Al principio parecía que no
había nadie allí. La larga mesa rectangular estaba desierta. Ni siquiera
Tanaceto estaba en su mullida silla. Tampoco había rastro de Mariálvara. Pero
se oía un ruido que parecía agua en movimiento.
Entonces escuché al Tani
decir con petulancia, “¿Quieres estarte quieto? ¡No
sirves para modelo!”
Yo
estaba quieto. Casi petrificado. Así que aquello no me lo podía haber dicho a
mí. Me
moví con gran sigilo en la dirección de la que procedía la voz de Tanaceto. Y
pronto vi de lo que estaba hablando.
En un estanque de agua que
le llegaba al ombligo estaba metido Alpin, saltando y agitando los brazos intentando alcanzar una
rama cargada de melocotones. La rama no parecía
pertenecer a ningún árbol. Simplemente estaba ahí, fuera del alcance de mi
amigo. Cuando parecía que Alpin iba a lograr tocar la fruta, la rama se
retiraba. Cuando él bajaba los brazos agotado, la rama se le acercaba
tentadoramente.
“¿Alpin?” dije yo.
Tanaceto estaba sentado
junto al estanque intentando hacer un boceto de Alpin atrapado allí.
“¿Cómo he de crear una obra
maestra si mi modelo no se queda quieto?” se quejó a mí.
“¿Qué está pasando aquí?” pregunté
perplejo.
El Tani me explicó que el
demonio le había elegido a él para quedárselo a su servicio. El Tani no
comprendía porque el demonio le había elegido, porque no hay nada más inútil
que un criado vago.
“Mis
compañeros estaban encantados de poder irse de gorra,” dijo Tanaceto. “Bueno,
salvo Ofidio el Envidioso. Me envidiaba haber sido elegido para pagar la
tuición de todos. ¿Te lo puedes creer? Al
Ofi el demonio le tuvo que echar de una patada. También echó a tus amigos. No
te puedes imaginar lo que resistió el vejete de la espada. Hasta le dio una
patada en la rodilla al Demonio. Menos mal que al maestro le
hizo gracia.”
“¿No
querían irse?”
“Por culpa de Alpin. Alpin
le dijo al Demonio que se quedaría aquí un año sirviéndole si yo le daba mi
trozo de tarta de rechupete. No me lo había comido. Lo guarde por
si al Bollito se le ocurría sustituirme a cambio de eso. Sí, yo creo que
hubiese sacrificado su libertad a cambio de mi trozo de tarta. Pero antes de
que eso pudiese suceder, Alpin salió voluntario.”
Alcé las cejas en gesto de
incredulidad, pero la verdad es que esto era algo que Alpin podría
perfectamente haber hecho.
“El
demonio decidió quedarse con los dos, con Alpin y conmigo. Le tiró el
trozo de tarta a la cara a Ofidio el Envidioso. Al Ofi no le gustan los dulces,
pero estaba a punto de volver a querer quedarse sólo para obtener el trozo ese
y es cuando mi nuevo amo le echó de la patada que te he dicho. Entonces el Demonio metió a Alpin en este estanque.
“¿Por qué está Nauta con él?”
pregunté, dándome cuenta de que el fantasma romano también estaba en la charca.
Nauta meneó la cabeza e
intentó hablar, pero no le salía la voz.
“El romano quiso quedarse en
lugar de Alpin. Dijo que esto era su culpa por no haberle contado al niño este
la historia de Tántalo.Ya sabes, el mito del sinvergüenza ese que acabó en un
estanque en el infierno muerto de hambre y sin posibilidad de alcanzar la
comida que se le acercaba para tentarle. Parece ser que al romano sólo le gusta
contar mitos agradables a los niños porque no quiere asustarles. En resumen,
que el demonio expulsó al resto de tus amigos de aquí de un soplido. Soplido
que les ha transportado hasta el Bosque Triturado, por cierto. Pero el romano
estaba detrás de él cuando sopló, intentando sacar a Alpin del agua.Y ahí
sigue, aunque yo creo que ya se ha dado cuenta de que no va a poder hacerlo.”
“¿Y ahora qué?” pregunté yo.
“¿Cómo arreglamos esto?”
Antes de que Tanaceto
pudiese contestar, Alpin apartó la vista de los melocotones y se fijó en las
cajas de tarta de rechupete que yo portaba.
De un salto, Tanaceto se
interpuso entre Alpin y yo.
“Ni pienses en acercarte a
él con esas tartas a no ser que quieras quedar atrapado en el estanque también.
Eso es lo que les ocurre a los que intentan alimentar a sus prisioneros.”
