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sábado, 25 de abril de 2020

18. Formas de aprender


Un día, Glorvina y Michael y sus alumnos y Alpin y yo estábamos paseando por el Bosque Triturado cuando escuchamos a alguien gritar pidiendo socorro. Decididos a socorrer a quien fuese, volamos al lugar del que nos parecía que venían los gritos. ¿Y a quién nos encontramos ahí? Pues nada menos que al primer ministro Binky. Y sí, necesitaba ayuda.
      

Como observó Alpin, el Sr. Binky parecía Gulliver. Estaba tumbado en el suelo, sobre hojas caducas y atado con una enorme liana enrollada desde su cuello hasta sus tobillos. Saltando a su alrededor como salvajes estaban los Hojuela, una familia de hojitas, apuntándole con pequeñas espinas que obtienen de plantas espinosas para utilizar como armas.

No sé si he descrito antes a los hojitas. Son tribus de hadas muy pequeñas, muy antiguas, espíritus del bosque que suelen tomar la forma de hojas, frutas o flores. Son seres muy generosos, aunque hay quien dice que son así porque nada tienen. Su única ambición es que la flora y la fauna de un bosque perdure para siempre, y dedican todos sus esfuerzos a cuidar de su habitat.   

“¿Qué significa esto?” preguntó Michael, tan sorprendido como cualquiera de nosotros.

                         
“Se ha vuelto traidor y unido a las fuerzas del mal,” explicaron los Hojuela. “Así que le hemos tenido que reducir.”

“Tonterías,” dijo Michael. “Binky puede ser un plasta pero no es malvado.Soltadle inmediatamente.”

               
“De ninguna manera,” insistieron los hojitas. “Quiere implantar la educación obligatoria para todos los xi. Quiere forzarnos a ir a la escuela.”

Los shi o los Sidhe, somos las hadas, los fay o seres feéricos.

“Seguro que habéis entendido mal,” dijo Michael. “Las hadas no vamos a la escuela. ¿No es así? ¿Qué tienes que decir en tu defensa, Mungo?”

“Estoy contratando maestros. ¿Necesitas un empleo?”

La respuesta del Sr. Binky provocó una tormenta de airadas protestas por parte de los hojitas. Tuvo suerte de que no le lanzasen más que insultos.

                      
“Dice que somos ignorantes y racistas porque no dejamos a los mortales quedarse con nuestros hogares aquí en el bosque. Dice que estaremos igual de contentos viviendo en los vertederos a los que nos van a mandar. Sólo es cuestión de aprender a adaptarse. Eso dice.”

Y empezaron a protestar con su voces chirriantes pero potentes.


“¡Mejor muertos que mortales! ¡Mejor muertos que mortales! ¡Mejor muertos que mortales!” cantaban los hojitas.

“¿Escuchas lo que están diciendo estos salvajes?” el Sr.Binky le preguntó a Michael.

Los hojitas en realidad son más civilizados que casi cualquiera, pero la verdad es que es fácil que parezcan salvajes porque saben muy poco sobre otros mundos que no sean el suyo. Y la verdad es que tampoco les interesa aprender.   

“¿A quién te atreves a llamar salvajes? No lo somos. Somos valientes. Y vamos a pelear por nuestros derechos. Y no somos brutos ignorantes. Aunque en este mundo, y gracias a gente como tú, el que nace bruto nace graduado.”  

“Mungo, la verdad es que las hadas jamás han ido a la escuela,” intervino Michael. “Aprendemos de nuestros padres, de amigos, de quienes nos rodean. De la experiencia, o de maneras especiales. Yo he aprendido mucho viajando. Y en la biblioteca de mi padre. A mi padre le gusta fingir que es ignorante, porque así se defiende mejor. Pero en realidad ha leído y lee muchísimo. Es un criptobibliófilo.”

“Pues yo,” insistió el  Sr. Binky, defendiendo sus ideas a pesar de lo incómoda que era su posición física, “he asistido a escuelas. Sí, en plural. Las mejores del mundo. Y a universidades. Oxford, Harvard, Berkeley, Lumumba, Upsala... nombra una y te confirmaré que he estado ahí, invisible, pero escuchando cada palabra que decían los profesores.”

                               
“Bah!” dijo Malcolfus, el más anciano de la tribu de los Hojuela. “Una perdida de tiempo.”

“Los que estudian a propósito son los que acaban por unirse a las fuerzas del mal. Quieren controlarnos a todos, como los mortales,” escupieron los hojitas, “en lugar de hacer simplemente lo que es mejor para todos.”

“Puede que me equivoque, pero debo decir que pasar por todas esas universidades no te ha aportado nada bueno, Mungo. Sólo te ha enseñado a complicar las cosas. En realidad son muy sencillas,”dijo Michael. Como la mayoría de las hadas buenas, sólo creía en escuchar al corazón.

“Los humanos existen,” insistió el Sr. Binky. “Nos guste o no. Y si no vamos a destruirlos, tendremos que comprenderlos. La educación es la única defensa si renunciamos a la violencia.”

“¿Tú que crees, Glorvina?” Michael preguntó a la banshi.

“No estoy segura. Sólo puedo decir que debo la mayor parte de lo que sé a haber merendado con mis primas escocesas. Recibí mi educación formal tomando un té y emparedados de salmón. Estaban muy buenos, por cierto. Llevaban también queso crema y tomate y cebolla. Es que mis primas son las celosas guardianas de un salmón de la sabiduría. Se llama MacMor. Eso significa Hijo del Mar.”

“¿Estás diciendo que te comiste a la mascota de tus primas?” preguntó Alpin asombrado. “¡Ni yo haría eso! O por lo menos creo que no.”

“Los salmones de la sabiduría son criaturas fabulosas. Te los comes hoy y mañana están nadando en su habitat como si nada les hubiese pasado. Hay muy pocos, y son difíciles de cuidar. Hay que alimentarles con avellanas de unos avellanos muy especiales.Y hay que vigilarles sin quitarles el ojo de encima. Además de ser muy escurridizos, puede que alguien intente secuestrarlos.”

“Glorvina, me encantaría conocer a tus primas,” dijo el Sr. Binky. “¿Podrías organizar un encuentro?”
     
                                                         

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