Busqué dentro de armarios y cajones de dormitorios llenos de pesadas cortinas de terciopelo y cubrecamas cubiertos de polvo. Miré tras docenas y docenas de libros en la biblioteca y toqué las paredes que había detrás de las estanterías por si hubiese alguna puerta secreta escondida allí. En el comedor, con una gran mesa para veinte, no encontré ni una miga, pero en la cocina seguían los restos del último desayuno que tomó allí Don Solitario. No hallé nada en el ático y nada en la bodega. Lo único que conseguí fue agravar mi alergia debido al polvo.
Pero cuando entré en el
antiguo establo dí uno de mis peores estornudos y una voz masculina y meliflua
habló con un fuerte acento extranjero.
“Afiat bashe. Pureza te sea concedida.
¡Qué sea para tu salud!”
“Gracias,” dije en voz alta,
“pero… ¿quién me ha deseado salud?”
“Uno al que ahora tú se la
debes desear también. Debes decir salaamat
bashi. Significa, buena
salud para ti también.”
“Pues,
salaamat bashi. Que tengas buena
salud tú también. ¿Pero quién eres? No te puedo ver.”
“Soy el genio de la lámpara
sobre la que te estás apoyando,” dijo la voz. “Si
la frotas un poco me verás.”
“Eso está hecho,”dije yo.
Froté la lámpara con la
manga de mi camisa y pronto apareció un genio. Tenía los ojos verdes y pelo
negro y rizado y era muy joven. Llevaba ropa muy colorida y el turbante que
cubría su cabeza estaba hecho de muchas telas con estampados alegres.
“¿Yo?
¡Oh, no! Yo nunca podría ser el amo
de nadie. No es lo mío en absoluto. No soy nada mandón.
Además, la lámpara no es mía. Pertenece a un matrimonio que está intentando dormir
en el sótano de la casona. Se lo impide un ruidito
persistente. Unos golpecitos. No los oigo ahora mismo pero tal vez tú sepas a lo que
me refiero. ¿Quién o qué da esos golpes?”
“Yo, con mi martillito de
oro,” dijo el genio, enseñándome un pequeño martillo que sí que parecía de oro
macizo. “Mi lámpara se deformó en un accidente y la estoy restaurando. No diga
que la lámpara no es suya, mi amo. ¡Róbela! Es lo que hacen
todos. Yo la devolveré a su verdadero tamaño y usted podrá meterla en su
mochila. Me gusta usted y disfrutaré sirviéndole.”
“No
creo que los Apocado te den mucho trabajo,” dije yo. “No son ambiciosos. Tuvieron
una oportunidad de oro de hacer un buen dinero cuando cedieron esta casa y lo
hicieron por prácticamente nada. Creo que lo más que te pedirán es que vayas a
por pizza o llames a un restaurante chino de vez en cuando.”
“Pero
yo quiero lucirme. Quiero construir palacios que quitan el hipo,
encontrar tesoros fantásticos, raptar harenes llenos de mujeres de bandera,
ganar batallas sangrientas contra ejércitos casi invencibles yo solo. Hacer que
enemigos formidables muerdan el polvo!”
“Ya veo,” dije yo. “No soy muy de peleas. Y soy demasiado
romántico como para no ser monógamo. Pero sí que hay una cosa que podrías hacer
por mí. Robaré la lámpara durante unos minutos para preguntarte dónde puedo
encontrar unos lápices mágicos que serían como un tesoro para mí.”
Batish
Afsún sonrió. Dijo que ya había puesto tres de esos cinco lápices en mi
mochila. Uno era el de mi hermana. Los otros dos eran de Tay. Tay sólo me había
prometido uno, así que dije que tendría que devolver el otro. Él era un
grafitero y podría necesitar ese lápiz. Cuando tuviese el cuarto y
el quinto, hablaría con Tay y tal vez me lo dejase o prestase y podría cubrir
todo el cielo de grafiti en una noche.
“Perdone que le interrumpa,
amo,” dijo Batish Afsún. “Pero debo preguntarle si de verdad quiere complicar
su vida. Esos lápices no merecen las penalidades que
traerán. Pienso que he de advertírselo.”
“¿Cuál es el problema?” dije
yo.
“Le hubiese traído los dos
últimos lápices también. Pero usted hubiese tenido problemas con aquellos en
cuyo poder están ahora mismo. El cuarto lápiz, por ejemplo, esta en manos de un
individuo que está siendo instruido en las artes ocultas en una lúgubre cueva
por el mismísimo Demonio.”
“¡Oh!” exclamé. “¿Se trata del Demonio? Pues no quiero robarle nada a ese ni a nadie. Y puedo
entender que tú tampoco quieras tener problemas con el Demonio en persona. Pero
has dicho que el dueño del lápiz es otro, y tal vez esa persona sí que quiera
negociar conmigo sin involucrar al Demonio. ¿Dónde está la cueva?”
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