“Yo no creo que nada de esto
sea justo,” dije. “Y voy a poner fin a este disparate. ¿Dónde
está el Demonio? Quiero hablar con él. Se supone que es muy
inteligente. La gente inteligente sabe razonar. Seguro que entiende que esto
está mal.”
“¿Tú
crees?” dijo Tanaceto Camamandrágoras y antes de que pudiese contestar, su
aspecto cambió totalmente.
El Demonio estaba ahí ante
mí, monstruosamente grande, llenando
toda la sala con su terrible presencia.
Y yo...yo casi ni le llegaba a la rodilla a mi mayor altura. Y me sentí como si él fuese a pegarme un pisotón y aplastarme con sus enormes pies. Me había pillado desprevenido, pero yo sabía que no me podía quedar ahí mirándole con la boca abierta.
“Vos sabéis que esto no es
justo,” tragué saliva y le dije. “Tenéis que soltar a mis amigos. Alpin es un niño
patológicamente hambriento. Cualquier pacto que haya hecho que verse sobre
comida no puede ser valido porque no está capacitado para negociar respecto a
alimentación.”
“¿Tú
crees que este idiota es legalmente incompetente?”
“En lo que se refiere a
comida, sí, totalmente,” insistí, esperando que el Demonio aceptase mi
argumento.
“¡Pero que gracioso eres! ¡Esperas que yo
sienta simpatía por este trasgo detestable!”
El Demonio se río tan
sonoramente que su risa sacudió las columnas blancas y resonó por todas las
salas de la escuela.
“¡Pero
que ocurrente!. Mírame. Me estoy tronchando de risa. Pero se me pasará
pronto. Ahí está ese malandrín y ahí se queda,” dijo el Demonio apuntando a
Alpin. “Y voy a dejarme de risas. ¡Se acabó! ¡Mira! Ahí tienes la puerta, abierta para ti. Tú y el
romano os podéis ir. ¡Largo de aquí!”
Yo ni miré tras de mí,
aunque estaba seguro de que la puerta estaba pero que muy abierta.
“Vos sabéis que esto no es
justo,” insistí. “Considerando el defecto congénito de Alpin, lo que vos le estáis
haciendo no es ni más ni menos que crueldad intolerable. Tiene que haber un
límite a algo como esto. Así que se lo vuelvo a pedir, dejad que Alpin también
se vaya.”
“Si sigues poniéndote del
lado de tu amigo, eso es exactamente lo que harás. Acabarás a su lado en el
estanque, suplicando que te de de comer a ti.”
“Sólo pido justicia,”
insistí, ignorando su amenaza. “Tiene que haber un límite a esto,” repetí.
“¡Arrrrrrrrrrrgggghhhhh!” rugió el Demonio.
La boca de el Demonio era
como un horno. Cuando rugió se abrío. Por dentro no
tenía lengua, tenía enormes llamas.También sacudió su tenedor y me apuntó con
él. Pero fueron las tartas de rechupete las que fueron alcanzadas por el rayo
que soltó. Se abrieron todas las cajas, y las tartas saltaron de ellas.
Desaparecieron una por una justo delante de la boca de Alpin, que luchaba por
alcanzarlas, lanzando bocados a diestra y siniestra. Humo y llamas que ahora
había por todas partes hicieron que mis ojos llorasen. Pero fue cuando vi como
lagrimas de auténtico dolor salieron de los ojos de Alpin, las primeras
lagrimas de genuino sufrimiento que le
había visto llorar, que me decidí a enfadarme.
Y me enfurecí.
“¡Atrás!” le grité al Diablo. “¡Alpin, sal ahora mismo de ese
estanque! ¿Tú no te mereces esto! Estás enfermo. Él no tiene
derecho a retenerte ahí y por lo tanto no tiene poder sobre ti. ¡Nos vamos! ¡Atrás!”
La última de las tartas de rechupete botó en dirección opuesta, atravesando la puerta y saliendo de la cueva. Y Alpin saltó del estanque y voló tras ella. Y tras el saltó Nauta, y yo yambién me fui, moviéndome de espaldas rapidísimamente pero todavía gritando "Atras!" hasta que mis pulmones parecían estar a punto de estallar.
La última de las tartas de rechupete botó en dirección opuesta, atravesando la puerta y saliendo de la cueva. Y Alpin saltó del estanque y voló tras ella. Y tras el saltó Nauta, y yo yambién me fui, moviéndome de espaldas rapidísimamente pero todavía gritando "Atras!" hasta que mis pulmones parecían estar a punto de estallar.
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