Puesto que todo había ido tan
bien y yo tenía tiempo para hacer esto, decidí dar el gusto a Bollito e hice
una parada en la pastelería que era el hogar de la merecidamente llamada tarta
de rechupete.
La tarta de cumpleaños de
Michael había permitido que los estudiantes de la escuela infernal probasen un
cachito de gloria bendita, pero aunque la más grande de estas tartas está hecha
para unas cuarenta personas, no era tan sustancial un cachito como les hubiese
gustado. Después de todo, estaban comiendo en compañia de Alpin y de Bollito
Cestodes.
Así que para que pudiesen
disfrutar de tarta sin graves broncas, no compré dos ejemplares, sino catorce
tartas para cuarenta cada una. La mía la iba a compartir con Maríalvara, que,
al igual que yo, no había logrado probar bocado la vez anterior. No compré más, porque no podía cargar con más.
La maestra pastelera y
creadora de la tarta de rechupete era una hada del azúcar llamada Mari Gozu.
Pasaba veinte de las veinticuatro horas del día metida en una cama de merengue
soñando con delicadas delicias que su equipo de pasteleros luego convertirían
en reales. Estaba despierta cuando yo entré en la pastelería y me regaló una
caja de bombones con rellenos exquisitos por haber sido tan buen cliente y por
dar a su establecimiento tan buen nombre.
La pastelería tenia una
pequeña terraza fuera en la que se podían pedir zumos, batidos, helados y
mantecados además de los dulces creados allí. Al salir, me fijé en que había dos
hombres en una mesa cubierta con rollos de pergamino en vez de dulces. A uno de los hombres ya lo conocía. Cuando me vio, alzó la mano
para saludar y me hizo señas de que me sentase en su mesa.
Acepté y me senté con los
dos caballeros, no queriendo ser descortés. Les
ofrecí bombones de los que me habían regalado. Cuando la camarera llegó con
los zumos que habían pedido, los hombres apartaron los documentos que había en
la mesa y los pusieron en una silla vacía. Yo me fijé en que la mayoría eran
mapas del firmamento y recordé que mi amigo no sólo era poeta, sino también
astrónomo.
“¿Saliste por dónde entraste?”
me preguntó Omar.
“Sí, pero en realidad no
estoy fuera. Tengo que volver a por mis amigos,” dije. “Les
están reteniendo allí.”
“Pues
asegúrate de volver a salir por donde entraste.”
El otro hombre también tenía
algo que decir. Resultó que había sido alumno de la escuela de ocultismo.
“¿Has visto a una sombra moverse por ahí
sola?” preguntó.
Miré bien al hombre que
había hablado. Llevaba ropa de época, medieval, cerca de renacentista. Su cabello
negro le llegaba casi a los hombros.
“Ahora que lo menciona,” dije
yo, “sí que había algo pululando por allí. Algo oscuro y parecido a una sombra
que me perseguía.”
“Esa era mi sombra,”dijo el
hombre. “Verás, yo fui el alumno elegido para pagar por todos los siete de mi
clase. Y soy el único alumno elegido que ha conseguido salir de ahí sin pagar. Salí
tan rápido por la puerta que no me pudieron parar. Pero mi sombra fue más lenta
y el Demonio la agarró. Sigue atrapada allí.”
Lo que decía tenía que ser
verdad, pues me fijé en que no tenía sombra.
“¿Quiere que haga algo al
respecto?” le pregunté.
“Bueno, si vuelves a ver a
la sombra, la dices que Quique, el que fue su dueño, dice hola.”
Me di cuenta de que tenía
ante mí a Enrique, Marqués de Villena y notorio nigromante.
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