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sábado, 25 de abril de 2020

22. Medicina clásica

Llegó diciembre, y casi todos los que disfrutaban paseando por el frío bosque invernal habían cogido un trancazo.

El fantasma romano Nauta,  que solía manifestarse  en tonos azules y verdosos como las aguas en las que se había ahogado, ahora mostraba una nariz tan roja como una langosta hervida. Pero no había perdido su buen humor y cuando Alpin le preguntó que pensaba hacer con esa narizota, empezó a contarle historias sobre la medicina en Grecia y Roma.

Dijo que el dios de la medicina era un tipo llamado Esculapio, en griego Asclepio. Él y sus hijos estaban muy unidos y les gustaba trabajar en equipo. Dos de sus hijas eran especialmente famosas. Higía enseñaba a la gente a prevenir la enfermedad con higiene y una buena dieta. Panacea era la patrona de los farmacéuticos. Producía las medicinas que curan a los enfermos. El hijo menor de Asclepio era un niño eterno llamado Telesforo. Era el dios de la convalecencia. Siempre iba muy abrigadito, con la cabeza bien tapada, para no recaer.

Nauta le dijo a Alpin que cuando los griegos estaban gravemente enfermos acudían a centros terapéuticos llamados asclepeiones. Eran en parte hospitales y en parte santuarios. Allí, la gente rezaba para que los dioses les curasen, y al mismo tiempo recibían tratamiento prescrito por médicos. Puesto que muchas de estas personas venían de muy lejos, había dormitorios enormes donde podían pasar la noche todos juntos. Por estas habitaciones perros y serpientes andaban sueltos, porque se pensaba que ayudarían a los enfermos a curarse. El veneno de las serpientes se utilizaba para fabricar medicamentos y los perros lamían las heridas de los pacientes porque se suponía que su saliva las ayudaba a cicatrizar.

Nauta también dijo que el gallo era el animal favorito de Asclepio, y aún hoy es el símbolo de los médicos, que lo comparten con Apolo, dios del sol y padre de Asclepio.

Alpin se excitó muchísimo cuando oyó todo esto y empezó a exigir que le llevasen directamente a un asclepeion. No se sentía mal y no tenía catarro. Quería jugar con los perritos y beberse el veneno de las serpientes y probar las medicinas de Panacea para comprobar si eran realmente tan repugnantes como se imaginaba.
 
Para que dejase en paz a Nauta, Michael, que también tenía un catarro, envió a Alpin a hacer un recado. Dijo que la Panacea del mundo de las hadas era un apotecario galés llamado Henbeddestyr Parry. Y Alpin partió para su apoteca portando una lista de cosas que debía comprar ahí.

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