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jueves, 16 de abril de 2020

132. Ruidos nocturnos

Era medianoche y Tay y Felina Apocado yacían bajo mantas de lana en sofás colocados uno frente al otro en el sótano de la casona del Bosquecillo de los Búhos, rodeados de nueve gatos y una docena de gatitos. Unos cuantos búhos también habían encontrado refugio allí.

Aparte de los animales, había pilas de cajas de pizza a domicilio en una mesa situada entre los sofás y todavía más cajas vacías en el suelo, algunas con trozos secos. También había latas medio vacías de refrescos por todas partes.

Ruidos nocturnos estaban siendo escuchados. Y estaban asustando a Felina Apocado. Un sonidito en particular, parecido al de golpecitos dados con un pequeño martillo, la estaba poniendo de los nervios.


“Ve a ver qué está haciendo esos ruidos, Tay. Me ponen los pelos de punta.”


“¿A quién le importa quién o qué esté haciendo ruidos?” bostezó Tay. “Los hemos oído antes y no ha pasado nada. Tal vez sean termitas. Vive y deja vivir.”

“No creo que viva. Creo que son fantasmas,” dijo Felina, temblando bajo las mantas.

“Razón de más para no estorbarles. Yo no le voy a decir a un fantasma que se calle. Lo último que quiero es estar a mal con un fantasma. Él ya está muerto, pero yo no.”

“Haz que pare, Tay,” sollozó Felina. “Tú eres el hombre. Tienes que ir tú.”

“No tienes miedo de salir a medianoche para plantar bulbos y dar de comer a los gatos y jugar con ellos con una pelota a la luz de la luna y toda clase de cosas que te dejan expuesta y que te digo que es mejor que no hagas y te da miedo un ridículo ruidito. No cuela.”

“Pero yo te hago ir a por la pelota si cae demasiado lejos,” dijo Felina haciendo un puchero.

“Sí, y tengo que estar ahí de pie hasta que eso ocurra. Pero eso es porque eres vaga, no miedosa. Mira, el ruidito probablemente lo esté haciendo el Tío Solitario, que habrá vuelto de entre los muertos para perseguirme por haber vendido la casa. Lo último que necesito ahora es una bronca con él. Dejémoslo estar.”

“¿De veras crees que es él?” preguntó Felina. “Eso no me importaría. Siempre me trataba como una dama. Él iría a ver de qué va el ruido.”
                       


                                       “Achiiiiiiiiiiiiis!”

Este repentino ruido que vino de la ventana que había detrás de Felina hizo que la chica gritase y se refujiase convulsionada bajo las sabanas. Sacó su cabeza de ahí debajo un momento para decir, “¡Mírame, Tay! ¡Estoy llorando! ¡Esa cosa está aullando y yo estoy llorando! ¡Oh, Tay! ¡Tay, Tay, Tay, Tay, Tay!

Entonces se volvió a cubrir del todo con las mantas y continuó diciendo “¡Tay! Tay,Tay,Tay, Tay!” Sabía muy bien que a Tay le afectaban mucho sus lágrimas, así que se puso a lloriquear, además de seguir repitiendo, “¡Tay, Tay,Tay, Taaaaaaaaaaaaaaaaaaay!”


“¡Oh, por favor!” dijo Tay. “Vale, me sentaré en la cama y si encuentro mis gafas veré si puedo solucionar esto desde aquí mismo. Pero sólo porque el aullido vino de la ventana que tengo delante. ¡Ah! Sí. Ahí mismo detrás de ti puedo ver...la cabeza de un niño.”

¡Oh,Dios mío! gritó Felina.


¡No, por favor, no os asustéis!” grité yo, intentando que me oyesen bien a través del cristal de la ventana.  “Necesito hablar con vosotros, chicos. No hubiese venido tan tarde si no fuese porque siempre estáis fuera o durmiendo de día. ¡Achiiis! Perdonadme.Tengo una alergia primaveral y viene muy mala este año.”

“Felina, es ese niño hada que es amigo de Alpin. Pasa, niño, si sólo eres tú y eres quien creo que eres.”

Tay se levantó y abrió la ventana para que pasase y volé por encima de la cabeza de Felina que gritó como si la hubiese atacado una panda de murciélagos.

“No hagas caso de mi mujer,” dijo Tay. “La gusta fingir que es una miedica, pero en realidad es fiera como la hija del rey vikingo. De ellos desciende.”
                                          

“Quería preguntarte si tienes un lápiz mágico como uno que tiene mi hermanita. Los gatos del bosque y el muro de ahí fuera dicen que sí.”

“¿Uno que hace fácil el grafiti? Mira, te lo daré sin hacerte preguntas si me haces un favor. Voy a volver a mi sofá. ¿Podrías echar un vistazo por la casa y ver si encuentras que es lo que está haciendo un ruidito absurdo, unos golpecitos que hemos estado escuchando últimamente? Le está poniendo de los nervios a Felina y ella me está machacando para que averigüe de que va, y yo quiero dormir.”

“Bueno...supongo que podría hacer eso,” dije yo.

“Si se trata de uno de los fantasmas de mi familia dando golpecitos para comunicar conmigo, tú dí que no me conoces. Dí que eres amigo de Felina.”

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