No tenía intención de
comérsela él mismo. Se la llevaba porque la pobre gallina, aterrada por todas
las amenazas de muerte que había escuchado, había defecado un poquito en la
manga de la camiseta de topos de colores que llevaba puesta el forastero que la
sujetaba. Al estar bajo el embrujo del puca, Alpin pensaba que este pequeño
excremento olía mejor que el perfume de las noches orientales, pues ahora sólo
le atraía lo sucio, podrido y apestoso, y se alejaba de cualquier cosa que no
estuviese mancillada o infecta. Pensaba que la gallina olía tan bien que estaba
encantado con ella y su subconsciente había decidido quedársela como mascota,
aunque todavía no estaba del todo enterado de su decisión.
Intrigada por Alpin, pues
nunca había conocido a alguien como él, temiendo un poco que fuese otro loco y
que le pasase algo horrible en el palacio y también temiendo que podría no
volver con lo prometido, Mari se atrevió a seguir al forastero colina arriba. Tras ella se
arrastraba su rebaño de hijos malnutridos, que todavía tenían suficiente vida
como para sentir curiosidad. Y tras ellos iba yo, preguntándome si algo de esto
me llevaría hasta Alpin.
El forastero impresionó a
los guardias de uniformes ridículos. Le tomaron por algún tipo de líder
espiritual y pudo llegar hasta la gran sala del Raca Rey, que estaba ocupado
disfrutando de una comida fastuosa que era el ensayo general de la cena que iba
a disfrutar en Nochebuena. Pedrito y el sheriff le
miraban mientras comía.
“Quiero dos docenas de
gallinas y un par de gallos, un saco de patatas, siete cebollas y ajos. Voy a
hacer una tortilla de patata. Necesitaré aceite de oliva y sal también. Puede
que se me ocurra algo más, pero empezad por traer lo que he pedido mientras
pienso. ¿A qué esperáis? ¡He dicho! ¿Queréis que me
coma todo lo que hay en esta gran mesa para demostrar que hablo en serio? Lo puedo hacer. Antes de que podáis parpadear.”
Entonces empecé a sospechar
que el extraño podría tener algo que ver con Alpin, aunque no acababa de caer
en que ese forastero era mi amigo.
Pero ya no era tan fácil
para Alpin devorar comida como lo hubiese sido de no estar bajo un embrujo. En
la mesa no había comida estropeada o pasada. Las ostras estaban fabulosamente
frescas y hasta los quesos azules no olían lo suficientemente mal como para
tentar al nuevo paladar de Alpin, que suspiró, aun así decidido a hacer un
esfuerzo y comer todo lo que pudiese. Pero una misteriosa voz, la misma que le
había seguido por el camino hasta tierra asolada, le dió un consejo. “¡Las langostas lo harán!¡Las langostas lo
harán! Deja hacer a las langostas.¡Langostas! ¡Langostas!”
Al principio Alpin pensó que
debía haber algún plato exótico con langosta en el menú, pero no tardó en darse
cuenta de qué iban aquellos susurros. Sacudió su cabellera flotante y las langostas
que anidaban en ella salieron volando y cayeron sobre la comida que había en la
mesa como una maldición bíblica.
Fue
el Sheriff del Bosque Sherbanano quien se percató del peligro que Alpin podría
suponer. Rasputín, pensó. Moisés y las plagas de Egipto. Ataque
alienígena. Todos habían precedido a la caída de regímenes.
Sin embargo, el Raca Rey no se había dejado
impresionar por el forastero.
“No pienso darte el agujero de una rosquilla,”
siseó, sonriendo cínicamente a pesar de lo claro que estaba que Alpin no
necesitaba que le diesen nada, Podía llevarse todo lo que le venía en gana.
“¡Cortadle la cabeza!” reía
el rey. “¡Nadie me amenaza! Cortadle la...”
Fue la primera vez que llegue a ver
grave violencia mortal.
Debido a la intervención del
sheriff, el Raca Rey se había convertido en un fantasma perplejo y descabezado.
Mientras vagaba por debajo de la mesa intentando encontrar su cabeza el sheriff
tomó a Pedrito del hombro.
“¡Jopeta!” exclamó
Pedrito, recuperando el habla. “¡Eso ha sido dramático!”
“Escucha, Pedrito,” dijo el sheriff,
“en este trono te sentarás, esta corona llevarás.”
El sheriff recogió la corona
del rey muerto, la sacudió un poco y se la puso a Pedrito, debajo de la boina.
“Sobre
todos mandarás. Pero lo que yo te diga que hagas, será mejor que lo hagas. ¡El rey ha muerto! ¡Larga vida al rey!”
Para entonces el difunto rey
había dado con su fantasmal cabeza. Se la puso como pudo y resultó que seguía
teniendo sólo una idea en ella.
“¡Tengo
manos!” exclamó. “Me lo puedo llevar todo conmigo. Tengo que llegar al cuarto
del tesoro antes que ellos.”
