
Cuando se acerca la Pascua, disfrutamos como niños chicos. Aunque todavía hacía mucho
frío fuera, Brezo y Cardo y Alpin y yo nos reunimos en la cocina ideal de Brezo
para pintar huevos de Pascua Florida con un montón de pinturas naturales que
preparamos nosotros mismos.
“¿Me pasas la pintura azul, por favor,
Brezo? ¿Todavía estás teniendo pesadillas inexplicables?” le pregunté a mi
hermana.
“Sí,”
dijo ella. “Hace un par de noches soñé que yo era un anillo de sello. Mi perfil
quedaba estampado en papel tras papel. Mi cara me dolía y yo me sentía como si
ardiese por la cera de sellar en la que me hundía cuando me estampaba contra
los papeles y pergaminos y me daba con la mesa de caoba que había debajo de
ellos. Yo no podía poner freno a esto. No podía dejar
de sellar todo lo que veía porque iba a salvar el mundo. Lo más extraño es que
la cara que había en el sello no era realmente la mía. Sólo
me sentía como si lo fuese.”
“¿Qué mundo estabas
salvando?” pregunté.
“No tengo ni idea. La noche
después soñé que y0 subía por una escalera de papel hasta algún lugar en lo más
alto del cielo. Los escalones eran carpetas llenas de documentos. Cuando creía
que ya iba a llegar, un par de estrellas fugaces aparecían volando desde
direcciones opuestas y colisionaban y se convertían en otra carpeta y escalón. Ese
sueño tenía algo de bonito. Había muchas luces preciosas en el fondo, como la
aurora boreal. ¡Ah! Y había una banda sonora de música celestial. Y anoche soñé
que estaba en un lugar abarrotado con muchos paneles que se iluminaban y que
tenían cosas raras escritas que se convertían en otras cosas escritas, con
números también y había gente gritando y gesticulando y haciendo señas con los
dedos que yo creía que eran insultos al principio pero que no lo eran, y yo
también gritaba y alguien me dijo que tenía que estar contenta porque me había
ido bien en la bolsa. ¿Qué bolsa?”
“Eso
es algo de economía. Cosa de mortales. ¿Quieres que te pida cita
con el Dr. Freud?” la pregunté. “A mí me ayudó con mis
pesadillas.”
“¡Pobre
Brezo!” suspiró Alpin. “Espero que esos sueños no sean premonitorios. Mira que si te toca salvar al mundo… ¡Qué
marrón!”
“¡Cierra
la boca, Alpin!” gritó Cardo, muy enfadada. No sólo lo estaba porque
Alpin parecía estar queriendo asustar a Brezo.También se había dado cuenta de
que cinco huevos habían desaparecido de la mesa. “Y cuando la cierres, hazlo tan bien que no vayas
a poder comer más de los huevos que vamos a pintar.”
“¡Ja!” protestó Alpin,
indignado. “Juro que no he comido ni un huevo más que los cien que reservasteis
para saciar mi apetito.”
Nadie le creyó, pero lo que
decía, con el tiempo resultó ser cierto.
“Pues están desapareciendo
de la mesa, mentiroso,” le reprochó Cardo.
“Pues pregunta a tu muñeca
maligna,”
“¿Qué? ¡Yo no tengo una muñeca
maligna!” dijo Cardo.
“Pues, ¿qué es esa cosa con
pelos largos y tiesos como cuerdas y una cara tan redonda que en conjunto
parece una cebolla con las hojas sin cortar que ha estado saltando por detrás
de vosotros robando huevos cuando no mirabais porque estabais ocupados
pintando?”
“¡Lo que eres capaz de
inventar!” dijo Cardo. No dijo más, le dejó por imposible.
Cuando acabamos de pintar los huevos, tomamos sopa, emparedados, ensalada y pastelitos glaseados y bebimos sarsaparilla. Por la tarde, hicimos huevos de chocolate y los rellenamos con pequeños regalos. Al atardecer, salimos al jardín de Heather y colgamos los huevos que habíamos pintado de un árbol que elegimos para que fuese nuestro árbol de Pascua. Escondimos los huevos de chocolate entre las plantas del fragante jardin.
Alpin se portó razonablemente bien ese día y todos disfrutamos de todos los preparativos para la Pascua. Además de Alpin, sólo Munchy, la mascota de Heather, era consciente de que estuvimos acompañados durante todo ese día. Pero no soltó prenda.
A la mañana siguiente, le felicitamos cantando su canción de Pascua.
"Alegría, conejo, alegría, alegría que hoy es tu día."
“¡Son pisankas!” exclamó Brezo
encantada. “¿Quién los ha traído?”
“Apuesto a que también son
los huevos que pensasteis que yo robé,” dijo Alpin. “¿Por qué no me estáis
preguntando si yo he pintado esos huevos? Pensáis siempre el mal y nunca el bien
de mí. Me acusasteis de robarlos, Cardo, tacaña sospechosa y malpensada, ya te dije que se
los llevó tu muñeco diabólico. Ha debido pintar esos huevos él.”
“¿Qué son pisankas?” preguntó Cardo, ignorando a
Alpin.
“Huevos de Pascua rusos,”
dijo Brezo. “Tenemos cinco. Uno para cada uno de
nosotros y otro para el misterioso pintor. Tú
eliges primero, Alpin. Para que te sientas mejor.”
Alpin eligió un huevo de un
rojo brillante con símbolos abstractos negros y dorados.
Rifamos el resto de los
huevos y a Brezo le tocó uno azul celeste con violetas. Estaba muy contenta y
me alegré por ella, porque era el que ella quería.
El
de Cardo era de plata, con una flor de oro dentro de un cuadrado azul añil y con
pequeñas rosas rojas pintadas por todas las demás partes.
El mío era verde agua, con
un sol de plata y oro en el centro y pequeños símbolos que parecían estrellitas
flotando alrededor.
El quinto huevo era blanco,
con una flor azul y rosa y una cruz de
oro. Ese sería para el misterioso artista, si se dignaba a aparecer.
“Dejemos los huevos rusos en el árbol con
los nuestros hasta después de Pascua,” sugirió Cardo. “No te comas tu huevo,
Alpin. Es una pequeña obra de arte. Guárdalo entre tus
tesoros.”
“Ya
veremos,” dijo Alpin, sacudiendo el huevo y escuchando como se movía la yema
que se había secado en el interior.
“Han
sacado la clara por esos agujeritos en las puntas que han debido hacer con un
alfiler. Tiene merito no romper la cascara al hacerlo.”
“Tened cuidado con esos huevos,” dije yo. “Bastaría con que fuesen
bonitos, pero también son pequeños talismanes que alejan el mal.”
“Eso que acabas de decir tiene gracia. Anoche soñé que el mundo sólo
seguiría existiendo mientras se pintasen huevos,” dijo Brezo. “Se iría con el
último huevo pintado. Una serpiente se lo tragaría.”
“Seguid pintando huevos,” susurró Kikimorrito
desde detrás de nosotros.
Le oí, y me volví a tiempo de verle desaparecer entre nubes con un
salto gigantesco.
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