Pedrito Botepimienta era
alto y delgado, con bigote y barba puntiaguda. Iba armado con arco y flechas,
como Robin de los Bosques, pero llevaba una boina negra con una pluma en lugar
de la gorra verde de Robin.
Pedrito era, como pronto pude
observar, un ladrón desequilibrado. Al igual que a las autoridades de Tierra
Asolada, le pillé discutiendo. Lo hacía con una pobre campesina que quería dar
de comer a sus hijos la última de sus gallinas.
Mari defendía sus derechos
rodeada de media docena de niños hambrientos y de plataneros cargados de
plátanos incomestibles que estaban helados por el frío, lo cual resultaba muy
extraño, porque si uno se alejaba de los plataneros, el clima era tropical.
Mari sacudía su débil puño ferozmente ante la cara de Pedrito mientras
protestaba.
Pedrito
intentaba tener paciencia. Había algo que él necesitaba que ella comprendiese.
“Y te estoy privando de esta
gallina que tenemos aquí porque este forastero que está aquí de pie junto a mí
no tiene nada de comer mientras que vosotros tenéis una gallina.”
“No la tenemos,” protestó Mari.
“Ahora que te la has llevado, no tenemos nada que
comer.”
“Pues
entonces,” dijo Pedrito, “mañana veré lo que puedo robar para ti. Hoy ya he
hecho mi buena obra diaria. Tú espera aquí. Volveré.”
“¿Qué?” exclamó Mari. “Claro que esperaremos aquí. ¿A donde quieres que vayamos? No tenemos donde ir. ¿Por qué no nos devuelves la gallina y robas otra
cosa para ese tipo? Esto no tiene sentido.”
“Para mí lo tiene,” insistía
Pedrito.
Se volvió al forastero que
estaba junto a él y sonrió benévolamente.
“Ten, mendigo forastero, una
gallina entera para ti, amigo. Que no se diga que Pedrito
Botepimienta no hace justicia.”
“¿Y quién va a cocinar esto
para mí?” dijo el forastero que había recibido la gallina. “Ah, y no soy un
mendigo. A esa conclusión has llegado tú.”
“Me gusta que sientas
orgullo,” dijo Pedrito. “Sé que tú no has pedido nada, pero eres el pobre más
pobre que he visto hoy. Y yo no soy caritativo. Soy justiciero.”
Mons me había dicho donde
sus hermanos habían dejado de seguir a Alpin, y también que Alpin parecía estar
pasmado, bajo un hechizo que le había afectado la mente. Pero no me había dicho
nada de los cambios físicos que había sufrido, tal vez porque él nunca había
visto a Alpin. Así que aunque encontré algo que me sonaba en la voz del
extraño, no creía haber visto a ese personaje antes.
Era algo más que raro. Su
pelo era largo y flotaba en el aire y en el anidaban unas cuantas langostas. Su
barba y bigote también flotaban. Llevaba sandalias que eran demasiado pequeñas
para él y recuerdo haberme preguntado cómo podía caminar con ellas. También
llevaba unos vaqueros azules y rotos y una camiseta con motas de colores. Pero
estaba mucho más limpio que cualquier mendigo que yo hubiese visto antes y no
parecía que hubiese pasado hambre en la vida.
Pedrito
se volvió a Mari y la preguntó si la importaría cocinar la gallina para el
forastero.
“¡Para colmo!” Mari puso el grito en el
cielo. Por un minuto creí que iba a darle un puñetazo en la nariz a Pedrito,
pues volvió a sacudir su frágil puño, esta vez peligrosamente cerca de las
napias del ladrón de la gallina.
“¿Por qué no vas al palacio, metomentodo, y
hurtas un faisán para tu protegido? No se darán cuenta de que falta. ¡Eres
muy valiente con la gente indefensa, Botepimienta!”
“No quiero problemas con el
sheriff,” aclaró Pedrito. “Nos llevamos bien. De hecho, me ha hecho llamar y he
de reunirme con él ahora en palacio. Te veré mañana, mujer
vecina. Disfruta de tu gallina, peculiar amigo.”
Yo no seguí a Botepimienta
al castillo porque tenía curiosidad por ver que pasaría con la gallina. Resultó
que no era el único que se preocupaba por su suerte.
“No
se altere, señora,” le dijo el extraño forastero amablemente a Mari. “No voy a
comer esta gallina. Nunca he comido un animal vivo. No podría apuñalarlo, o como
sea que haya que hacer para matarlo. Y no sabría que hacer
con las plumas. ¿Escupirlas? Mejor no. La aconsejo a usted que tampoco coma
esta gallina. No sé que es lo que hace que pongan huevos, pero si la mata, seguro que
no lo hará. Me ha dado usted una idea cuando le ha increpado a Botepimientos o
como se llame ese fulano que se acaba de ir al castillo. Palacio. Al palacio ha dicho usted, sí. Eso es lo que voy a hacer yo
también. Subiré allí y volveré con un gallo y unas cuantas gallinas y serán
suyas si me promete que no se comerá a ninguna que no haya muerto de vieja.
Veré de que más me puedo apoderar. Y no se preocupe por mí, que es seguro que volveré. Yo
no soy cualquiera.”
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