Para encontrar tu camino en este bosque:

Para llegar al Índice o tabla de contenidos, escribe Prefacio en el buscador que hay a la derecha. Si deseas leer algún capítulo, escribe el número de ese capítulo en el buscador. La obra se puede leer en inglés en el blog Tales of a Minced Forest (talesofamincedforest.blogspot.com)

jueves, 16 de abril de 2020

136. La Escuela de Magia Íbera

Alpin tenía razón. Don Alonso y el Sr. Panza aceptaron unirse a nosotros en nuestra busca del lápiz. Don Alonso dijo que jamás nos dejaría visitar al Demonio solos y el Sr. Panza jamás dejaría ir solo al Sr. Alonso. Así que ya eramos cuatro. Y entonces Michael se convirtió en un quinto, aunque en contra de su voluntad.


Era julio y Michael ya había empezado a celebrar su cumpleaños. Para la primera de sus muchas fiestas había encargado una gran tarta de rechupete de la pastelería llamada La Soñadora de Dulces. Esta pastelería era famosa por sus buenísimas y orginales creaciones, sobre todo la tarta de rechupete, que llevaba siete clases de chocolate y salsas de cerezas rojas y negras y un exquisito merengue.

Michael iba caminando tranquilamente con la tarta hacia casa cuando le asaltó la Sra. Dulajan. La llevó un rato convercerle, pero con sus llantos y gritos y súplicas y hasta un desvanecimiento, la Señorita Aislene logró que Michael fuese nuestra carabina en la excursión a la cueva.

Aislene nos dio una carta de recomendación de su puño y letra para el Demonio. Estaba perfumada con su perfume de jazmines nocturnos. Dijo que el Demonio no la tenía en tanta estima como la había tenido antes de que se casase con el Sr. Dulajan, pero tal vez nos atendería por los viejos tiempos.

                                                 


                            
 Nuestro número seis era el fantasma romano Nauta, que nos informó que la cueva que pretendíamos visitar le había pertenecido al héroe griego Hércules. No tenía ni idea de cómo había pasado a otras manos, pero pensaba que eso debió suceder en la Edad Media.

Y el número siete lo componía un tandem de Vincentico y Gatocatcha. Vicentico estaba perdido entre los pelos de mi gato, esperando que entre los dos pesarían lo suficiente para constituir un séptimo aceptable. Gatocatcha dijo que era el peso del alma el que contaba en este tipo de sitios. Si eran descalificados, sería por ser ocho, pues los dos eran almas grandes.  

“No me lo puedo creer,” dijo Michael cuando estábamos ante la cueva. “Voy a celebrar mi cumpleaños en el infierno. Esto es peor que cualquier otro año. Y la clase de cosa que sólo me sucede a mí.”

“¡Reina del drama!” se burló Alpin. “Todos los que viven en el infierno celebran sus cumpleaños allí. No eres especial.”

“¿Dónde tienes la carta de recomendación que tu madre le escribió al demonio?” Michael preguntó a Alpin, pero fuí yo quien contesté.

“La guardé en mi mochila cuando cayó de la de Alpin. Estará más segura aquí. Tiene manchas de ketchup y huele a comida de burger que Alpin llevaba ahí, pero todavía quedan trazas del perfume a jazmín.”

Michael se tapó los ojos y sacudió la cabeza primero y luego las manos para decirme que volviese a guardar la carta.

  
“Puede que le guste más si huele raro,” dijo Sancho. “Me enseñaron que el Demonio siempre suelta malos olores, como pedos.”


“Azufre,” dijo Don Quijote. “El Demonio huele a azufre. Otros demonios menores huelen a huevos podridos. La santidad, en cambio, huele a rosas.”

Yo anticipaba problemas en la entrada de la escuela del demonio. Una vez más, fue Mariálvara la que apareció tras la mirilla. 


“Hmmm,” dijo. “Ya veo que sois siete. Pero la puerta no se va a abrir porque no es la vispera del mes de septiembre. Sin embargo, si tenéis una tarjeta de crédito, vosotros y cualquiera podéis entrar abriendo la puerta con ella desde fuera.”

Nos enseñó una tarjeta de crédito, la sacudió ante nuestras narices y se la volvió a guardar en el bolsillo de su delantal.

“¿Por qué no has dicho eso antes, mema?” gritó Alpin.

Maríalvara hizo una mueca que creo quería ser una sonrisa burlona y se fue de la puerta, para evitar que la arrollásemos si entrábamos todos de golpe.

