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jueves, 16 de abril de 2020

141. Como Tántalo

El treinta y uno de agosto, antes de que se pusiese el sol, saqué mi tarjeta de la biblioteca y la utilicé para abrir una vez más la puerta de la escuela ibérica de ocultismo.

Al principio parecía que no había nadie allí. La larga mesa rectangular estaba desierta. Ni siquiera Tanaceto estaba en su mullida silla. Tampoco había rastro de Mariálvara. Pero se oía un ruido que parecía agua en movimiento.  

Entonces escuché al Tani decir con petulancia, “¿Quieres estarte quieto? ¡No sirves para modelo!”

Yo estaba quieto. Casi petrificado. Así que aquello no me lo podía haber dicho a mí. Me moví con gran sigilo en la dirección de la que procedía la voz de Tanaceto. Y pronto vi de lo que estaba hablando.


En un estanque de agua que le llegaba al ombligo estaba metido Alpin, saltando y  agitando los brazos intentando alcanzar una rama cargada de melocotones. La rama no parecía pertenecer a ningún árbol. Simplemente estaba ahí, fuera del alcance de mi amigo. Cuando parecía que Alpin iba a lograr tocar la fruta, la rama se retiraba. Cuando él bajaba los brazos agotado, la rama se le acercaba tentadoramente.

“¿Alpin?” dije yo.  

Tanaceto estaba sentado junto al estanque intentando hacer un boceto de Alpin atrapado allí.

“¿Cómo he de crear una obra maestra si mi modelo no se queda quieto?” se quejó a mí.

“¿Qué está pasando aquí?” pregunté perplejo.

El Tani me explicó que el demonio le había elegido a él para quedárselo a su servicio. El Tani no comprendía porque el demonio le había elegido, porque no hay nada más inútil que un criado vago.

“Mis compañeros estaban encantados de poder irse de gorra,” dijo Tanaceto. “Bueno, salvo Ofidio el Envidioso. Me envidiaba haber sido elegido para pagar la tuición de todos. ¿Te lo puedes creer?  Al Ofi el demonio le tuvo que echar de una patada. También echó a tus amigos. No te puedes imaginar lo que resistió el vejete de la espada. Hasta le dio una patada en la rodilla al Demonio. Menos mal que al maestro le hizo gracia.”

“¿No querían irse?”

“Por culpa de Alpin. Alpin le dijo al Demonio que se quedaría aquí un año sirviéndole si yo le daba mi trozo de tarta de rechupete. No me lo había comido. Lo guarde por si al Bollito se le ocurría sustituirme a cambio de eso. Sí, yo creo que hubiese sacrificado su libertad a cambio de mi trozo de tarta. Pero antes de que eso pudiese suceder, Alpin salió voluntario.”

Alcé las cejas en gesto de incredulidad, pero la verdad es que esto era algo que Alpin podría perfectamente haber hecho.

“El demonio decidió quedarse con los dos, con Alpin y conmigo. Le tiró el trozo de tarta a la cara a Ofidio el Envidioso. Al Ofi no le gustan los dulces, pero estaba a punto de volver a querer quedarse sólo para obtener el trozo ese y es cuando mi nuevo amo le echó de la patada que te he dicho. Entonces el Demonio metió a Alpin en este estanque.

“¿Por qué está Nauta con él?” pregunté, dándome cuenta de que el fantasma romano también estaba en la charca.

Nauta meneó la cabeza e intentó hablar, pero no le salía la voz.

“El romano quiso quedarse en lugar de Alpin. Dijo que esto era su culpa por no haberle contado al niño este la historia de Tántalo.Ya sabes, el mito del sinvergüenza ese que acabó en un estanque en el infierno muerto de hambre y sin posibilidad de alcanzar la comida que se le acercaba para tentarle. Parece ser que al romano sólo le gusta contar mitos agradables a los niños porque no quiere asustarles. En resumen, que el demonio expulsó al resto de tus amigos de aquí de un soplido. Soplido que les ha transportado hasta el Bosque Triturado, por cierto. Pero el romano estaba detrás de él cuando sopló, intentando sacar a Alpin del agua.Y ahí sigue, aunque yo creo que ya se ha dado cuenta de que no va a poder hacerlo.”
                       


“¿Y ahora qué?” pregunté yo. “¿Cómo arreglamos esto?”

Antes de que Tanaceto pudiese contestar, Alpin apartó la vista de los melocotones y se fijó en las cajas de tarta de rechupete que yo portaba.

