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jueves, 16 de abril de 2020

140. La Soñadora de Dulces



Puesto que todo había ido tan bien y yo tenía tiempo para hacer esto, decidí dar el gusto a Bollito e hice una parada en la pastelería que era el hogar de la merecidamente llamada tarta de rechupete.

La tarta de cumpleaños de Michael había permitido que los estudiantes de la escuela infernal probasen un cachito de gloria bendita, pero aunque la más grande de estas tartas está hecha para unas cuarenta personas, no era tan sustancial un cachito como les hubiese gustado. Después de todo, estaban comiendo en compañia de Alpin y de Bollito Cestodes.

Así que para que pudiesen disfrutar de tarta sin graves broncas, no compré dos ejemplares, sino catorce tartas para cuarenta cada una. La mía la iba a compartir con Maríalvara, que, al igual que yo, no había logrado probar bocado la vez anterior. No compré más, porque no podía cargar con más.


La maestra pastelera y creadora de la tarta de rechupete era una hada del azúcar llamada Mari Gozu. Pasaba veinte de las veinticuatro horas del día metida en una cama de merengue soñando con delicadas delicias que su equipo de pasteleros luego convertirían en reales. Estaba despierta cuando yo entré en la pastelería y me regaló una caja de bombones con rellenos exquisitos por haber sido tan buen cliente y por dar a su establecimiento tan buen nombre.    

La pastelería tenia una pequeña terraza fuera en la que se podían pedir zumos, batidos, helados y mantecados además de los dulces creados allí. Al salir, me fijé en que había dos hombres en una mesa cubierta con rollos de pergamino en vez de dulces. A uno de los hombres ya lo conocía. Cuando me vio, alzó la mano para saludar y me hizo señas de que me sentase en su mesa.

Acepté y me senté con los dos caballeros, no queriendo ser descortés. Les ofrecí bombones de los que me habían regalado. Cuando la camarera llegó con los zumos que habían pedido, los hombres apartaron los documentos que había en la mesa y los pusieron en una silla vacía. Yo me fijé en que la mayoría eran mapas del firmamento y recordé que mi amigo no sólo era poeta, sino también astrónomo.

               
“¿Saliste por dónde entraste?” me preguntó Omar.

“Sí, pero en realidad no estoy fuera. Tengo que volver a por mis amigos,” dije. “Les están reteniendo allí.”

“Pues asegúrate de volver a salir por donde entraste.”

El otro hombre también tenía algo que decir. Resultó que había sido alumno de la escuela de ocultismo.

                  
“¿Has visto a una sombra moverse por ahí sola?” preguntó.

Miré bien al hombre que había hablado. Llevaba ropa de época, medieval, cerca de renacentista. Su cabello negro le llegaba casi a los hombros.  

                      
“Ahora que lo menciona,” dije yo, “sí que había algo pululando por allí. Algo oscuro y parecido a una sombra que me perseguía.”

“Esa era mi sombra,”dijo el hombre. “Verás, yo fui el alumno elegido para pagar por todos los siete de mi clase. Y soy el único alumno elegido que ha conseguido salir de ahí sin pagar. Salí tan rápido por la puerta que no me pudieron parar. Pero mi sombra fue más lenta y el Demonio la agarró. Sigue atrapada allí.”

Lo que decía tenía que ser verdad, pues me fijé en que no tenía sombra.

“¿Quiere que haga algo al respecto?” le pregunté.

“Bueno, si vuelves a ver a la sombra, la dices que Quique, el que fue su dueño, dice hola.”

Me di cuenta de que tenía ante mí a Enrique, Marqués de Villena y notorio nigromante.  

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