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miércoles, 15 de abril de 2020

145. Faunos y moras de noviembre


Un lado del Bosque Triturado sube por la mitad de una montaña. En lo alto de esta, escondida por pinos verdes y grises nieblas de invisibilidad, hay una granja que pertenece a tres hermanos. Se les conoce como los Faunos Espina, porque son faunos y cada uno tiene una pequeña espina clavada en la frente. Los Hermanos Espina cultivan hortalizas de estación, y en el otoño muchas hadas compran allí calabazas, porque son las mejores que se pueden obtener en el mundo feérico.

El uno de noviembre, dos de los hermanos faunos estaban sentados junto a unas zarzas comentando como Michael había comprado el número habitual de calabazas para su fiesta de Halloween, pero no se había visto ninguna allí.

“¿Qué crees que ha hecho con ellas? Me han dicho que no había comida, así que no pudo haber hecho tartas,” dijo Pons Espinanegra. Tenía la cara larga, pelo rizado de color entre negro y verde botella, ojos grandes y una espina también entre negra y verde en medio de la frente.

“Oh, sí que había comida,” dijo Fons Espinaroja, que había podido asistir a la fiesta. Parecía y era menor que su hermano, tenía la cara de un duende simpático y una espina roja en la frente. “Los invitados se habían enterado de que sólo se iban a servir huevos y trajeron mucha comida con ellos. Pero tuvieron que esconderse en los cráteres para comerla, evitando así que se la hurtase el malvado no cambiadito.”

“Me dijeron que Finbar enganchó enormes barriles de whisky a los ríos de chocolate negro. También enganchó brandy de Pera Williams a los ríos de chocolate con leche,” dijo Pons. “El río de chocolate blanco y sus afluentes no llevaban alcohol, para que pudiesen beber los niños. Galó camufló los barriles, que parecían dunas de arena, asi que tutti contenti.

“¿Cómo conseguiste subirte a los zancos, Fons?” preguntó Pons.

“¡Bah!” dijo Fons. “Las cabras pueden subir a cualquier parte.”

“Pero tienen cuatro patas y nosotros sólo dos. ¿Llegaste a comer alguno de los huevos atrapados en las mesas con forma de boca de vampiro?”

“No. Pero el maligno no cambiadito cogío a las mesas por las patas y las estrujó como si fuesen un cuello hasta que vomitaron los huevos y se los  comió todos.”

“Demostrando que está muy arriba en la cadena alimenticia, supongo.”

                          
 “Yo soy el niño superviviente nato del que estáis chismorreando,” dijo Alpin, que se había acercado sigilosamente hasta los faunos. Llevaba un gran cubo y ordenó a los faunos que se alejasen de las zarzas porque necesitaba sus frutos. “No entiendo como no os pinchan las espinas de las zarzas,” comentó Alpin. “Tendréis la piel muy gruesa.” 


“¿Para qué quieres las zarzamoras?” preguntó Pons.

“Había una tarta de moras en la fiesta que comentabais.Tenía que haber sido para mí. Pero una de las niñas estúpidas que la hicieron se ocupó de que sólo me llevase una porción ridículamente pequeña. Voy a recoger moras para que mi madre me haga una tarta el doble de grande y el doble de buena que aquella.”

Fons sacudió la cabeza. “Escucha, ¿acaso no te han dicho que a partir del uno de noviembre las nueces y las bayas que se encuentran en el bosque son para las criaturas que viven aquí? ¿No te han dicho que lo que produce el bosque de noviembre a junio debe quedar en el bosque? ¿Sí? ¿Lo sabes? ¿Y piensas recoger moras de todas formas? ¿Sabes por qué no lo hace nadie? El Puca escupe en las bayas y frutos, u orina en ellas. ¿Quieres comer eso? Te enfermarás seguro.”

“Patrañas,” dijo Alpin. “Eso es un cuento de viejas chochas.”

“De eso nada,” dijo Pons. “Somos testigos. Le hemos visto hacerlo. Año tras año. Le he visto hacerlo anoche, aquí mismo, en estas zarzas, en un ataque de rabia.”

“Mientes,” dijo Alpin. “Si le hubieses visto hacer algo así, no estarías apoyado en esa zarza, cochino. Y el puca jamás envenenaría las frutas y bayas que quiere reservar para las criaturas del bosque.” 
                               

“Mira, zoquete,” le explicó Fons, “lo que hace el puca no afecta a las criaturas del bosque. Somos inmunes. Como vacunados. Sólo afecta a los humanos y a hadas forasteras que no respetan las normas del bosque. La saliva y la orina del puca son más tóxicas que los insecticidas. No se van lavando la fruta. Pero adelante, tío borde, compruébalo tú mismo, si no nos crees. Prueba esta baya tan reluciente y jugosa que tienes ahí mismo si te atreves a ver que te pasa.”

Alpin miró la mora con la que Fons había sugerido que experimentase. Sí que era reluciente y jugosa y no se podía saber si había sido mancillada o no. En lugar de escuchar la advertencia, Alpin aceptó el reto y se la metió en la boca.
                           

¡Puuuuuah! ¡Sabe fatal!” chilló Alpin. Pero se tragó  la mora en lugar de escupir. “Voy a probar otra para enterarme de que va esto. Puede que tengáis razón, pero mi madre las sabrá limpiar cuando llegue a casa.”

Cuando Alpin comió la primera zarzamora, despacio, pero no tan despacio, pelo empezó a crecer de su nariz…

Y de sus orejas.

Cuando probó la segunda sus ojos empezaron a destellar.

Tras tomarse una tercera, su pelo empezó a flotar…

Y a  enmarañarse.

Y tras la cuarta, una nube de langostas apareció de la nada.

La nube trazó tres círculos alrededor de su cabeza antes de asentarse en ella.

No hubo necesidad de que tomase otra mora para que le asaltase una fiebre…

Y le desequilibrase un mareo.

No cayó muerto al suelo, pero perdió su sentido de dirección.

Soltó el cubo...

Y empezó a vagar sin sentido por el bosque casi descalzo, pues sus pies se habían vuelto más grandes que sus zapatos, que estallaron como granadas de mano…  

Y ahora parecían sandalias.

Alpin avanzaba dando pequeños brincos y saltitos extraños…

Como si estuviese bailando alguna danza ceremonial.

También le salieron ronchas en la camiseta.

Eran rojas, rosas, azules y moradas.

Y con el merodeaba por el bosque un susurro turbador… 


"Recelad! Recelad de él! ¡Pues se ha alimentado con comida mancillada y ha bebido de las aguas de la impureza!"
    
Pons sacudió la cabeza. “Será mejor que le sigamos,” dijo,  “para que podamos contarle a su gente lo que le ha sucedido a este necio cuando vengan preguntando.”

“Vale,” dijo Fons, “pero a una distancia prudente.”

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