“Si tú no me hubieses pedido
que yo no le pidiese al puca que reconvirtiese a Alpin, yo misma se lo hubiera
pedido y no te lo pediría a ti,” repuso la Sra. Dulajan. “Y por si no fuese
suficiente, también le has pedido a tu padre que no le pida lo mismo a ese
malhechor. Lo único que podemos hacer ahora es pedirte a ti que arregles este
entuerto, pidiéndole al puca imbécil ese que restaure la niñez de Alpin. Y no nos pidas que
no te pidamos que le pidas eso al puca. En realidad tú eres el pedidor más
indicado porque nadie te puede decir que no, y nadie incluye a ese criminal.”
Darcy dijo que la había dicho
mil veces que no podía pedir al puca que deshiciera un hechizo que había tenido
todo el derecho a hacer. Garth tenía que proteger el
bosque. Era su propósito en la vida. Y todas las hadas sabían que lo que el
bosque producía de noviembre a junio era propiedad de las criaturas del bosque.
Y Alpin había sido advertido tres veces, por el mismo puca, por los hojitas, y
por los faunos. Sabía perfectamente que no debía comer las bayas mancilladas pero
no obstante lo hizo. No había quien le pudiese defender.
“¿Cómo puedes condonar el
envenenamiento de la fruta de un bosque público?” insistió la Señora Dulajan. “Garth
no es tan inocente como tú le haces parecer. Ha
robado la niñez de mi hijo. Todos saben que es un bárbaro burdo y ordinario. Su reputación
es pésima, y nadie le quiere. Tiene que haber alguna manera de usar eso en
contra de él.”
“Garth en realidad no ha
envenenado a Alpin,” intervino el Tío Ernesto. Al temible Cochero de La Muerte le daba algo de
miedo contradecir a su mujer, pero sentía que debía expresar su parecer. “Alpin
está sano y salvo, sólo se le ve más mayor y más peludo. Por primera vez desde
su nacimiento los vecinos nos hablan. Él ya no les roba la comida. Ahora hace
desaparecer su basura.”
“¿Los vecinos? Esos
hipócritas me traen bolsa llenas de sus porquerías para alimentar a mi hijo. ¡Lo hacen para humillarme!”
“¿He mencionado que el
comité de mantenimiento del vecindario quiere darme una medalla por embellecer
el barrio?”dijo Alpin.
“Por una vez en mi vida soy
útil,” dijo Alpin. “Y ella se avergüenza de mí.”
Yo
asentí y dije, “Alpin, crees que podría haber más bayas mancilladas en el
bosque? Es la mitad del invierno así que supongo que no, pero necesito algunas
desesperadamente.”
“Mira en los cubos de basura de un supermercado
humano. Ahí hay basura de todas clases todo el año.”
“Verás, es por los
basuritas,” le expliqué. “¿Te acuerdas de que me invitaron a cenar con ellos
después de Navidad? He estado posponiendo esa cena durante más de un mes. Se supone que vamos a comer
productos hallados en el vertedero.”
“¡Qué suerte tienes!” dijo Alpin.
“¡Ojalá me hubiesen invitado a mí!”
“¡Ojalá el honor hubiese
sido tuyo! Me encantaría que me sustituyeses, pero me temo que no podrá ser. No
sé cómo voy a poder solucionar este entuerto, Alpin. Soy
muy aprensivo y algo hipocondríaco. Sé que los gérmenes rara vez tienen poder
para afectar a las hadas, pero yo tengo problemas que las hadas normales no
tienen. Como mis alergias.”
Le confié
estremeciéndome que bajo ningún concepto
quería ofender a los basuritas. Así que estaba aterrado de no poder controlar
la repugnancia que me producía sentarme a su hospitalaria mesa. Inmediatamente me arrepentí de haber dicho eso. No quería ser grosero ni
al describir mi problema.
“Se me ha ocurrido que si yo
pudiese forzarme a comer una de esas zarzamoras contaminadas, sólo una, mis
gustos podrían cambiar un poquito y tal vez podría comer cosas podridas sin
hacer un feo a nadie.”
Alpin
sacudió la cabeza. “Una mora podría sólo hacerte perder el sentido de
la dirección. O te podría crecer una barba al comerla. O
incluso podría ocurrirte algo inesperado y no deseado. Tal vez
deberías hablar con Garth en persona. Él debe saber más que nadie sobre los
efectos de sus embrujos.”
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