Mis
padres, Oberon y Titania, fueron invitados al Carnaval de Las Últimas Nieves
por las hadas rusas. Este carnaval, aunque se celebra a la vez que los
demás, es diferente en que la nieve y el hielo son sus protagonistas.
Todos se visten como
personajes de cuentos de hadas rusos y practican deportes de nieve, como
esquiar, patinar o montar en trineo. Se sirven platos típicos como blinis y
caviar dentro de palacios de nieve y hay un concurso de esculturas de hielo y
grandes mpntañas rusas. Y uno puede bailar hasta caer mientras que hadas
gitanas tocan violines y balalaikas.
De camino al carnaval, Mamá
y Papá pasaron a por Brezo y Cardo, a las que recogieron en sus casas ideales
en Isla Manzana. Mis hermanas estaban esperándoles en sus jardines, separados sólo
por una piedra verde que hacía de mojón. Las
chicas llevaban preciosos vestidos dignos de princesas rusas. La vestimenta
de Papá y de Mamá nada tenía que envidiar a la de un zar o zarina, y mientras
todos se felicitaban por lo elegantes que estaban, algo en lo que no había
reparado antes llamó la atención de Papá.
“¡Eh!” exclamó. “¿Es
eso un ataúd de cristal? ¿Quién hay ahí dentro?”
Había una enorme caja de
cristal con un diván rojo dentro junto al limite entre los jardines, en linea
con el mojón verde.
“No es un ataud,” explicó
Brezo. “La persona que hay ahí dentro sólo duerme. Es un lugar de reposo.”
“¿Vosotras habéis encontrado a un príncipe
encantado y lo estáis guardando en vuestro jardín?” preguntó Mamá, escudriñando
al hombre que estaba tumbado en el diván.
“Hmmm.
No es feo el individuo este. No le habréis hechizado vosotras, ¿verdad?”
Papá se alarmó cuando oyó
esas preguntas.
“Dormir a la gente no es
algo que se deba hacer. Sólo se justifica cuando intentas controlar a un
monstruo, o algo semejante. Para que esto sea legal, hay que poder demostrar
que no quedaba otro remedio,” dijo Papá. “Además, no quiero que mis hijas anden
almacenando hombres extraños. Hay que deshacerse de este ataúd, niñas.”
“¡Pero si ese de ahí es el
Sr. Binky!” exclamaron Brezo y Cardo, muertas de risa ante la alarma de su padre.
“Le limpiamos y le pusimos
ahí,” dijo Brezo.
“Recordáis cómo se tragó una
sobredosis de aceite Apocado cuando el accidente de la lámpara de Aladino?”
dijo Cardo. “Pues todavía no se le ha pasado el efecto.”
“Si ese es Binky, le deberíamos despertar ahora mismo,” dijo Mamá. Le miró más de cerca y añadió, “Es justo
lo que me imaginaba. No le hemos reconocido, Oberon, porque dormir tanto está
obrando maravillas en él. ¿Quieres que sea más guapo
que tú cuando despierte?”
“Fui bendecido con un encanto incomparable,” dijo Papá. “Lo que tú dices no puede pasar. Nadie va a
ser más atractivo que yo. Excepto tal vez Darcy, claro. Es más alto que yo,
pero todavía es demasiado joven para tener mi encanto de hombre casi maduro. La experiencia cuenta. Afortunadamente a Darcy sólo le interesan los
caballos, y no el poder.”
“Pero al Binky si le
interesa el poder, tonto. ¡Y mucho!” exclamó Mamá. “Y
no subestimes el poder de lo novedoso. Tú siempre serás el mejor,
pero podrías parecer anticuado.”
“¡Tonterías!”
insistió Papá. “Lo único que sabe hacer Binky es ahogarse en mares de papel.”
“Lo
cual explica porque tú le empleabas. Escuchad, nenas. Vamos a hacerle un favor
a vuestro confiado padre. Vosotras vigilad bien al Sr. Binky y en cuanto de
señas de despertar nos llamáis a mí o a Papi.”
“Ya estamos controlando, Mamá,” aseguraron Brezo y Cardo.
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