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jueves, 16 de abril de 2020

130.Ojo con lo que desees y la escuela de Don Pez Gordo


El Carnaval de las Últimas Nieves es tan divertido que Brezo y Cardo acabaron molidas. Volvieron a casa alegres y calentitas en un colorido carromato gitano, pero lo que no sabían es que llevaban a un polizón a bordo.

El pequeño Kikimorrito era hijo de una feroz bruja y su tímido esposo, un hombre salvaje de los bosques. Kikimorrito tenía la cara tan redonda como su padre con mejillas regordetas y sonrosadas, pero en todo lo demás era clavado a su delgadísima y conflictiva madre, aunque le gustaba actuar de tapadillo, escondiéndose como su reservado padre. Kikimorrito tenía el poder de conceder deseos, pero sólo si estorbaban al que los había formulado.


 Brezo estaba agotada. Pero en vez de irse a la cama nada más llegar a casa, se puso a barrer la nieve que había caído sobre la caja de cristal en la que reposaba el Sr. Binky. Casi había desaparecido debido a una nevada que no cesaba y que estaba durando toda esa noche.
                        

“Desearía saber en que está pensando usted, Sr. Binky,” dijo Brezo. “Espero que esté teniendo sueños agradables y sanadores.”

Kikimorrito la oyó, y en cuestión de segundos Brezo cayó dormida ahí mismo, sobr un montón de nieve que había recogido. Y tuvo la misma pesadilla que estaba teniendo el Sr. Binky.

                                      
La pesadilla quería manifestarse en verso, pero como es muy difícil hacer que algo rime mientras duermes,  no acababa de lograrlo. Era sobre una escuela situada dentro de un acuario y sus alumnos.


El Sr. Pez Gordo ha inaugurado su escuela.
En un lujoso acuario clase ha de impartir.
Seis pececillos, tres arañas, dos verdes tortuguitas
y un pollito amarillo han de asistir.

Azul turquesa como un día de verano es el aula.
                       Los pupitres de rojos corales han costado un pastón.
                     Al igual que la pizarra de negras conchas de mejillón.
 ¡Menuda inversión!
  
Todo marcha viento en popa para los pececillos de plateadas escamas,
       Aunque dos son bien grandes y los cuatro chiquitos recelan,
      Todos han desayunado bien, nada más dejar sus camas.

Pero las tres arañas - ¡ay! ninguna es de agua –
No se logran concentrar.
Más que una lección, necesitan respirar.


                     Como tienen ocho brazos, veloces hacia arriba nadan,
                            Más no sin salpicar a las verdes tortuguitas
Que empiezan a recordar lo bien que se está en la cálida tierra,
Y como su interés por lo académico resulta ser más bien escaso
Se ponen a emular – que es lo mismo que imitar –
A sus compañeras que la cabeza ya han logrado sacar
De aquel  tan pedagógico lugar.

Nada contento está Don Pez ante tanta insubordinación
Y de dejar claro quién manda allí no deja escapar la ocasión,
Enzarzándose con la araña más tamaña en una grosera discusión.
Esta, tal vez por no estar educada, ignora lo que es razonar,
Y en vez de explicarse, se pone a insultar y amenazar.


Don Pez a la madre de su díscola alumna ya está llamando.
La pobre Doña Viuda Negra, llorando y sollozando,
Suplica que no expulse a su hijita de la escuela
Pues no sabe qué hacer con ella cuando la tiene en su tela.
La niña atenta contra su paciencia, provocando ataques y vahidos,
Y Mamá Araña teme comérsela, como hace con sus maridos.

Las otras dos arañas, picadas y muy ofendidas,
pues se han dado por aludidas
Al escuchar a Don Pez llamar animal de segunda a su irascible compañera,
Se han ido por donde vinieron a buscarse la vida en otra parte,
Donde descubren que no dejan de tener para ello arte.

Sí, todo lo que tejen, grandes beneficios les reporta
Y sobre todo la más belicosa
Llega a ser rica y famosa,
Aunque sigue enfurruñada y escupe mosquitos y cucarachas
Cuando alguien de Ramos a Pascuas
Le menta a Don Pez. 


Pero hoy los pececillos también han llegado a ser
Gente de gran poder, al menos adquisitivo,
Y aplauden a Don Pez, al que consideran un factor muy decisivo
En su ascenso. 
Las tortugas, por no discutir, no se molestan en dejarse oír,
Que total nadie les hace caso, y se limitan a asentir 
Cuando a Don Pez alguien gran maestro llama.
 Y el pollito - ¿Qué pollito?
Si se ahogó el primer día,
Aunque no fue hasta que olía
Que cuenta se dieron de su desgracia.
Más como el pobre no tenía
Quien su cuerpo reclamase
Ni nadie que demandase
A su insigne maestro,
Sacósele del aula para su traslado a un mundo mejor,
Concretamente al laboratorio de ciencias,
Donde se le hizo la autopsia para ilustrar a los presentes
Y debido a esa función
Algunos hoy son médicos.


Y con la misma intención
Su esqueleto ahora cuelga en dicha habitación,
 Donde de él todo él que entra aprende.
¡Imparte educación!


Brezo despertó con un respingo violento y dio un grito.

                
                                     ¡Tengo que salvar al pollo!”

       
Cardo la oyó y salió de su casa ideal en bata y katiuskas y con mala cara porque necesitaba dormir pero tenía insomnio. Sujetaba un tazón de chocolate caliente del que venía tomando sorbitos.

“¿Pero cómo se te ocurre dormir aquí fuera en una noche cómo está? Entra en mi casa. Tú estás empapada y yo he hecho chocolate caliente.”

“He soñado con un pollito amarillo...” empezó a explicar Brezo.

“Eso debe ser porque pronto será Pascua,” dijo Cardo.

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