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jueves, 16 de abril de 2020

139. Gorm Jock


El hombre azul estaba de buenas. Cuando su cabeza azul, llena de rastas trenzadas con cochas de gran belleza surgió de las tranquilas aguas, pues serenas estaban ese día, yo le saludé y le expliqué lo que estaba haciendo allí, siempre hablando en verso.

El hombre asintió con la cabeza y me dijo que sabía muy bien quién era el canalla de Tanaceto Camamandrágoras y que conocía toda la historia del lápiz. Volvió a sumergirse y pronto reapareció con el lápiz en la mano. Yo estaba empezando a pensar que los hombres azules no eran ni la mitad de brutos como les pintaban cuando esta criatura del mar me dijo que si quería el lápiz, primero tendría que contestar a un acertijo.

Mis esperanzas se hundieron y ya me veía ahogado. Pero...

Jock Gorm, o Juanito el Azul, fijó sus ojos azules en mí y me dijo solemnemente, “Puesto que dices que has estado en la cueva de Salamanca, tal vez hayas aprendido algunos de los acertijos de los que disfrutan los estudiantes allí. A ver si conoces la respuesta al siguiente.”

Y me soltó el siguiente acertijo:

         “Estudiantes que estudiáis latín y sabéis más que ninguno,
          Decidme como tapar dos agujeros con uno.”

Debió de oírme respirar aliviado. Yo sabía la respuesta. La había leído en la cueva, donde estaba escrita en una de las paredes.

               
 “Meta vuestra merced sus narices en su culo, y verá como ha tapado dos agujeros con uno.”

Juanito sonrió, enseñando sus dientes de perla, afilados como los de un tiburón. Parecía que al hombre azul le hacía mucha ilusión que alguien hubiese leído lo que él había dejado escrito.

“Yo mismo escribí eso en la pared de la escuela del diablo en Salamanca, pues d e joven estudié allí, queriendo ser nigromante. Aquí abajo todos sabemos bien que es cuestión de honor de ladrones nunca devolver lo que se ha afanado, a no ser que quieras que te tomen por tonto. Pero no hay nada que yo no haría por otro hijo de mi alma mater. Me refiero a ti, claro, y no a ese sinvergüenza, el Camamandrágoras. El robó mi lápiz, así que yo me hice con el suyo. ¿Dices que ahora está atrapado en esa escuela? Pues no le des ningún lápiz. Manga los que él tenga.”   

Tomó una de mis manos y la sacudió, moviendo sus dedos palmeados de forma extraña, haciendo un gesto que probablemente tendría que ver con alguna fraternidad de Salamanca o con alguna costumbre de los hombres azules. Después, puso el lápiz en mis manos.


                        “Arley, frater,” dijo. “Aquí tienes tu lápiz.”

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