El Carnaval de las Últimas Nieves es tan
divertido que Brezo y Cardo acabaron molidas. Volvieron a casa alegres y
calentitas en un colorido carromato gitano, pero lo que no sabían es que
llevaban a un polizón a bordo.
El pequeño Kikimorrito era hijo de una feroz bruja y su tímido esposo,
un hombre salvaje de los bosques. Kikimorrito tenía la cara tan redonda como su
padre con mejillas regordetas y sonrosadas, pero en todo lo demás era clavado a
su delgadísima y conflictiva madre, aunque le gustaba actuar de tapadillo,
escondiéndose como su reservado padre. Kikimorrito tenía el poder de conceder
deseos, pero sólo si estorbaban al que los había formulado.
“Desearía saber en que está pensando usted, Sr. Binky,” dijo Brezo. “Espero que esté teniendo sueños agradables y sanadores.”
Kikimorrito la oyó, y en cuestión de segundos Brezo cayó dormida ahí
mismo, sobr un montón de nieve que había recogido. Y tuvo la misma pesadilla
que estaba teniendo el Sr. Binky.
La pesadilla quería manifestarse en verso, pero como es muy difícil
hacer que algo rime mientras duermes, no
acababa de lograrlo. Era sobre una escuela situada dentro de un acuario y sus
alumnos.
El Sr. Pez
Gordo ha inaugurado su escuela.
En un lujoso
acuario clase ha de impartir.
Seis
pececillos, tres arañas, dos verdes tortuguitas
y un pollito
amarillo han de asistir.
Azul turquesa
como un día de verano es el aula.
Los pupitres de rojos corales han costado
un pastón.
Al igual que la pizarra de
negras conchas de mejillón.
¡Menuda inversión!
Todo marcha
viento en popa para los pececillos de plateadas escamas,
Aunque dos son bien grandes y los cuatro
chiquitos recelan,
Todos han desayunado bien, nada más dejar
sus camas.
Pero las tres
arañas - ¡ay! ninguna es de agua –
No se logran
concentrar.
Más que una
lección, necesitan respirar.
Como tienen ocho brazos, veloces
hacia arriba nadan,
Más no sin salpicar
a las verdes tortuguitas
Que empiezan a
recordar lo bien que se está en la cálida tierra,
Y como su
interés por lo académico resulta ser más bien escaso
Se ponen a
emular – que es lo mismo que imitar –
A sus
compañeras que la cabeza ya han logrado sacar
De aquel tan pedagógico lugar.
Nada contento
está Don Pez ante tanta insubordinación
Y de dejar
claro quién manda allí no deja escapar la ocasión,
Enzarzándose
con la araña más tamaña en una grosera discusión.
Esta, tal vez
por no estar educada, ignora lo que es razonar,
Y en vez de
explicarse, se pone a insultar y amenazar.
Don Pez a la
madre de su díscola alumna ya está llamando.
La pobre Doña
Viuda Negra, llorando y sollozando,
Suplica que no
expulse a su hijita de la escuela
Pues no sabe
qué hacer con ella cuando la tiene en su tela.
La niña atenta contra su paciencia, provocando
ataques y vahidos,
Y Mamá Araña teme comérsela, como hace
con sus maridos.
Las otras dos
arañas, picadas y muy ofendidas,
pues se han
dado por aludidas
Al escuchar a
Don Pez llamar animal de segunda a su irascible compañera,
Se han ido por
donde vinieron a buscarse la vida en otra parte,
Donde
descubren que no dejan de tener para ello arte.
Sí, todo lo
que tejen, grandes beneficios les reporta
Y sobre todo
la más belicosa
Llega a ser
rica y famosa,
Aunque sigue
enfurruñada y escupe mosquitos y cucarachas
Cuando alguien
de Ramos a Pascuas
Le menta a Don
Pez.
Pero hoy los
pececillos también han llegado a ser
Gente de gran
poder, al menos adquisitivo,
Y aplauden a
Don Pez, al que consideran un factor muy decisivo
En su
ascenso.
Las tortugas,
por no discutir, no se molestan en dejarse oír,
Que total
nadie les hace caso, y se limitan a asentir
Cuando a Don
Pez alguien gran maestro llama.
Y el pollito -
¿Qué pollito?
Si se ahogó el
primer día,
Aunque no fue
hasta que olía
Que cuenta se
dieron de su desgracia.
Más como el
pobre no tenía
Quien su
cuerpo reclamase
Ni nadie que
demandase
A su insigne
maestro,
Sacósele del
aula para su traslado a un mundo mejor,
Concretamente
al laboratorio de ciencias,
Donde se le
hizo la autopsia para ilustrar a los presentes
Y debido a esa
función
Algunos hoy
son médicos.
Y con la misma
intención
Su esqueleto
ahora cuelga en dicha habitación,
Donde de
él todo él que entra aprende.
¡Imparte
educación!
Brezo despertó con un respingo violento y dio un grito.
“¡Tengo que salvar al pollo!”
Cardo la oyó y salió de su casa ideal en bata y katiuskas y con mala
cara porque necesitaba dormir pero tenía insomnio. Sujetaba un tazón de
chocolate caliente del que venía tomando sorbitos.
“¿Pero cómo se te ocurre dormir aquí fuera en una noche cómo está? Entra en mi casa. Tú estás empapada y yo he hecho chocolate caliente.”
“He soñado con un pollito amarillo...” empezó a explicar Brezo.
“Eso debe ser porque pronto será Pascua,” dijo Cardo.
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