“Somos Brezo, Cardo y Arley,
montados en Donato, un burrito. ¿Dónde están tus gafas?”
Contestamos con una sola voz. A veces nos gustan hablar todos como un coro griego, diciendo lo mismo a la vez y en el mismo tono. Nos habíamos dado cuenta de que no nos veía porque no llevaba gafas.
Contestamos con una sola voz. A veces nos gustan hablar todos como un coro griego, diciendo lo mismo a la vez y en el mismo tono. Nos habíamos dado cuenta de que no nos veía porque no llevaba gafas.
“Se rompieron cuando me
echaron de la escuela infernal. El mago Casimiro, mi oftalmólogo, tardará un
tiempo en hacerme unas nuevas. Las gafas mágicas se tienen que cargar a la luz
de dos lunas crecientes para que funcionen como es debido. Voy camino de casa
de Polilla, que también es corta de vista y dice que me puede prestar unas
gafas viejas, porque ella prefiere usar lentillas. Espero
poder ver con sus gafas. Ahora mismo no os veo a los tres montados en el
burrito.”
“¿Entonces no habrá una
fiesta de Halloween este año? ¿Por culpa de tus gafas rotas?” seguíamos hablando
todos a una.
“Uno es miope pero también
previsor. Tengo todo lo que hace falta para celebrar la fiesta de Halloween
desde fines del verano. He contratado a alguien que se haga cargo del catering y
también a un decorador de exteriores. Brana acaba de mandar las invitaciones
por mí. Os deberían llegar antes del fin de semana. Con la ayuda de
un par de almas caritativas que tendrán que bregar con lo inesperado, pues todo
lo demás se ha previsto, habrá fiesta de Halloween la noche del treintaiuno si todo va
según plan.”
“Nosotros tres somos almas
caritativas. Te ayudaremos con tu fiesta. De hecho, Donato nos lleva al bosque
para recoger moras. Queremos hacer una última tarta de moras este
año. Será para tu fiesta.”
Nos despedimos de Michael y
seguimos nuestro camino. Cuando llegamos a la parte del bosque en la que crecen
las moras salvajes más sabrosas, los hojitas Malcolfus y Vicentius nos dieron
un consejo.
“Recoged estas, pues son las
más grandes y jugosas que se pueden conseguir en este bosque. Pero recordad,
niños, que esta es la tercera cosecha, y por tanto la última, y estos frutos son los últimos que debéis coger. Los que quieren recoger bayas deben hacerlo antes
del uno de noviembre.”
Dimos las gracias a
Malcolfus por recordarnos que el bosque ofrece tres cosechas de frutos. La
última termina a las doce en punto de la noche del treintaiuno de octubre. Lo que quede
en el bosque o lo que este ofrezca después de esa fecha debe ser para las
criaturas del bosque, para que puedan sobrevivir durante el duro invierno. Pero
había alguien acercándose a nosotros que no creía en tener contemplaciones para
con nadie.
“¿Quién dice que yo no puedo
recoger frutos del bosque después de Halloween? El que llega primero, se lleva
lo que encuentre,” dijo Alpin.
“¡Yo digo!” siseó como una serpiente provocada Garth, el Puca, apareciendo
de la nada. “¡Ojo con lo que haces, niñato!”
“Vaya, si es el sobrino
menos querido de mi mamá,” contestó Alpin, nada intimidado por Garth. “¿Por qué
no estás bajo algún puente esperando asaltar a algún caminante?”
“Tú y los que son como tú
son los que estoy esperando,” dijo Garth. “Recoge lo que necesites hoy, pero
ojo con lo que vayas a hacer en noviembre.”
Y
Garth desapareció tal y como había aparecido.
“Habéis oído al tipo duro,
nenas. Así que recoged todas y cada una de las moras que halléis aquí. No
dejéis ni una, esté magullada, verde, picada o seca. No las desperdiciaremos. Podéis hacer jaleas y mermeladas para mí.”
“Sólo nos llevaremos lo que
necesitamos para hacer una tarta para la fiesta de Halloween,” dijo Brezo.
“¿Pero
tenéis presente que yo podría querer probar esa tarta?”
“Tengo presente que podría
tirártela a la cara, Alpin,” dijo Cardo.
Pero una vez más Alpin no se
achantó.
“Mientras
sepa bien...” dijo.
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