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sábado, 25 de abril de 2020

19. Las Hermanas Sabias



Al día siguiente, por la tarde, Glorvina saco una gran mesa redonda de hierro forjado a su jardín. Estábamos a finales de noviembre y hacía bastante frío, pero el tiempo alrededor de la mesa era como el de mediados de primavera. Así que se podía tomar el té ahí fuera cómodamente. Eso era precisamente lo que Glorvina pensaba hacer con sus primas y con el Sr. Binky. Había invitado a los cuatro para que pudiesen charlar sobre educación.

Mi madre me había dicho que siguiese al Sr. Binky y averiguase en que acababa este encuentro y luego la informase de esto a ella. Me daba vergüenza asistir al té sin una invitación, así que llegué temprano para poder esconderme donde no resultaría ser ni molesto ni conspicuo.  Encontré un lugar desde el cual podía observarlo todo junto a la valla del jardín, entre unos acebos. Me encogí a la talla más pequeña que puedo y me senté en una hoja, camuflado por un par de relucientes bayas rojas.

A las cinco en punto una niebla húmeda descendió sobre el jardín, mojándome a mí al igual que a todo lo que había en los alrededores. Una niebla meona es lo que llaman a este tipo de fenómeno en La Mancha. Cuando aclaró un minuto después, la vegetación alrededor de la mesa había cambiado un poco. Ahora la mesa estaba rodeada de avellanos y el suelo cubierto de sus hojas y frutos. Hacía un poco más de frío por la humedad, pero todavía se podía merendar fuera.

Tres damas con el pelo rosa ahora estaban a punto de sentarse a la mesa. Glorvina las saludó, llamando a cada una por su nombre. Los nombres que pronunció fueron Sabática, Espiridula y Luxviminda. 

Sabática era la que más parecía una maestra, formal y algo estirada, daba aspecto de estar en control siempre, con su pelo de color fucsia bien peinado, una boca prieta y gafas prominentes. En sus brazos cargaba un westie blanco y menudo pero gordito. Glorvina también saludó al perrito y me enteré de que se llamaba Wuf MacTecla.  

Espiridula tenía el pelo largo y liso, cada cabello de un tono de rosa distinto y los más oscuros hacían que en parte casi pareciese negro. Era una mujer con aspecto de amable, con una voz queda y un ligero aire de tristeza. Empujaba un carrito con una pequeña tele portátil  Colocó el carro junto a su asiento, dio una palmadita cariñosa a la tele y la retuvo junto a ella durante toda la merienda.

El pelo de Luxviminda era de un rosa pálido, como un tono pastel de coral. Uno de sus clarísimos ojos azules vagaba nerviosamente por todas partes mientras que el otro permanecía clavado en una pecera redonda en cuyo interior nadaba un pez brillante y regordete. Este era MacMor, el salmón de sabiduría de las hermanas.

Y ahora os pediré que perdonéis mi escocés, pues no tengo ni idea de como se habla, pero intentaré reproducir lo que decían las hermanas tal y cómo me sonó a mí.

“Glorvina! Hoo are ye daein like?” Al decir esto debían estar preguntando a Glorvina cómo estaba.

Brawlie! O sea, fenomenal. Os llamé porque Mungo Binky necesita consultaros.”

“Whit’s he on aboot noo?” Creo que preguntaban en qué andaba ahora el primer ministro. 

“Educación.”

Pero antes de que Glorvina pudiese decir más, el ojo merodeador de Luxviminda se fijó en mí.

Me preguntó, o al menos eso creo que hizo, cuál era la razón por la que yo miraba tanto a su pez.

“No soy un peligro para él,” la dije enseguida, asegurándola que no pensaba hacer ningún daño al salmón. Yo era tan pequeño en ese momento que era más probable que el pez me comiese a mí que yo a él. “Estoy aquí para espiar al Sr. Binky. Y está claro que no se me da muy bien, por lo menos lo de pasar desapercibido. ¿Les importa?”

A la mayoría de las hadas de los bosques no les molesta que las espíe cualquiera que no sea humano. Esto es porque los bosques están repletos de testigos siempre presentes, como los pájaros, los insectos, y muchas clases de espíritus, de modo que casi nunca están totalmente solas. Pero otros tipos de hadas pueden ser quisquillosas y ofenderse si las observan.

Afortunadamente para mí, Glorvina me presentó a sus primas e insistió en que me sentase con ellas y tomase un taza caliente de té negro y pan de mantequilla escocés, de ese al que llaman puntillas de enaguas. Así que no fui fusilado al amanecer, como les suele suceder a los espías cuando son descubiertos.




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