El fantasma romano Nauta, que solía manifestarse en tonos azules y verdosos como las aguas en
las que se había ahogado, ahora mostraba una nariz tan roja como una langosta
hervida. Pero no había perdido su buen humor y cuando Alpin le preguntó que
pensaba hacer con esa narizota, empezó a contarle historias sobre la medicina
en Grecia y Roma.
Dijo que el dios de la
medicina era un tipo llamado Esculapio, en griego Asclepio. Él y sus hijos
estaban muy unidos y les gustaba trabajar en equipo. Dos de sus hijas eran
especialmente famosas. Higía enseñaba a la gente a prevenir la enfermedad con
higiene y una buena dieta. Panacea era la patrona de los farmacéuticos.
Producía las medicinas que curan a los enfermos. El hijo menor de Asclepio era
un niño eterno llamado Telesforo. Era el dios de la convalecencia. Siempre iba
muy abrigadito, con la cabeza bien tapada, para no recaer.
Nauta le dijo a Alpin que
cuando los griegos estaban gravemente enfermos acudían a centros terapéuticos
llamados asclepeiones. Eran en parte hospitales y en parte santuarios. Allí, la
gente rezaba para que los dioses les curasen, y al mismo tiempo recibían
tratamiento prescrito por médicos. Puesto que muchas de estas personas venían
de muy lejos, había dormitorios enormes donde podían pasar la noche todos
juntos. Por estas habitaciones perros y serpientes andaban sueltos, porque se
pensaba que ayudarían a los enfermos a curarse. El veneno de las serpientes se
utilizaba para fabricar medicamentos y los perros lamían las heridas de los
pacientes porque se suponía que su saliva las ayudaba a cicatrizar.
Nauta también dijo que el
gallo era el animal favorito de Asclepio, y aún hoy es el símbolo de los
médicos, que lo comparten con Apolo, dios del sol y padre de Asclepio.
Alpin se excitó muchísimo
cuando oyó todo esto y empezó a exigir que le llevasen directamente a un asclepeion.
No se sentía mal y no tenía catarro. Quería jugar con los perritos y beberse el
veneno de las serpientes y probar las medicinas de Panacea para comprobar si
eran realmente tan repugnantes como se imaginaba.
Para que dejase en paz a
Nauta, Michael, que también tenía un catarro, envió a Alpin a hacer un recado.
Dijo que la Panacea
del mundo de las hadas era un apotecario galés llamado Henbeddestyr Parry. Y
Alpin partió para su apoteca portando una lista de cosas que debía comprar ahí.
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