Para encontrar tu camino en este bosque:

Para llegar al Índice o tabla de contenidos, escribe Prefacio en el buscador que hay a la derecha. Si deseas leer algún capítulo, escribe el número de ese capítulo en el buscador. La obra se puede leer en inglés en el blog Tales of a Minced Forest (talesofamincedforest.blogspot.com)

miércoles, 15 de abril de 2020

147. Pedrito Botepimienta



Pedrito Botepimienta era alto y delgado, con bigote y barba puntiaguda. Iba armado con arco y flechas, como Robin de los Bosques, pero llevaba una boina negra con una pluma en lugar de la gorra verde de Robin.

Pedrito era, como pronto pude observar, un ladrón desequilibrado. Al igual que a las autoridades de Tierra Asolada, le pillé discutiendo. Lo hacía con una pobre campesina que quería dar de comer a sus hijos la última de sus gallinas.


Mari defendía sus derechos rodeada de media docena de niños hambrientos y de plataneros cargados de plátanos incomestibles que estaban helados por el frío, lo cual resultaba muy extraño, porque si uno se alejaba de los plataneros, el clima era tropical. Mari sacudía su débil puño ferozmente ante la cara de Pedrito mientras protestaba.

Pedrito intentaba tener paciencia. Había algo que él necesitaba que ella comprendiese.

“Y te estoy privando de esta gallina que tenemos aquí porque este forastero que está aquí de pie junto a mí no tiene nada de comer mientras que vosotros tenéis una gallina.” 
 
“No la tenemos,” protestó Mari. “Ahora que te la has llevado, no tenemos nada que comer.”

“Pues entonces,” dijo Pedrito, “mañana veré lo que puedo robar para ti. Hoy ya he hecho mi buena obra diaria. Tú espera aquí. Volveré.”

“¿Qué?” exclamó Mari. “Claro que esperaremos aquí. ¿A donde quieres que vayamos? No tenemos donde ir. ¿Por qué no nos devuelves la gallina y robas otra cosa para ese tipo? Esto no tiene sentido.”

“Para mí lo tiene,” insistía Pedrito.

Se volvió al forastero que estaba junto a él y sonrió benévolamente.

“Ten, mendigo forastero, una gallina entera para ti, amigo. Que no se diga que Pedrito Botepimienta no hace justicia.”                  


“¿Y quién va a cocinar esto para mí?” dijo el forastero que había recibido la gallina. “Ah, y no soy un mendigo. A esa conclusión has llegado tú.”

“Me gusta que sientas orgullo,” dijo Pedrito. “Sé que tú no has pedido nada, pero eres el pobre más pobre que he visto hoy. Y yo no soy caritativo. Soy justiciero.”

Mons me había dicho donde sus hermanos habían dejado de seguir a Alpin, y también que Alpin parecía estar pasmado, bajo un hechizo que le había afectado la mente. Pero no me había dicho nada de los cambios físicos que había sufrido, tal vez porque él nunca había visto a Alpin. Así que aunque encontré algo que me sonaba en la voz del extraño, no creía haber visto a ese personaje antes.

Era algo más que raro. Su pelo era largo y flotaba en el aire y en el anidaban unas cuantas langostas. Su barba y bigote también flotaban. Llevaba sandalias que eran demasiado pequeñas para él y recuerdo haberme preguntado cómo podía caminar con ellas. También llevaba unos vaqueros azules y rotos y una camiseta con motas de colores. Pero estaba mucho más limpio que cualquier mendigo que yo hubiese visto antes y no parecía que hubiese pasado hambre en la vida.

Pedrito se volvió a Mari y la preguntó si la importaría cocinar la gallina para el forastero.

¡Para colmo!” Mari puso el grito en el cielo. Por un minuto creí que iba a darle un puñetazo en la nariz a Pedrito, pues volvió a sacudir su frágil puño, esta vez peligrosamente cerca de las napias del ladrón de la gallina.

 “¿Por qué no vas al palacio, metomentodo, y hurtas un faisán para tu protegido? No se darán cuenta de que falta. ¡Eres muy  valiente con la gente indefensa, Botepimienta!”

“No quiero problemas con el sheriff,” aclaró Pedrito. “Nos llevamos bien. De hecho, me ha hecho llamar y he de reunirme con él ahora en palacio. Te veré mañana, mujer vecina. Disfruta de tu gallina, peculiar amigo.”

Yo no seguí a Botepimienta al castillo porque tenía curiosidad por ver que pasaría con la gallina. Resultó que no era el único que se preocupaba por su suerte.

“No se altere, señora,” le dijo el extraño forastero amablemente a Mari. “No voy a comer esta gallina. Nunca he comido un animal vivo. No podría apuñalarlo, o como sea que haya que hacer para matarlo. Y no sabría que hacer con las plumas. ¿Escupirlas? Mejor no. La aconsejo a usted que tampoco coma esta gallina. No sé que es lo que hace que pongan huevos, pero si la mata, seguro que no lo hará. Me ha dado usted una idea cuando le ha increpado a Botepimientos o como se llame ese fulano que se acaba de ir al castillo. Palacio. Al palacio ha dicho usted, sí. Eso es lo que voy a hacer yo también. Subiré allí y volveré con un gallo y unas cuantas gallinas y serán suyas si me promete que no se comerá a ninguna que no haya muerto de vieja. Veré de que más me puedo apoderar. Y no se preocupe por mí, que es seguro que volveré. Yo no soy cualquiera.”

No hay comentarios.:

Publicar un comentario