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miércoles, 15 de abril de 2020

143. La Tercera Cosecha

Llegó el otoño y pronto volvería a celebrarse la fiesta de Halloween de Michael Toora. Un día nos encontramos con él camino al Bosque Triturado. Le saludamos alegremente, por que estábamos de muy buen humor ese día.

                                  
 “¿Quiénes sois y en que estáis montados?” nos dijo con la mirada estrábica.


“Somos Brezo, Cardo y Arley, montados en Donato, un burrito. ¿Dónde están tus gafas?” 

Contestamos con una sola voz. A veces nos gustan hablar todos como un coro griego, diciendo lo mismo a la vez y en el mismo tono. Nos habíamos dado cuenta de que no nos veía porque no llevaba gafas.

“Se rompieron cuando me echaron de la escuela infernal. El mago Casimiro, mi oftalmólogo, tardará un tiempo en hacerme unas nuevas. Las gafas mágicas se tienen que cargar a la luz de dos lunas crecientes para que funcionen como es debido. Voy camino de casa de Polilla, que también es corta de vista y dice que me puede prestar unas gafas viejas, porque ella prefiere usar lentillas. Espero poder ver con sus gafas. Ahora mismo no os veo a los tres montados en el burrito.”

“¿Entonces no habrá una fiesta de Halloween este año? ¿Por culpa de tus gafas rotas?” seguíamos hablando todos a una.

“Uno es miope pero también previsor. Tengo todo lo que hace falta para celebrar la fiesta de Halloween desde fines del verano. He contratado a alguien que se haga cargo del catering y también a un decorador de exteriores. Brana acaba de mandar las invitaciones por mí. Os deberían llegar antes del fin de semana. Con la ayuda de un par de almas caritativas que tendrán que bregar con lo inesperado, pues todo lo demás se ha previsto, habrá fiesta de Halloween la noche del treintaiuno si todo va según plan.”

“Nosotros tres somos almas caritativas. Te ayudaremos con tu fiesta. De hecho, Donato nos lleva al bosque para recoger moras. Queremos hacer una última tarta de moras este año. Será para tu fiesta.”

Nos despedimos de Michael y seguimos nuestro camino. Cuando llegamos a la parte del bosque en la que crecen las moras salvajes más sabrosas, los hojitas Malcolfus y Vicentius nos dieron un consejo.

                       

“Recoged estas, pues son las más grandes y jugosas que se pueden conseguir en este bosque. Pero recordad, niños, que esta es la tercera cosecha, y por tanto la última, y estos frutos son los últimos que debéis coger. Los que quieren recoger bayas deben hacerlo antes del uno de noviembre.”

Dimos las gracias a Malcolfus por recordarnos que el bosque ofrece tres cosechas de frutos. La última termina a las doce en punto de la noche del treintaiuno de octubre. Lo que quede en el bosque o lo que este ofrezca después de esa fecha debe ser para las criaturas del bosque, para que puedan sobrevivir durante el duro invierno. Pero había alguien acercándose a nosotros que no creía en tener contemplaciones para con nadie.

                        
“¿Quién dice que yo no puedo recoger frutos del bosque después de Halloween? El que llega primero, se lleva lo que encuentre,” dijo Alpin.
                 

¡Yo digo!” siseó como una serpiente provocada Garth, el Puca, apareciendo de la nada. “¡Ojo con lo que haces, niñato!”

“Vaya, si es el sobrino menos querido de mi mamá,” contestó Alpin, nada intimidado por Garth. “¿Por qué no estás bajo algún puente esperando asaltar a algún caminante?”

“Tú y los que son como tú son los que estoy esperando,” dijo Garth. “Recoge lo que necesites hoy, pero ojo con lo que vayas a hacer en noviembre.”

Y Garth desapareció tal y como había aparecido.

“Habéis oído al tipo duro, nenas. Así que recoged todas y cada una de las moras que halléis aquí. No dejéis ni una, esté magullada, verde, picada o seca. No las desperdiciaremos. Podéis hacer jaleas y mermeladas para mí.”

                             
“Sólo nos llevaremos lo que necesitamos para hacer una tarta para la fiesta de Halloween,” dijo Brezo.

“¿Pero tenéis presente que yo podría querer probar esa tarta?”

                          
“Tengo presente que podría tirártela a la cara, Alpin,” dijo Cardo.

Pero una vez más Alpin no se achantó.

“Mientras sepa bien...” dijo.

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