           
¡Esas tartas! ¡Dejad que coma TARTA!”

De un salto, Tanaceto se interpuso entre Alpin y yo.

“Ni pienses en acercarte a él con esas tartas a no ser que quieras quedar atrapado en el estanque también. Eso es lo que les ocurre a los que intentan alimentar a sus prisioneros.”

“Yo no creo que nada de esto sea justo,” dije. “Y voy a poner fin a este disparate. ¿Dónde está el Demonio? Quiero hablar con él. Se supone que es muy inteligente. La gente inteligente sabe razonar. Seguro que entiende que esto está mal.”

“¿Tú crees?” dijo Tanaceto Camamandrágoras y antes de que pudiese contestar, su aspecto cambió totalmente.


El Demonio estaba ahí ante mí, monstruosamente grande,  llenando toda la sala con su terrible presencia.

Y yo...yo casi ni le llegaba a la rodilla a mi mayor altura. Y me sentí como si él fuese a pegarme un pisotón y aplastarme con sus enormes pies. Me había pillado desprevenido, pero yo sabía que no me podía quedar ahí mirándole con la boca abierta.

“Vos sabéis que esto no es justo,” tragué saliva y le dije. “Tenéis que soltar a mis amigos. Alpin es un niño patológicamente hambriento. Cualquier pacto que haya hecho que verse sobre comida no puede ser valido porque no está capacitado para negociar respecto a alimentación.”

“¿Tú crees que este idiota es legalmente incompetente?”

“En lo que se refiere a comida, sí, totalmente,” insistí, esperando que el Demonio aceptase mi argumento.

¡Pero que gracioso eres! ¡Esperas que yo sienta simpatía por este trasgo detestable!”

El Demonio se río tan sonoramente que su risa sacudió las columnas blancas y resonó por todas las salas de la escuela.

“¡Pero que ocurrente!. Mírame. Me estoy tronchando de risa. Pero se me pasará pronto. Ahí está ese malandrín y ahí se queda,” dijo el Demonio apuntando a Alpin. “Y voy a dejarme de risas. ¡Se acabó! ¡Mira! Ahí tienes la puerta, abierta para ti. Tú y el romano os podéis ir. ¡Largo de aquí!

Yo ni miré tras de mí, aunque estaba seguro de que la puerta estaba pero que muy abierta.



“Vos sabéis que esto no es justo,” insistí. “Considerando el defecto congénito de Alpin, lo que vos le estáis haciendo no es ni más ni menos que crueldad intolerable. Tiene que haber un límite a algo como esto. Así que se lo vuelvo a pedir, dejad que Alpin también se vaya.”

“Si sigues poniéndote del lado de tu amigo, eso es exactamente lo que harás. Acabarás a su lado en el estanque, suplicando que te de de comer a ti.”

“Sólo pido justicia,” insistí, ignorando su amenaza. “Tiene que haber un límite a esto,” repetí.

         
                    “¡Arrrrrrrrrrrgggghhhhh!” rugió el Demonio.

La boca de el Demonio era como un horno. Cuando rugió se abrío. Por dentro no tenía lengua, tenía enormes llamas.También sacudió su tenedor y me apuntó con él. Pero fueron las tartas de rechupete las que fueron alcanzadas por el rayo que soltó. Se abrieron todas las cajas, y las tartas saltaron de ellas. Desaparecieron una por una justo delante de la boca de Alpin, que luchaba por alcanzarlas, lanzando bocados a diestra y siniestra. Humo y llamas que ahora había por todas partes hicieron que mis ojos llorasen. Pero fue cuando vi como lagrimas de auténtico dolor salieron de los ojos de Alpin, las primeras lagrimas de genuino sufrimiento que  le había visto llorar, que me decidí a enfadarme.
             



Y me enfurecí.

¡Atrás!” le grité al Diablo. “¡Alpin, sal ahora mismo de ese estanque! ¿Tú no te mereces esto! Estás enfermo. Él no tiene derecho a retenerte ahí y por lo tanto no tiene poder sobre ti. ¡Nos vamos! ¡Atrás!

La última de las tartas de rechupete botó en dirección opuesta, atravesando la puerta y saliendo de la cueva. Y Alpin saltó del estanque y voló tras ella. Y tras el saltó Nauta, y yo yambién me fui, moviéndome de espaldas rapidísimamente pero todavía gritando "Atras!" hasta que mis pulmones parecían estar a punto de estallar. 

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