Se estaba poniendo el sol cuando
Alpin llegó al vertedero de la ciudad mortal y los rayos del sol danzaban sobre
la basura, haciendo que destellase y Alpin pensó que eso era precioso y que
había alcanzado la gloria. No había música celestial, pero los hedores le
traspusieron, y pensó que aquello era mas exquisito que el olor de la santidad,
que casi siempre es de pétalos de rosa. Por un momento permaneció absorto en
sus sensaciones olfativas, y cuando salió del trance, se preguntó si este era
aún el mismo siglo, incluso el mismo milenio, por que sentía que había probado,
o mejor dicho olido, la eternidad.
Entonces se le ocurrió a Alpin
que no sólo existía la eternidad, sino también la infinidad, y que esta última
estaba ahí yaciendo ante él, pues no parecía haber fin a la basura amontonada
allí. Sintió hambre y se puso a buscar algo que le apeteciese comer. Primero, y
a pesar de todo lo que había allí, peleó con una rata por medio perrito
caliente, ya mordisqueado. La rata le mordió el dedo, pero el ganó la pelea. Y
en un gesto de victoria, sacudió su larga cabellera flotante, soltando a las langostas que también se pusieron a
festejar allí. Delicadamente, lentamente, muy distintamente de cómo solía
hacerlo, Alpin se puso a comer. Pero sus langostas se tiraban como fieras a
todo lo que veían y eso fue lo que decidió a pequeñas criaturas, más peligrosas
que la rata, a declarar la guerra al intruso.
Lo hicieron utilizando
agujas de jeringas deshechadas, cristales de botellas rotas, chinchetas y clips
para papel que habían convertido en lanzas. No eran ni ratas, ni gusanos, ni
insectos, ni palomas agresivas, aunque algunos atacaban montados en tales palomas
y en otros bichos alados. Era una nueva clase de alimaña, pequeña pero
terrible, y con la habilidad de hablar nuestro idioma.
“¡Fuera de nuestro territorio!” gritaban con voces que sonaban a
zumbidos. “¡Este vertedero está ocupado! ¡Esta basura tiene dueños! ¡Nosotros!
¡Has invadido una reserva de basuritas!”
“¿Sois...?”
exclamó Alpin. “¡No me lo puedo creer! ¡Sois
hadas! ¿Pero qué en el mundo feérico podéis estar haciendo revoloteando como
moscas entre basura?”
“¡Eh!” gritaron al
unísono, juntando sus voces para que se les oyese mejor. “Ni te atrevas a
pensar que eres mejor que nosotros. Tú estas rebuscando entre la basura
también. ¿Has venido a instalarte aquí? ¡No puedes
hacerlo! Somos demasiados y todavía tenemos que recibir a las hadas de los árboles
de Navidad descartados. Tienen prioridad. Además, eres demasiado grande, y tú y tus langostas coméis demasiado. ¡Vete! ¡Sí, tú y tus voraces mascotas! ¡Largo de aquí!”
Temeroso de que hiciesen
daño a sus compañeras, Alpin llamó a las langostas que retornaron a su pelo. Entonces
se sentó en una rueda pinchada para parlamentar. Resultó que aquellas hadas
diminutas eran parte de la
Comunidad de Amigos de los Vertederos, una asociación mundial. Habían llegado hasta allí cuando las plantas en las que vivían en
los bosques o defendían en los parques y jardines habían sido arrancadas de la
tierra y convertidas en basura. Algunas simplemente estaban tumbadas en una
hoja caída que había sido su lecho cuando un basurero las había succionado con
su aspiradora. Sí, habían seguido a sus hogares y negocios al vertedero, y no
sabiendo a donde ir desde allí, se habían quedado para construir un nuevo hogar
en ese lugar insalubre.
“¿No sabéis que existe un
lugar llamado Isla Manzana?” dijo Alpin. “¿Es
que no os admiten allí?”
“Somos
beligerantes y estamos llenos de ira. Queremos destruir a los
mortales y a cualquiera que les defienda. Las hadas de Isla Manzana sólo
quieren soñar con la paz y la prosperidad. Tú
no pareces un hada de bosque. Apostamos a que eres una de las hadas pijas de esas
casas molonas de la isla.”
“Mi
casa no está en la isla. Está junto a un bosque que existe entre nuestro
mundo y el de los mortales. Lo llaman El Bosque Triturado.”
Resultó que algunos de los
basuritas tenían parientes entre los hojitas del Bosque Triturado. Se
emocionaron y preguntaron a Alpin si conocía a esos parientes, y como el mundo
es un pañuelo, resultó que el hojita Malcolfus tenía montones de parientes y
amigos allí.
