Alpin hizo valer sus
intenciones. Se zampó las cenas navideñas de todos los ausentes que se habían
molestado en encargarlas con antelación. Examinó todos los regalos de los
desaparecidos y se quedó con los que le gustaron. Y con los que no, también.
Por si acaso resultaban útiles algún día.
El día de San Esteban
decidió ver que encontraba en la casa parroquial del Bosquecillo de los Búhos.
Lo único que encontró en la cocina fueron trozos de pizza secos, todavía en sus
cajas, que estaban por todo el suelo de
la cocina. Todavía estaban sobre la mesa de la cocina los restos del desayuno
que había tomado el Sr. Solitario Apocado antes partir en un viaje que resultó
ser al mundo de los difuntos. Estos restos estaban casi momificados.
Vagando por el resto de la
casa en busca de mejor comida, ya fuese sólo una caja de rancios bombones de
San Valentín, Alpin entró en la biblioteca. Una de sus paredes estaba decorada con
una boa constrictora que medía unos tres metros. Afortunadamente
había sido disecada.
El Sr. Blake estaba
empezando a perder la paciencia. Pensaba que no sería la primera vez que
atizase a un crío insufrible. Ya lo había hecho con un niño que persistió en molestarle mientras intentaba pintar un techo. Tal vez pudiese obligar a Alpin a hablar dándole una torta.
Pero fue a él a quien casi
atizó una joven armada con una sartén polvorienta.
“Soy Felina Apocado,” explicó,
cuando el Sr. Blake la había desarmado. “¿Sois
ladrones? Por favor no me hagáis daño.”
Felina era una mujer muy
joven y muy mona y muy, muy asustada. Explicó que su marido, Tyrone Apocado, llevaba meses sin aparecer. Aunque ella era lo bastante valiente como para andar por el
bosque a medianoche, pensaba que la casa parroquial estaba encantada y odiaba
estar allí sola. Pero no tenía adonde ir. Y tenía tanto miedo que no se atrevía ni a irse de allí.
“¿Dónde cree usted que
podría estar su marido?” le preguntó el Sr. Blake.
“Si le hubiesen arrestado
por hacer graffiti, me habría llamado para que le sacase de la comisaria. No creo que esté en la cárcel. Suele hacer graffiti en el metro. Así que puede que le haya
arrollado un tren subterráneo.” Sus grandes ojos claros se
llenaron de lagrimas. “Me digo a mi misma que eso no ha pasado. Hubiese salido en las noticias de haber
ocurrido. Y no ha salido. Así me siento mejor.”
Alpin
había bajado la boa constrictor de su lugar en la pared y estaba jugando con
ella.
“¿Sabe alguien dónde puedo encontrar una de
estas pero con vida? Me pregunto como sería comerse una. Sobre todo si acabase
de tragarse un asno o algo así. Yo no suelo comer carne, pero eso tiene que ser
toda una experiencia.”
Y el Sr. Blake perdió la
paciencia.
“Te los comiste, ¿a que sí? ¡A tu familia y a los demás!”
Antes de que el Sr. Blake pudiese
sacudir a Alpin, el no cambiadito dijo, “La verdad es que estoy algo cansado de
la comida de restaurante. Hecho de menos la comida casera de Mamá. Creo que estoy listo para hacer que vuelva.”
El Sr. Blake animó a Alpin a
hacer justamente eso. Alpin dijo que le gustaría hacerlo, pero no sabía cómo. El
Sr. Blake le dijo a Alpin que podía empezar por contarle cómo habían
desaparecido los ausentes.
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