“¡Hacedor
de reyes!” gritó Pedrito, saludando al sheriff.
“Ni quito ni pongo reyes,”
dijo el sheriff, “pero mantengo la paz y hago cumplir la ley, porque para eso
me pago a mi mismo.”
El sheriff limpió su espada
con una esquina del mantel y la guardó en su vaina.
“El difunto rey quería
enfrentarse a este forastero,” dijo. “Y parecía que saldríamos muy mal parados
por eso. Debemos dar a nuestro visitante lo que pide mientras sea poco y de
este modo animarle a que se vaya cuanto antes de aquí. Pues
los santones son competencia para los gobernantes y en cuanto a los alienígenas,
cuanto más lejos estén en el espacio, mejor.”
Entonces el sheriff se
volvió a Alpin.
“Señor Forastero,” le dijo, “usted
ha visto lo que han cambiado las cosas aquí. Le vamos a dar a usted los pollos
y las patatas que ha pedido, y hasta ajo negro, si lo prefiere sin olor. En
cuanto a esta...dama...que le sigue, y que creo es la raíz del problema y a la
que presumo que usted quiere ayudar, pues la daré un empleo en mi cocina y sus
hijos no pasarán más hambre. Ya ve cómo hemos resuelto nuestros problemas aquí.
No necesitamos más de su ayuda. Mañana es Navidad y seguro que hay quien le
espera con ilusión en su hogar. Hemos llegado al final de esta historia y los
niños comerán las sobras de perdices de mi mesa en mi propia vajilla, que es
muy fina. Por favor, váyase por donde haya venido, o por donde quiera, pero váyase
ya. Adiós, adiós, sí, por ahí está la puerta.”
No le llevó ni un minuto al sheriff
darle a Mari todo lo que Alpin había pedido para ella.
Alpin se volvió hacia la
mujer y le dijo, “Si estás contenta con este trato, Mari, yo ya me puedo ir. Pero
si me necesitas, sólo tienes que cacarear, y vendré volando. Ya
te dije que yo no era cualquiera. Voy a llevarme a esta gallinita conmigo
porque tú ya tienes unas cuantas. Recuerda que no te las debes comer. Sólo sus huevos. Si haces eso, estarás bien. ¡A mi cabeza, mis galantes langostas! ¡Nos vamos de aquí!”
Yo
no sabía que pensar. Si el veinteañero peludo era Alpin, había hecho una acción
desinteresada por primera vez en su vida. Y
tenía una mascota a la que adoraba. No había quien le reconociese. Y por eso, no
le reconocí.
Mientras él forastero se iba dando saltitos primorosos
colina abajo, yo me manifesté ante Mari. Para que no se asustase, me identifiqué
como un amigo de su benefactor y la regalé dos recetas para que pudiese hacer
buen uso de las castañas que había en los castaños mágicos cercanos a su hogar.
Una era para harina de
castañas, con la que podría hacer pan de castañas. Esta
era una receta muy económica. La otra era una receta gourmet. Sabría hacer marrons
glacés. Ambas recetas eran deliciosas y siempre saldrían bien cuando ella las
cocinase.
Antes de irme la hice dos
preguntas.
La primera pregunta era por
qué los plátanos estaban todos congelados. Ella dijo que el Raca Rey vendía
toda la comida que su reino producía a extranjeros. Congelaba los plátanos para
que nadie se los comiese antes de que los pudiese vender. No vendía las
castañas porque no las veía. Ella misma no las había visto nunca hasta que yo
las había hecho visibles para ella. La dije que a partir de entonces podría ver
cosas que los demás nunca verían. Siempre podría ver y coger las castañas y
utilizarlas, pero tenía que ser razonable en cuanto a lo que se llevaba del
bosque. “Mientras cojas lo justo y no se entere ningún mortal de que tienes
acceso a los castaños del bosque mágico, todo ira bien,” le dije.
La segunda pregunta que le
hice era que si había visto a otro ser extraño pululando por ahí ese día. Se trataba de un niño como yo. Me dijo que no había visto a nadie más
que a mi y al forastero benefactor. Entonces decidí seguir al forastero. Como parecía
ser uno de nosotros, tal vez él hubiese visto a Alpin. Pero yo tenía que ser
cauteloso. No todas las hadas son amables.
Mientras me iba, pensé que
Mari tal vez estuviese un poco mejor de lo que estaba antes de tratar con
nosotros. Pero Alpin y yo habíamos hecho algo que no
debimos hacer a la ligera. Habíamos interferido en la vida de los mortales.
Dicen que trae mala suerte y que nos roba la capacidad para ser felices. Con el tiempo,
se vería si Pedrito mejoraba las condiciones de vida de su gente o no. Mientras
tanto, yo me fui colina abajo, persiguiendo al hombre mágico por si me pudiese
ayudar a encontrar a Alpin.
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