“¡Vuelve!” aulló Alpin. “¡Préstanos tu tarjeta de crédito para que podamos entrar! ¿O es que nos la enseñaste para obtener un soborno?”

Yo tenía una tarjeta y la usé para abrir la puerta.

“Guarda eso inmediatamente si no quieres que te la roben ahí dentro,” susurró Michael antes de que pasásemos dentro.

Yo no dije que lo que había usado era mi tarjeta de la biblioteca. Temía que la puerta tuviese oídos y se volviese a cerrar.

Dentro de la umbrosa cueva había siete estudiantes que estaban dando un toque final a sus informes sobres sus proyectos de fin de curso. Trabajaban alrededor de una gran mesa rectangular situada entre columnas blancas que sostenían un techo lleno de arcos y bóvedas decorados con constelaciones pintadas en oro y plata. Las paredes de la cueva eran de un azul añil, como si el sol acabase de ponerse allí del todo. Y sobre esas paredes e incluso en el techo, había un montón de grafitos muy sencillos. Muy rudimentarios eran, pero innegablemente eran graffiti. Pensé que podríamos estar en el lugar adecuado para encontrar el lápiz.



Los estudiantes se distrajeron de su trabajo y nos miraron con caras de sorpresa.

“Hola,” dije yo, recordando que es él que entra él que debe saludar.


“¿Qué significa esto?” gruñó un tiarrón de ceño perpetuamente fruncido. Era tan grande como un oso y vestía de rojo desde los pies hasta su gorra puntiaguda de mago. Su nombre, según nos enteramos después, era Corrupio Agreste y le llamaban El Rabietas. “Los estudiantes nuevos no deben aparecer por aquí hasta la víspera del mes de septiembre. ¡Nos están privando de nuestro valioso tiempo!”
              

Cupido Cococomido, apodado Q, era algo más receptivo. Salió de la parte más oscura de la mesa diciendo, “No puedo ver bien desde aquí. ¿Hay alguno que esté bueno entre esos?” Había algo en él que hacía que te echases atrás nada más verle. Pero lo más raro era que su gorra de mago tenía la forma de una colmena de abejas con pequeñas abejas de tela pululando a su alrededor.
                       

“Son un atajo de grimosos si alguna vez uno hubo,” dijo Tarquino M.C. de la C.C., apodado El Decimotercero.

Iba vestido de morado y tenía la nariz siempre en alto y la barbilla también.

“¿Cómo han podido aceptar a gente tan zarrapastrosa? ¡Esta clase carece de clase!

                         
“No somos los alumnos del año que viene,” les informé. “Somos un comité en busca de un lápiz que nos han dicho se puede encontrar aquí.”

Tarquino M.C.de la C.C. hizo un gesto de asco y se alejó de nosotros. Pero un individuo que llevaba ropas andrajosas de color amarillo ocupó su lugar, frotando su barbilla con manos que parecían tener dificultad en abrirse.
                           

“¿Habéis invadido el infierno para recuperar un lápiz? Pues debo decir que sois unos cutres rácanos. Lo encuentro admirable. ¡Bien hecho!”

Era Prospero Puño, y su mote era Penique.

                                  
El siguiente en dirigirse a nosotros fue Abundante Cestodes. Sus compañeros le llamaban El Bollito, no por que tuviese aspecto de bollo, sino por su enorme capacidad de ingerir cualquier tipo de comida, sobre todo bollos.

“Aquí no hay lápices. Escribimos con plumas que se untan en sangre, sudor y lagrimas en vez de tinta. ¿Qué traes en esa caja, pequeño muchacho barbudo que va de verde?”

Michael asió la caja con su tarta de cumpleaños con más fuerza, pero no contestó. No era necesario que lo hiciera.

  
¡Detened a Bollito antes de que nos quedemos sin!” previno a siseo pelado Ofidio Siempreverde. Apodado el Ofi, este alumno con cuerpo de lagarto era el más envidioso de todos los presentes.

Michael no tuvo otra alternativa que entregarle la caja, porque los demás alumnos nos rodearon en el acto, todos decididos a evitar que Bollito se comiese él solo todo lo que hubiese dentro.

Y allí estábamos, celebrando el cumpleaños de Michael en el infierno sin una velita encendida ni una triste canción, entre un grupo de extraños que engullían la tarta de rechupete como si fuese su deber destrozarla.

No hay comentarios.:

Publicar un comentario