“Nunca he sentido mucho
interés por hacer amistad con las hadas pequeñuelas de ahí. Pero tengo un amigo que las conoce muy bien, sobre todo a un hada
diminuta, curiosona y ruidosilla llamada Vincentius. Vicentico, le dicen.”
Mientras
Alpin hablaba, yo llegaba al vertedero. Abrumado por el olor, me
quede a la entrada, habiendo visto al hombre que resultaba ser Alpin y deseando
que me viese a mí y saliese para dialogar.
“¡Eh!” exclamó Alpin,
fijándose en mí. “¡Qué
casualidad! Mirad allí. Ese es el amigo del que
hablaba. Ahí le tenéis, batiendo las alas y saltando para llamar mi atención. Él os puede contar más sobre los hojitas. Apuesto que me está buscando. ¿Por qué si no
iba a venir hasta aquí? ¡Eh, Arlín! Tú quizás no me reconozcas,
pero yo a ti sí. ¡Soy yo, Alpin! ¡Estoy
bajo un embrujo del puca! Créeme, amiguito. Este soy soy ahora. Ven para acá y cuéntale a estos
vecinos barriobasureros todo lo que sabes de los hojitas del Bosque Triturado.”
Una vez que se me pasó el
susto de ver a Alpin tan transformado, les hablé a los autodenominados basuritas
sobre los hojitas. Como he dicho antes, había una tribu entera de parientes de
Malcolfus allí. Antes de que pudiese marchar del vertedero llevándome a Alpin
de allí, prometí que volvería para una cena posnavideña. La Pos-Navidad era la
estación festiva en el vertedero, porque entonces se llenaba de toda clase de
basura, alguna muy valiosa para los basuritas. También llegaban nuevos miembros
a los que había que acoger y dar la bienvenida.
Alpin había perdido su
sentido de la dirección, pero yo le tomé del brazo y le conduje hasta la casa
de sus padres, donde su pobre madre se desmayó al ver la versión adulta de su
hijo de pie en su cocina, diciendo que prefería no participar en la cena de
Nochebuena que ella había preparado con tanto cariño y esmero, y que esperaría
a que todos hubiesen terminado de cenar para comer las sobras una vez que
estuviesen en el cubo de la basura.
Cuando la Señora Dulajan volvió
en sí, hizo falta todo lo que su esposo, sus hijas gemelas y yo pudimos hacer
para retenerla y evitar que saliese volando en busca de su sobrino Garth, el puca, con intención de hacerle picadillo para rellenar el pavo de tofu que
pensaba preparar para el día de San Esteban.
“No sabemos donde celebra la Navidad ,” dijo el Tío
Ernesto. “Ni siquiera sabemos si la celebra. No puedes salir como loca para ir
de puerta en puerta interrumpiendo cenas de Nochebuena para causar un incidente
sangriento con esos cuchillos de cocina en una noche como esta.”
“¡Ese estará bajo su
puente como siempre!” gritó la Señora Dulajan. “¿Dónde iba estar ese rufián? ¿Quién iba a querer a ese en su mesa?”
Yo sabía que Garth estaba
cenando con Michael y Fergus y los demás O’Tooras, pero me mordí la lengua y cerré la
boca herméticamente. Es muy difícil no darle a la Señorita Aislene lo
que ella quiere, pero era en su interés que me callase y me callé.
Llegó Darcy el Guapo y
decidió utilizar su don y pedir a su madre que no saliese esa noche y que
sirviese la cena de Nochebuena a su familia en vez. Como nadie le puede decir
que no al Hombre Oscuro, ella hizo justamente eso, aunque no dejaba de suspirar
y de vez en cuando se la escapaba una lagrima, todo hay que decirlo.
Así que los Dulajan iban a
poder cenar con relativa tranquilidad esa Nochebuena, y el benjamín de la
familia se sentaría a la mesa a pesar de que iba a esperar para comer las
sobras en el cubo de la basura debido a la aversión que sentía hacia la comida
limpia. Y yo por fin era libre de partir para Isla Manzana y cenar con mi
familia allí. Mientras volaba hacia allí, no podía evitar pensar lo fáciles que
eran las cosas cuando la gente escucha la voz de la razón. Por razón me refiero
no sólo a voces como la de Darcy sino también a las de los Faunos Espina o a las de los hojitas, cuando advirtieron a Alpin que no comiese las zarzamoras de noviembre.
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