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jueves, 16 de abril de 2020

133. La fuente del ruidito perturbador

Para ganarme un lápiz mágico, vagué por toda la casa parroquial del Bosquecillo de los Búhos buscando la misteriosa fuente del ruido bajito pero irritante que estaba asustando a la mujer de Tayrón Apocado. 

Busqué dentro de armarios y cajones de dormitorios llenos de pesadas cortinas de terciopelo y cubrecamas cubiertos de polvo. Miré tras docenas y docenas de libros en la biblioteca y toqué las paredes que había detrás de las estanterías por si hubiese alguna puerta secreta escondida allí. En el comedor, con una gran mesa para veinte, no encontré ni una miga, pero en la cocina seguían los restos del último desayuno que tomó allí Don Solitario. No hallé nada en el ático y nada en la bodega. Lo único que conseguí fue agravar mi alergia debido al polvo.
         
  
Pero cuando entré en el antiguo establo dí uno de mis peores estornudos y una voz masculina y meliflua habló con un fuerte acento extranjero.

                     
Afiat bashe. Pureza te sea concedida. ¡Qué sea para tu salud!”

“Gracias,” dije en voz alta, “pero… ¿quién me ha deseado salud?”

“Uno al que ahora tú se la debes desear también. Debes decir salaamat bashi. Significa, buena salud para ti también.

“Pues, salaamat bashi. Que tengas buena salud tú también. ¿Pero quién eres? No te puedo ver.”

“Soy el genio de la lámpara sobre la que te estás apoyando,” dijo la voz. “Si la frotas un poco me verás.”

“Eso está hecho,”dije yo.

Froté la lámpara con la manga de mi camisa y pronto apareció un genio. Tenía los ojos verdes y pelo negro y rizado y era muy joven. Llevaba ropa muy colorida y el turbante que cubría su cabeza estaba hecho de muchas telas con estampados alegres.

                             
                                       “¡Hola, mi nuevo amo!” dijo.

                          
“¿Yo? ¡Oh, no! Yo nunca podría ser el amo de nadie. No es lo mío en absoluto. No soy nada mandón. Además, la lámpara no es mía. Pertenece a un matrimonio que está intentando dormir en el sótano de la casona. Se lo impide un ruidito persistente. Unos golpecitos. No los oigo ahora mismo pero tal vez tú sepas a lo que me refiero. ¿Quién o qué da esos golpes?”

“Yo, con mi martillito de oro,” dijo el genio, enseñándome un pequeño martillo que sí que parecía de oro macizo. “Mi lámpara se deformó en un accidente y la estoy restaurando. No diga que la lámpara no es suya, mi amo. ¡Róbela! Es lo que hacen todos. Yo la devolveré a su verdadero tamaño y usted podrá meterla en su mochila. Me gusta usted y disfrutaré sirviéndole.”

“No creo que los Apocado te den mucho trabajo,” dije yo. “No son ambiciosos. Tuvieron una oportunidad de oro de hacer un buen dinero cuando cedieron esta casa y lo hicieron por prácticamente nada. Creo que lo más que te pedirán es que vayas a por pizza o llames a un restaurante chino de vez en cuando.”

“Pero yo quiero lucirme. Quiero construir palacios que quitan el hipo, encontrar tesoros fantásticos, raptar harenes llenos de mujeres de bandera, ganar batallas sangrientas contra ejércitos casi invencibles yo solo. Hacer que enemigos formidables muerdan el polvo!”

“Ya  veo,” dije yo. “No soy muy de peleas. Y soy demasiado romántico como para no ser monógamo. Pero sí que hay una cosa que podrías hacer por mí. Robaré la lámpara durante unos minutos para preguntarte dónde puedo encontrar unos lápices mágicos que serían como un tesoro para mí.”

Batish Afsún sonrió. Dijo que ya había puesto tres de esos cinco lápices en mi mochila. Uno era el de mi hermana. Los otros dos eran de Tay. Tay sólo me había prometido uno, así que dije que tendría que devolver el otro. Él era un grafitero y podría necesitar ese lápiz. Cuando tuviese el cuarto y el quinto, hablaría con Tay y tal vez me lo dejase o prestase y podría cubrir todo el cielo de grafiti en una noche.

“Perdone que le interrumpa, amo,” dijo Batish Afsún. “Pero debo preguntarle si de verdad quiere complicar su vida. Esos lápices no merecen las penalidades que traerán. Pienso que he de advertírselo.”

“¿Cuál es el problema?” dije yo.

“Le hubiese traído los dos últimos lápices también. Pero usted hubiese tenido problemas con aquellos en cuyo poder están ahora mismo. El cuarto lápiz, por ejemplo, esta en manos de un individuo que está siendo instruido en las artes ocultas en una lúgubre cueva por el mismísimo Demonio.”

“¡Oh!” exclamé. “¿Se trata del Demonio? Pues no quiero robarle nada a ese ni a nadie. Y puedo entender que tú tampoco quieras tener problemas con el Demonio en persona. Pero has dicho que el dueño del lápiz es otro, y tal vez esa persona sí que quiera negociar conmigo sin involucrar al Demonio. ¿Dónde está la cueva?” 

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