Alpin miró al Sr. Blake con indignación. Y preguntó, muy digno, “¿Por quién me tomas? ¿Por un ogro? He probado carne por primera vez esta Navidad. No creo que sea algo tan rico. Prefiero las chuches, con diferencia.”

Antes de que el Sr. Blake pudiese sacudir a Alpin, el no cambiadito dijo, “La verdad es que estoy algo cansado de la comida de restaurante. Hecho de menos la comida casera de Mamá. Creo que estoy listo para hacer que vuelva.”

El Sr. Blake animó a Alpin a hacer justamente eso. Alpin dijo que le gustaría hacerlo, pero no sabía cómo. El Sr. Blake le dijo a Alpin que podía empezar por contarle cómo habían desaparecido los ausentes.

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