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miércoles, 15 de abril de 2020

149. La Comunidad de Amigos de los Vertederos


Se estaba poniendo el sol cuando Alpin llegó al vertedero de la ciudad mortal y los rayos del sol danzaban sobre la basura, haciendo que destellase y Alpin pensó que eso era precioso y que había alcanzado la gloria. No había música celestial, pero los hedores le traspusieron, y pensó que aquello era mas exquisito que el olor de la santidad, que casi siempre es de pétalos de rosa. Por un momento permaneció absorto en sus sensaciones olfativas, y cuando salió del trance, se preguntó si este era aún el mismo siglo, incluso el mismo milenio, por que sentía que había probado, o mejor dicho olido, la eternidad.


Entonces se le ocurrió a Alpin que no sólo existía la eternidad, sino también la infinidad, y que esta última estaba ahí yaciendo ante él, pues no parecía haber fin a la basura amontonada allí. Sintió hambre y se puso a buscar algo que le apeteciese comer. Primero, y a pesar de todo lo que había allí, peleó con una rata por medio perrito caliente, ya mordisqueado. La rata le mordió el dedo, pero el ganó la pelea. Y en un gesto de victoria, sacudió su larga cabellera flotante, soltando a  las langostas que también se pusieron a festejar allí. Delicadamente, lentamente, muy distintamente de cómo solía hacerlo, Alpin se puso a comer. Pero sus langostas se tiraban como fieras a todo lo que veían y eso fue lo que decidió a pequeñas criaturas, más peligrosas que la rata, a declarar la guerra al intruso.

Lo hicieron utilizando agujas de jeringas deshechadas, cristales de botellas rotas, chinchetas y clips para papel que habían convertido en lanzas. No eran ni ratas, ni gusanos, ni insectos, ni palomas agresivas, aunque algunos atacaban montados en tales palomas y en otros bichos alados. Era una nueva clase de alimaña, pequeña pero terrible, y con la habilidad de hablar nuestro idioma.



¡Fuera de nuestro territorio!” gritaban con voces que sonaban a zumbidos. “¡Este vertedero está ocupado! ¡Esta basura tiene dueños! ¡Nosotros! ¡Has invadido una reserva de basuritas!”

“¿Sois...?” exclamó Alpin. “¡No me lo puedo creer! ¡Sois hadas! ¿Pero qué en el mundo feérico podéis estar haciendo revoloteando como moscas entre basura?”


“¡Eh!” gritaron al unísono, juntando sus voces para que se les oyese mejor. “Ni te atrevas a pensar que eres mejor que nosotros. Tú estas rebuscando entre la basura también. ¿Has venido a instalarte aquí? ¡No puedes hacerlo! Somos demasiados y todavía tenemos que recibir a las hadas de los árboles de Navidad descartados. Tienen prioridad. Además, eres demasiado grande, y tú  y tus langostas coméis demasiado. ¡Vete! ¡Sí, tú y tus voraces mascotas! ¡Largo de aquí!”

Temeroso de que hiciesen daño a sus compañeras, Alpin llamó a las langostas que retornaron a su pelo. Entonces se sentó en una rueda pinchada para parlamentar. Resultó que aquellas hadas diminutas eran parte de la Comunidad de Amigos de los Vertederos, una asociación mundial. Habían llegado hasta allí cuando las plantas en las que vivían en los bosques o defendían en los parques y jardines habían sido arrancadas de la tierra y convertidas en basura. Algunas simplemente estaban tumbadas en una hoja caída que había sido su lecho cuando un basurero las había succionado con su aspiradora. Sí, habían seguido a sus hogares y negocios al vertedero, y no sabiendo a donde ir desde allí, se habían quedado para construir un nuevo hogar en ese lugar insalubre.

“¿No sabéis que existe un lugar llamado Isla Manzana?” dijo Alpin. “¿Es que no os admiten allí?”

“Somos beligerantes y estamos llenos de ira. Queremos destruir a los mortales y a cualquiera que les defienda. Las hadas de Isla Manzana sólo quieren soñar con la paz y la prosperidad. Tú no pareces un hada de bosque. Apostamos a que eres una de las hadas pijas de esas casas molonas de la isla.”

“Mi casa no está en la isla. Está junto a un bosque que existe entre nuestro mundo y el de los mortales. Lo llaman El Bosque Triturado.”

