“Mamá, ¿eres amiga del Demonio?”
le pregunté.
“Las malas lenguas dicen
eso,” dijo Mamá, “pero no es verdad. Para ser franca, y te lo digo muy bajito, que esto no se sepa, me da mucho yuyu. Pero él
tiene su territorio y yo el mío. Y yo intentó ser políticamente correcta y
evitar líos. No puedo hacer otra cosa, eso es todo.”
“¿Entonces no vendrás
conmigo a verle?
“¿Hoy?
Si
es el día de las hadas. Tengo que estar en cien sitios a la vez. Oberon, lleva a Arley a ver al Demonio. Quiere algo con él.”
Nadie
jamás ha dicho que mi padre sea amigo del Demonio. Y yo creo que eso tuvo algo
que ver con su respuesta.
“¡Aaaaah! Con el Campeonato Otromundial
de Fútbol a punto de empezar, no tengo un minuto libre. Estoy muy estresado.”
“¿Vas a dejar que tu hijo se
enfrente sólo al mismísimo Demonio por un partido de fútbol?” exclamó Mamá. “No me lo puedo creer, Oberon.”
“No
voy a hacer eso. Le voy a invitar a olvidarse del Demonio y acompañarme al partido de hoy. Hoy en día el fútbol
es tan importante que no se puede permitir que cualquiera gane un partido. Cada
gol tiene que ser políticamente correcto. ¿Por qué no vienes a ver cómo se
organiza el Campeonato Otromundial? Aprenderás cosas más útiles que con el Demonio.”
“¿Va a ganar este año la
coalición del Sidhe Band y el Ye Fay?” pregunté.
“No. No tenemos dinero para
comprar eso esta vez. Lo que quiero es que nuestro equipo pierda lo más
rápidamente posible para que vuelva a casa sin ocasionar grandes gastos. Pero
tampoco quiero que gane algún equipo que vaya a darnos problemas cuando estemos
mejor económicamente. No es barato amañar estos
partidos.”
Alguien que tenía que ver
con la coalición se acercó a Papá y se enzarzaron en una discusión y yo me
alejé de ellos.
No podíamos pedir a Gregoria
Tenoria que viniese con nosotros porque había dejado de trabajar para Alpin. Ahora era la niñera de mi hermanita Valentina. Nunca dejaba a
mi hermana sola porque Valen siempre está en peligro. Al ser la novia de
Ibys-Ivan y al ser Ibys-Ivan algo así
como el heredero de Barbamocos, había por ahí sueltos un montón de maleantes
que tenían cuentas pendientes con el pirata. Podrían intentar que los niños
pagasen por las culpas de Barbamocos. Y, por supuesto, no era cuestión de
llevar a la bebé al infierno con nosotros sólo para que nos acompañase
Gregoria.
Entonces Alpin dijo que él
conocía a dos tipos que seguro que se apuntaban a esta excursión y se fue a
buscarlos.
Cuando nos íbamos del jardín
de la Señorita
Aislene , un hombre sentado bajo un árbol me saludó con la
mano. Reconocí a Omar Jayam, el gran poeta persa. Paré para saludarle y le
pregunté si quería unirse a nuestra aventura.
“Yo mismo de joven con
ansias frecuentaba a doctores y santos y escuché grandes argumentos sobre esto y
sobre todo, pero siempre salí por la misma puerta por la que entré,” me dijo. “No
te mezcles con los que no saben amar. Siéntate bajo está
rama. Mi amada pronto llegará con música y refrescos.”
Nos daba buenos consejos,
pero eramos demasiado jóvenes para no querer esos lápices.
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