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jueves, 16 de abril de 2020

137. Tanaceto Camamandrágoras

Mientras los estudiantes se zampaban la tarta, yo me dedicaba a leer los grafitos que había en las paredes. Mientras leía, algo oscuro iba y venía nerviosamente, ensombreciendo lo escrito en las paredes. Aún así, logré ver que casi todo lo escrito era coprológico o peor. Había unos cuantos chistes malos, unos pocos ingeniosos, un par de adivinanzas, algunas amenazas, varias quejas, y algún que otro consejo. Casi todo era de mal gusto, pero me pareció que algunos de esos grafitos estaban hechos con un lápiz como el de mi hermana.

“Señores, por los grafitos que hay en estas paredes deduzco que un lápiz como el que busco ha estado y podría seguir estando aquí,” dije al fin.  

“Pregunta al tonto de la clase,” dijo Penique. “Tiene una bolsa llena de lápices.”

                               
Gatocatcha me susurró al oído, “Todos los estudiantes llevan capirotes. Salvo uno. Ese tiene que ser el tonto de la clase.”

Y entonces me fije en el séptimo estudiante, que estaba reclinado cómodamente en la única silla mullida del lugar, sita en la esquina más oscura de la sala, lejos de la mesa. El estudiante llevaba un bombín negro decorado con una cinta de un azul claro con un estampado de florecillas de tanaceto. Al contrario que los demás, no llevaba una ancha túnica, sino un traje de chaqueta azul oscuro y una camisa de un azul pastel, y una corbata celeste. Junto a él había una maleta vieja y desgastada que me hizo pensar que parecía un vendedor ambulante atrapado en la escuela por error.


“Por error,” asintió, como si leyese mis pensamientos. “Esta cueva le perteneció a Hércules. Fundó una escuela de arte aquí.”

                                      
“Sí. Me han dicho que esta cueva le perteneció a Hércules. ¿Pero por qué una escuela de arte? Considerando como era Hércules lo suyo habría sido fundar un gimnasio.”

Tanaceto Camamandrágoras estiró los brazos y bostezó. Luego se encogió de hombros.

“¿Vanidad? ¿Querría estatuas y pinturas de sus músculos por todas partes? ¿Tal vez un ansia de perfección? ¿Vigorexia? ¿Quién sabe? Yo no. Pero yo...soy artista, no ocultista. Vine aquí a ver si podía aprender Arte. Había oído que Hércules dejó aquí una estatua parlante que daba lecciones de Arte a cualquiera que quisiera escuchar sus clases magistrales.”

“¿Qué clase de lecciones de Arte?”

“Eso quería saber yo.”

“¿Has aprendido algo?”

“Que nunca debí venir.” 

Tanaceto volvió a bostezar y a estirar los brazos y esta vez también las piernas. Antes de que le pudiese preguntar si tenía el lápiz asintió con la cabeza y abrió la maleta. Estaba a tope de materiales de bellas artes. Y sí, entre ellos destacaba el lápiz que yo buscaba.

“Ah, pero no te lo daré hasta que no me traigas otro igual,” dijo Tanaceto, sacudiendo el lápiz en mis narices.

“¿Qué sentido tendría intercambiar lápices?” dije.

Tanaceto sacudió la cabeza.

“No quiero uno de los tuyos. Quiero uno que me robaron unos bribones escoceses. Sí señor. Se lo vas a tener que quitar a los hombres azules de El Minch.”

“Pero yo voy a querer ese también,” dije, siendo muy honrado respecto a mis intenciones.

“Tú trae ese lápiz. Yo te daré este. Luego podemos negociar y tal vez obtengas también el que me trajiste.”

Cuando les dije a mis compañeros que tenía que ir al estrecho escocés conocido como El Minch para lograr que una raza de demonios marinos que habitaban ese lugar me entregasen un lápiz, todos se mostraron consternados.

Don Alonso fue el primero en decir que me seguiría hasta allí.  

Pero Corrupio Agreste, al que llamaban El Rabietas, empezó a gritar, “¡Nadie se irá de este lugar! ¡No antes de la víspera de septiembre!”

“Uy, sí, este chico se va,” bostezó Tanaceto sin moverse de su silla. “Se va porque volverá. Soy un buen juez de carácter y este muchacho no dejará a sus amigos atrapados aquí. Ellos serán nuestros rehenes. Además, ¿a ti que más te da que se vaya el niño? Si todos los estudiantes seguimos aquí.”

Tanaceto se volvió hacia mí y dijo, “Tienes un mes, más o menos. Has de estar aquí antes de la víspera de septiembre, porque entonces es cuando nuestro maestro decide quiénes se van y quién se queda. Y si me dice que me puedo ir, saldré de aquí pitando como una locomotora. Ni un segundo más permaneceré en este lugar.”

Explicó que de los siete estudiantes sólo uno tenía que pagar por las clases. Pero este tenía que pagar lo que debían los siete. Pagaría sirviendo de criado al diablo durante todo un año. Los otros seis se podrían ir de rositas esa misma noche del treintaiuno de agosto.

“No sabemos a quién elegirá para que sea su esclavo. Así que si quieres que tú y yo hagamos negocios, debes estar aquí antes de que el director elija al que va a pagar el pato.”

Don Alonso estaba indignado y nos costó un horror impedir que atacase a los estudiantes.
                                    

“Arley no se va a ninguna parte sólo. No importa eso de que tiene más de siete años. No se va a ir hasta Escocia a enfrentarse con monstruos marinos por su cuenta y riesgo. Con él vine aquí y con él iré  allí. ”

“Venga, hombre, no desanimes al muchacho,” repuso Tanaceto.“Estás minando su autoestima. Ale, nene. ¡Vacaciones en el mar! ¡Largo!”

Los estudiantes no consintieron que me fuese acompañado, pero antes de irme, Abundante Cestodes, es decir, Bollito, tuvo algo que decirme.

“Escucha, cuando vuelvas, trae contigo un par de tartas como la que trajo el cumpleañero verde este. Eso era auténtica tarta de rechupete. Oye, mejor aun, trae a la pastelera.”

“¡Sí!” corearon los demás. “Nuestro maestro querrá quedársela. Será mejor sirvienta que cualquiera de nosotros. Incluso que Mariálvara.”

                 
¡Bah!” dijo Mariálvara.

La diablesa estaba de pie junto a la puerta, esperando abrirla para que yo pudiese salir. Tras ella, la cosa oscura semejante a una sombra que había entorpecido mi lectura de los grafitos estaba estirándose e intentando tomar la forma de la puerta para que nadie se fijase en que estaba allí.

Cuando la diablesa abrió la puerta me olvidé de todo y salí volando como un murciélago fugado del infierno. Fui tan rápido que tanto la cosa oscura como Maríalvara se echaron a un lado.

                                                                          
“¿Por qué estoy tan callado?”

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