Resultó que algunos de los basuritas tenían parientes entre los hojitas del Bosque Triturado. Se emocionaron y preguntaron a Alpin si conocía a esos parientes, y como el mundo es un pañuelo, resultó que el hojita Malcolfus tenía montones de parientes y amigos allí.

“Nunca he sentido mucho interés por hacer amistad con las hadas pequeñuelas de ahí. Pero tengo un amigo que las conoce muy bien, sobre todo a un hada diminuta, curiosona y ruidosilla llamada Vincentius.  Vicentico, le dicen.”

Mientras Alpin hablaba, yo llegaba al vertedero. Abrumado por el olor, me quede a la entrada, habiendo visto al hombre que resultaba ser Alpin y deseando que me viese a mí y saliese para dialogar.

“¡Eh!” exclamó Alpin, fijándose en mí. “¡Qué casualidad! Mirad allí. Ese es el amigo del que hablaba. Ahí le tenéis, batiendo las alas y saltando para llamar mi atención. Él os puede contar más sobre los hojitas. Apuesto que me está buscando. ¿Por qué si no iba a venir hasta aquí? ¡Eh, Arlín! Tú quizás no me reconozcas, pero yo a ti sí. ¡Soy yo, Alpin! ¡Estoy bajo un embrujo del puca!  Créeme, amiguito. Este soy soy ahora. Ven para acá y cuéntale a estos vecinos barriobasureros todo lo que sabes de los hojitas del Bosque Triturado.”

Una vez que se me pasó el susto de ver a Alpin tan transformado, les hablé a los autodenominados basuritas sobre los hojitas. Como he dicho antes, había una tribu entera de parientes de Malcolfus allí. Antes de que pudiese marchar del vertedero llevándome a Alpin de allí, prometí que volvería para una cena posnavideña. La Pos-Navidad era la estación festiva en el vertedero, porque entonces se llenaba de toda clase de basura, alguna muy valiosa para los basuritas. También llegaban nuevos miembros a los que había que acoger y dar la bienvenida.    

Alpin había perdido su sentido de la dirección, pero yo le tomé del brazo y le conduje hasta la casa de sus padres, donde su pobre madre se desmayó al ver la versión adulta de su hijo de pie en su cocina, diciendo que prefería no participar en la cena de Nochebuena que ella había preparado con tanto cariño y esmero, y que esperaría a que todos hubiesen terminado de cenar para comer las sobras una vez que estuviesen en el cubo de la basura.

Cuando la Señora Dulajan volvió en sí, hizo falta todo lo que su esposo, sus hijas gemelas y yo pudimos hacer para retenerla y evitar que saliese volando en busca de su sobrino Garth, el puca, con intención de hacerle picadillo para rellenar el pavo de tofu que pensaba preparar para el día de San Esteban.

“No sabemos donde celebra la Navidad,” dijo el Tío Ernesto. “Ni siquiera sabemos si la celebra. No puedes salir como loca para ir de puerta en puerta interrumpiendo cenas de Nochebuena para causar un incidente sangriento con esos cuchillos de cocina en una noche como esta.”

“¡Ese estará bajo su puente como siempre!” gritó la Señora Dulajan. “¿Dónde iba estar ese rufián? ¿Quién iba a querer a ese en su mesa?”

Yo sabía que Garth estaba cenando con Michael y Fergus y los demás  O’Tooras, pero me mordí la lengua y cerré la boca herméticamente. Es muy difícil no darle a la Señorita Aislene lo que ella quiere, pero era en su interés que me callase y me callé.

Llegó Darcy el Guapo y decidió utilizar su don y pedir a su madre que no saliese esa noche y que sirviese la cena de Nochebuena a su familia en vez. Como nadie le puede decir que no al Hombre Oscuro, ella hizo justamente eso, aunque no dejaba de suspirar y de vez en cuando se la escapaba una lagrima, todo hay que decirlo.

Así que los Dulajan iban a poder cenar con relativa tranquilidad esa Nochebuena, y el benjamín de la familia se sentaría a la mesa a pesar de que iba a esperar para comer las sobras en el cubo de la basura debido a la aversión que sentía hacia la comida limpia. Y yo por fin era libre de partir para Isla Manzana y cenar con mi familia allí. Mientras volaba hacia allí, no podía evitar pensar lo fáciles que eran las cosas cuando la gente escucha la voz de la razón. Por razón me refiero no sólo a voces como la de Darcy sino también a las de los Faunos Espina o a las de los hojitas, cuando advirtieron a Alpin que no comiese las zarzamoras de noviembre.


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