“Y trae agua para mi amigo,”
dijo Alpin, muy considerado él. “¿No ves que se está
muriendo? O una taza de tila. Va a estar de los nervios el resto de su vida si
logra sobrevivir.”
Cuando la sombra vio que yo
respiraba con normalidad se sentó a mi lado y me preguntó tímidamente si podía
tomar una horchata. Hacía siglos que no probaba una.
Yo asentí e intenté decir
que también tomaría una horchata, pero no me salía la voz. La recuperé tras
beber unos sorbitos de zumo de cereza. Pero nunca ha vuelto a sonar igual. En
ese momento estaba ronco, pero desde entonces mi voz es más grave.
“Estuviste espectacular,
Arley,” dijo Alpin, entre trozo y trozo de tarta. “Tendrías
que haberte visto. ¡Yum! Gritando
órdenes a pleno pulmón. ¡Yum! Rojo
como un tomate a punto de estallar. ¡Yum!
Tus puños apretados con furia. ¡Yum! Casi
atizaste al Diablo.¡Pum! ¡Toma esa! ¡Pam! ¡Y esa! ¡Yummmmm! Cualquiera te hubiese tomado a ti por el
energumeno.”
“No pegué al Demonio, menos
mal,” dije yo. Todo lo demás no lo podía negar. “Sólo hice lo que tú me dijiste
que hiciese. Sí, al principio, cuando Mariálvara me cerró la puerta en las
narices. Dijiste que había que dar órdenes y no explicaciones. Pero siento que no he hecho esto del todo bien. No debí perder
la compostura. Me avergüenzo de mi mismo.”
“¡Melindres!”
dijo Alpin. “Glurp!” Había empezado a
tragarse los refrescos de cereza. “Eres un
quisquilloso. Los buenos modos no sirven de nada entre cachanos y patetas. Glurp!”
“Te congratularía, pero
todaviá estoy en shock,” dijo Nauta, sorbiendo tila de una tacita como un
muñeco mecánico.
La sombra estaba de acuerdo
con Alpin.
“¿Tú que crees que enseñan
en esa escuela?” dijo con su voz mesurada. “A dar órdenes a los espíritus. Eso
es la nigromancia. Y tú, Arley, desde luego que has aprendido. Por
cierto, ¿puedo llamarte Arley? Quiero pedirte que me permitas permanecer
siempre a tu lado. Fui la sombra de Enrique y él me perdió. Ahora
quiero ser la tuya, pues tú me has rescatado, y a él bien poco le importo. Él
presume de no tener sombra. Tú podrás presumir de tener dos. Si te place, desde
ahora en adelante tendrás dos sombras. Pocos
pueden presumir de eso.”
Yo dije que valía por mí,
siempre que Don Enrique estuviese
conforme y a mi primera sombra tampoco le molestase. Todo parecía haber acabado
bien, pero yo tenía un sabor amargo en la boca y no era ni del té, ni de la
horchata, ni del refresco de cereza. No me gustaba la manera en la que había
hecho las cosas. Me parecía que el Demonio se había salido con la suya, al
lograr que yo me pusiera como una bestia. Decidí que si me volvía a enfrentar
con él alguna vez, no perdería el temple.
Y entonces, esa hipotética
próxima vez parecío estar alarmantemente cerca.
“¡Eh! ¡Eh, Arley, eh!”
¿Quién me llamaba y se
acercaba directamente hacia nuestra mesa?
Tanaceto Camamandrágoras,
ese era quién. Tirando de su maleta, venía hacia nosotros.
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